por Amaya Palomero Delgado
Este año en que se celebran varias bodas en Trébago, los preparativos son tema de conversación en casi todas las comidas y cenas familiares.
Es entonces cuando las abuelas empiezan a contar los detalles de su boda, hace ya más de 50 años, cuando "no había de nada".
Mi abuela, Isidora Escribano, se casó en su pueblo, Cueva de Ágreda, el 28 de octubre del año 1942, con Roberto Delgado, de Trébago. Mi abuela no fue a la peluquería, ni tampoco a maquillarse. El traje de novia era negro, para que luego pudiera servir para otras ocasiones, y para hacerlo, mi abuela compró la tela en Tudela (4 metros a 40 pesetas el metro), y se lo hizo Guadalupe, una señora de La Cueva que vivía en Tarazona. Encima del vestido llevaba un abrigo naranja que también le hicieron en Tarazona, y cuya tela le costó 14 duros.
Todos los invitados acudían a casa de la novia antes de la ceremonia, para degustar anís, y una torta preparada especialmente para ese día. A continuación, novios e invitados acudían juntos a la iglesia, y después de la misa, iban "de ronda" por el pueblo hasta la hora de comer.
La comida tenía lugar en casa de la novia. Mi bisabuelo Julio mató un ternero para festejar la boda, con el que comieron todos los invitados. Después hubo fruta del tiempo y café. En aquellos tiempos no se iba al restaurante un mes antes a probar el menú.
Al terminar de comer, los novios se despedían rumbo a su luna de miel. El viaje de mis abuelos no fue en crucero ni en avión. Su destino fue Madrid. El padre de mi abuelo Roberto les dejó el carro con el que fueron desde Cueva de Ágreda hasta Ólvega. Una vez allí, les llevaron a la estación donde cogieron el tren para ir a Soria. Allí durmieron, en una pensión, para ir al día siguiente en tren a Madrid.
En Madrid, aparte de ir al teatro a ver la representación de Don Juan Tenorio, se hicieron la foto de la boda, con un ramo de flores de tela que el fotógrafo tenía allí para esas ocasiones.
Tampoco se llevaba lo de las listas de boda. Como regalos, mis abuelos recibieron: un frutero y un tapete, de Doña Juanita, maestra de la Cueva; una gallina, de la tía Teresa; unas vinagreras, de la tía Ignacia; unas hueveras, de la tía María; y unos vasitos para el moscatel, de la tía Bárbara (que mi abuela aún conserva).
Aunque empezaron con muy pocas cosas materiales, mis abuelos disfrutaron de su vida juntos durante más de 50 años. Ojalá nosotros sepamos apreciar las facilidades que tenemos, y seamos tan felices como lo fueron ellos.
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