por Beatriz Palomero Delgado
Hace ya muchas años que no nos íbamos de excursión al Moncayo un grupo de Trévago, y este año, al comenzar agosto, decidimos subir. Una de las anteriores subidas está recogida en la revista 13, en cuya ocasión subieron desde La Cueva de Ágreda; también desde allí subió un grupo en el año 2000. Otra de las subidas que recordamos fue desde el Santuario de la Virgen del Moncayo en 1992, que se ve en una de las fotos de este artículo.
Quedamos Lule, Nieves, Pedro, Sandra, Iñaki, Juanillo y Bea a las 7:30 (con el retardo de un par de dormidos) en la iglesia para juntarnos en los dos coches que necesitábamos, y salimos rumbo al Santuario de la Virgen del Moncayo. Llegamos allí equipados con las camisetas de Trévago (hay que presumir de pueblo allá donde vayamos), bastones y buen calzado. Entre que sí y que no eran las 10 de la mañana cuando empezamos a subir.
El primer tramo de subida tiene sombra, ya que el camino transcurre por una zona de hayedos y robledales. Al llegar al Circo de San Miguel se acaba la sombra y se vuelve pedregoso el camino.
A lo largo de la subida fuimos haciendo paradas para adaptarnos al ritmo del más lento, en este caso el mío, ya que ponía a prueba a mi rodilla recién rehabilitada.
Durante la subida nos cruzamos con gente que ya bajaba y nos animaba diciendo que quedaba menos. Eso esperábamos nosotros, porque en algunos tramos íbamos con la lengua fuera.
Después de 2 horas llegamos arriba, pero... aún faltaba llegar hasta el vértice geodésico, así que hicimos un último esfuerzo y en un cuarto de hora más llegamos a lo más alto. En total la subida fueron 2 horas y cuarto.
Aunque hacía muy buen día, a 2.116 metros de altitud hacía falta chaqueta, sobre todo después de la sudada de la subida.
Recordábamos en el camino la vez en la que subimos desde el Santuario en el 92 siendo pequeños (8 años tenía el más pequeño de los que iba en aquella ocasión). Aquella vez a Pedro le gritaba Estela "¡Pedro, el bocadillo!", mientras el resto nos preguntábamos si para nosotros no había también uno.
Esta vez fue distinto. Todos llevábamos almuerzo en cantidad abundante, como si hubiéramos ido a trabajar al campo y no fuéramos a volver a comer en varios días. Dimos buena cuenta de la comida sentados en uno de los refugios de piedra que hay construidos en la cima y vimos los pueblos que se ven desde allí.
Después del descanso dejamos la firma en el cuaderno que hay colocado arriba y empezamos a bajar con calma.
Si la subida nos había parecido dura, la bajada no lo fue menos, ya que tiene su complicación porque al ser muy pedregoso el camino se producen resbalones y culetadas con frecuencia.
Aunque nuestras camisetas iguales podrían hacer pensar a alguno de los otros montañeros que pertenecíamos a algún club de montaña, nuestra velocidad nos delataba, ya que nos adelantaban continuamente porque nosotros íbamos también centrados en recordar anécdotas de nuestros veranos en Trébago.
Al final, tras 2 horas de bajada, llegamos al albergue, nos hidratamos convenientemente con unas cervezas (sin alcohol para los conductores) y volvimos al pueblo, pasando por Vozmediano, donde próximamente iremos a ver el nacedero del río Queiles.
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