por Amelia Lázaro Jiménez
Gramola del tío Félix | |
Hoy hace frío en Trébago, estoy recogida en mi casa recordando los años vividos aquí, y me he puesto a escribir para contaros cómo fue mi pueblo en los años de mi niñez.
Aunque a algunos os parezca mentira, disfrutábamos de todo tipo de servicios. Había boticario, que nos hacía los medicamentos cuando nos hacían falta. Se llamaba don Severo, y vivió donde hoy tiene su casa Maruja. Después de este boticario hubo otros más, pero ya los medicamentos venían envasados.
También vivían en el pueblo el secretario, el cura y los maestros.
Tuvimos tres zapateros, Mariano, Segundo y Federico, que arreglaban los zapatos y al mismo tiempo eran barberos. Recuerdo que en casa de la tía Andresa, el hijo, Federico, para afeitar a los hombres tenía una palanganilla muy pequeñita de goma y allí mojaba la brocha para enjabonar las barbas, cosa que a mí me llamaba la atención, y después las navajas las limpiaban en periódicos o papeles que tenían para ello.
También, no hace muchos años, había tres comercios que vendían toda clase de cosas. Uno de los comercios fue el de la tía Nicolasa, a la que recuerdo con cariño, pues era una señora muy buena y alegre. Siempre estaba contenta. Recuerdo, de pequeña, comprarme 10 céntimos (de peseta) de bolitas de colores que sabían a anís, que a mí me gustaban. Esta señora tenía una borrica con la que iba casi todos los días a un huerto que tenía en la Fuente Marta(1). La recuerdo montándose en su burra en el puente de piedra y como tenía mucha fe a la Virgen del Río Manzano, rezaba el Rosario en voz alta y después cantaba las estrofas que todos sabemos.
Otro de los comercios era el del señor Agustín. Este hombre era muy ordenado pero muy serio. Pocas veces gastaba una broma. También tenía estanco de tabaco. Todos los sábados subía a Soria y luego traía la carga a casa en una carretilla pintada de rojo.
El comercio de la señora Aurora era bastante grande, pues tenía telas, porcelanas, cristalerías, puntas, clavos y hasta minerales para fincas. También tenía taberna, y allí se esperaba al coche de línea a Soria. Los domingos por la tarde iban los mozos a tomar sus moscateles y sus cacahuetes hasta la hora del baile.
Otra de las cosas que yo recuerdo de este comercio era que también repartía la ración cada mes en la época de la postguerra. Cada familia llevaba una cartilla blanca a primeros de mes y le daban un litro de aceite, un kilo de azúcar y otro kilo de harina. Esto lo viví yo, y recuerdo la garrafa alta de metal que contenía el aceite, con una espita, y debajo un balde de metal para no manchar. Con esa ración había que arreglárselas hasta el mes siguiente.
También tuvimos cuatro carnicerías, la de Gloria, Veneranda, Felicia y Antonino, que abastecían al pueblo y después iban a vender a los alrededores.
Siguiendo la historia quiero, como un pequeño homenaje a mi querido padre, Félix Lázaro Jiménez, recordar su café y su salón de baile. Yo, por entonces, apenas tenía 6 ó 7 años, pero me acuerdo perfectamente del salón de baile que hoy es la placeta donde vive mi hermana Susana, entonces cubierta toda de uralita, y con dos ventanales grandes a la calle. En el rincón de la puerta tenía la gramola que con tanto cariño conservo, y todavía está el hueco en la pared donde guardaba los discos. Todos los domingos había baile desde las cinco de la tarde hasta que venían las cabras, todo el Salón lleno de gente. De esa época, con la edad que yo tenía, recuerdo sólo una única pareja que me quedó en mente, que fueron Primín e Isabel, que yo le decía a mi madre que hacían la ele y la i.
Yo, como niña, me divertía rompiendo las botellas de gaseosa que mi padre tenía en otro cuarto. Eran de cristal y en el cierre tenían unas bolitas que se llamaban canicas, y con ellas jugábamos a las tabas, y las amigas me daban tabas a cambio de canicas.
También recuerdo que en casa se quemaba mucho ron para los hombres, que tomaban con el café y que a mi madre no le gustaba mucho, porque se le estropeaban las vasijas de porcelana.
Es curioso, unos días antes de escribir este relato estábamos en la dehesa de Soria sentados en un banco Gumer (mi marido) y yo y se acercó un señor a saludarnos. Resultó ser un sobrino del "tío manquillo" y de la tía Vicenta que, por cierto, tuvieron una gran amistad con mis padres. Este señor recordaba el Salón de baile perfectamente, que todo el salón se llenaba y que era el pueblo en el que más mocedad había. Por eso, él se lo pasaba muy bien. Me dijo que para entrar al baile pagaban 30 cts. (de peseta), y del café y la copa 5 cts. Me emocioné recordando la gramola y aquellos años.
Contemporáneo con el de mi padre había otro café que lo atendía la tía Sofía. Estaba en la Plaza, frente a la casa de Pura y Benito. Hoy toda la casa tirada, que por cierto afea muchísimo al pueblo al no estar limpia.
Una vez que mi padre cerró el Salón de baile abrió otro el tío Andrés, que lo atendían sus hijos Pilar y Andrés. En vez de gramola tenían un "pikú(2)" y Pilar ponía los discos. Entonces contábamos 15 parejas formales, como así se decía cuando "entraban en casa". Hay que decir que sólo tenían la categoría de novios formales los que entraban en casa de los padres de su pareja y, si era forastero el novio, cuando ya hubiera "pagado el piso" por llevarse a una moza del pueblo, lo que sólo pasaba una vez que los padres del novio hubieran arreglado la boda con los padres de la novia. Pagar el piso consistía en que los mozos del pueblo le pedían al novio forastero un dinero, que luego se lo gastaban en una cena. Y después de ponerse un poco alegres, hacían la rondalla por las calles, con el laúd y las botellas de anís.
De esa juventud, que era la cuadrilla de mi hermana Modesta, los novios de estas mozas eran la mayoría forasteros. Como un pequeño homenaje, y con la ayuda de mi hermana, quiero recordar aquí sus nombres (los que aparecen en cursiva son "forasteros"):
Adela - Justo
Adora - Emidio
Adora - Martín
Amparo - Tomás
Anita - Gregorio
Aurora - Alfonso
Carmen - Santiago
Cayetana - Fortunato
Concha - Pepe
Felicitas - Mariano
María - Sebastián
María - Sixto
Marta - Joaquín
Modesta - Pedro
Natividad - Agapito
Pura - Benito
Pura - Efraín
Rosario - Teófilo
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Félix y María en la puerta de su casa (2-IV-1976) |
Amelia y Susana en La Placeta (2002) |
A mi cuadrilla, como sólo teníamos 12 años, Andrés no nos dejaba entrar al baile, pero aprovechando que entonces se llevaban mucho las gabardinas, alguna pareja nos hacía el favor de colarnos. A mí, mis primos Pepe y Concha me facilitaban muchas veces la entrada. Una vez en el salón no había problemas, porque había un llenazo de juventud que hacía que pasáramos desapercibidas.
Después de cerrarse el salón del tío Andrés y de la tía Faustina bailábamos en el teleclub y animaban la sesión desinteresadamente Benito Martínez con el laúd, y Juli García con la guitarra. Y con esto, el baile desapareció.
Es verdad que ahora el pueblo está muy bonito y tiene muchos adelantos, pero echo de menos otras cosas como poder comprar una muñeca de cartón en casa de la tía Nicolasa como la que me regaló mi hermana Susana, con tacones y todo, que quise bañar y me quedé sin ella.
Tampoco puedo comprar una boina o una madeja de hilo en casa del señor Agustín, o un regalo de bodas en casa de la señora Aurora.
Quiero con este relato dejar constancia en LA VOZ DE TREBAGO de cómo se vivía en Trébago en la época de mi niñez, para que nuestros hijos y nietos sepan que disfrutábamos con otras cosas que hoy han desaparecido, y que éramos felices. Hoy me siento un poco más triste, porque cada año que pasa mi pueblo muere un poco más, y siento no poder recuperar algo que en aquellos maravillosos años apreciamos, sentimos y vivimos.
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(1) Ver en la revista nº 13 el artículo Fuentes de Trébago, de Benito Martínez Largo.
(2) pick-up, palabra inglesa con la que se designaba en la época al "tocadiscos".
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