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El ratoncito Pérez



por Begoña Abad de la Parte

Hacía cuatro días que estaba en ese trabajo, era el novato. Andaba asustado, despistado y preocupado por hacerlo bien. Si perdía el puesto, en lugar de estar en un sitio caliente y confortable, tendría que irse a las calles frías y oscuras. Ser el Ratoncito Pérez le había costado muchos esfuerzos, no era fácil pasar la selección previa.

La primera oportunidad de demostrar su valía estaba al caer. Esa misma noche tenía tarea, el incisivo de Pablo había cedido a los estirones de su abuela, después de habérselo atado a un hilo del que poder tirar, naturalmente.

Cuando llegó la noche se acercó a la casa y buscó el lugar exacto. Todo permanecía en la más intensa oscuridad. Caminó con la moneda rodando a su lado para no cargar con el peso y abrió sigilosamente la puerta del dormitorio, apenas podía ver. Trepó, sin dificultad, a la cama y casi se desmaya allí mismo del susto. Al pobre Pablo le habían extraído la dentadura entera, que permanecía ahora en un vaso de agua en la mesilla de noche.


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