por Berta Lázaro Martínez
La última vez que oí su auténtica voz fue un día de finales de agosto. Las vacaciones tocaban a su fin y uno de los últimos días calurosos nos permitió disfrutar del fresquito del anochecer en la esquina de la fuente. Con un pie en la vuelta al trabajo, la mayoría de los que aún estábamos en Trébago apurábamos el tiempo charlando en corros, estirando el verano. Un lumbago molesto había recluido a Conchita en casa más de lo que ella hubiera deseado y no se había prodigado mucho en la calle esa temporada. La tarde que pudo salir y disfrutar de un paseo, aunque corto, no perdió el tiempo. Su energía y la posibilidad de moverse la llevaron de grupo en grupo de los que se forman espontáneamente con la excusa de una cervecita fresca o del asiento disponible y, en el poco rato previo a la cena, ya entre dos luces, conversó con los presentes para animarnos a hacer algo. Nos habló de que sería interesante que entre todos pudiéramos abrir el Museo de las Canteras unos cuantos días más al año de los que están inicialmente previstos. Que se trataría, simplemente, de que nos turnáramos para destinar un fin de semana al año o dos, de acuerdo con las disponibilidades de cada cual, y cumplir con la función del encargado y el horario establecido. No veía mayores problemas para que pudiéramos organizarnos, aprender las tareas básicas y llevar a cabo el plan, que redundaría en un mejor servicio al público. Además -explicaba convencida- sería fácil, útil, sencillo y muy interesante poder ampliar la oferta... total, con un pequeñísimo esfuerzo por parte de cada uno de nosotros... incluso empezó a confeccionar un listado de voluntarios. Esta es una de las últimas imágenes que guardo de la Conchita activa y emprendedora que todos hemos conocido, y la anécdota ilustra bien su mentalidad y capacidad de generar iniciativas y compromisos.
Cuando escribo estas líneas hace apenas un par de meses que nos ha dejado. Desde entonces muchas personas, procedentes de ámbitos muy variados -el académico, institucional, profesional, familiar, amigos, compañeros-, han manifestado y demostrado públicamente unas dosis nada comunes de aprecio, reconocimiento y gratitud hacia su persona. Es de justicia, y oportuno, que desde las páginas de La Voz de Trébago reconozcamos también su entusiasmo, compromiso y trabajo constante y desinteresado a lo largo de muchos años por nuestro pueblo. Ese Trébago del que ahora todos estamos orgullosos, con infraestructuras renovadas, con plazas de turismo rural, con un Centro de Turismo de Canteras Molineras, con eventos a lo largo del año que convocan a un público numeroso y con presencia importante, en cualquier caso muy superior a la que cabría suponer a un núcleo de su población y tamaño, en los medios de comunicación. Muchas de esas conquistas y logros -que, evidentemente, han sido mérito de mucha gente- tienen su origen en su trabajo, en su visión de futuro, en su empeño personal. En su etapa como Alcaldesa -la primera en la historia de Trébago- exploró alternativas, puso en marcha proyectos y en unos plazos mínimos consiguió avances importantes, algunos tan osados como que en nuestro pequeño pueblo comenzaran a funcionar dos casas rurales y un albergue de gestión municipal. Muchas horas de trabajo y esfuerzo, de tiempo dedicado, que se concretaron en muchas mejoras, pequeñas y grandes, y gestiones y contactos que han sido la semilla en torno a la que han cristalizado otras iniciativas que la perspectiva del tiempo ya está poniendo en valor. Tenemos que reconocer y agradecerle el tesón, la voluntad, su generosa dedicación y el "empujón" fenomenal que dio a nuestro pueblo. Un impulso indiscutible que ha sido el arranque de un futuro que tendremos que seguir concretando y por el que habrá que trabajar colectivamente. Por cierto, también fue una de las promotoras, junto con otras personas, de la Asociación de Amigos de Trébago, así que, entre otras muchas cosas, tiene parte del mérito de que esta revista esté en tus manos, lector.
Sin embargo, quizá lo más admirable sea cómo aceptó su destino y con qué serenidad miró a la muerte de cara. Su entereza se mide por unidades que no tienen equivalencia en los parámetros cotidianos. Tranquila, satisfecha con las oportunidades y experiencias que la vida le había brindado, orgullosa de sus logros, conforme con sus plazos. Ni una queja, ni una lágrima. Se despidió con elegancia de su multitud de amigos y no escatimó un último y titánico esfuerzo para estar presente, junto a sus paisanos, en su pueblo, el día en el que se inauguró oficialmente y por todo lo alto el Centro de las Canteras Molineras. Tenemos que agradecerle todo eso y mucho más. Así lo hago a través de estas líneas, y en el nombre de mucha gente. Conchita soñó muchas cosas para Trébago y trabajó incansablemente para perseguir sus sueños. Algunos son ya una realidad y llevan su impronta.
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