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Y sucedió en Trébago



por Andrés Tutor Barranco


Si hay algo en esta vida que se disfruta a plenitud, es sin duda la niñez, y creo que a mediados del siglo XX, el lugar perfecto para vivir era un pueblo tranquilo como el nuestro, lleno de vida, pero sin los peligros de hoy en día como son la drogadicción y el ajetreo de las grandes ciudades en donde los coches impiden jugar en las calles, y a mi entender el único peligro que existía en nuestro pueblo consistía en caerse de un árbol por descuido al andar cogiendo nidos.

Los muchachos correteaban alegremente por el pueblo, la Nevera, el Río, pero sin duda el mayor centro de reunión era el juego de pelota y era ahí donde a mi juicio existía otro tipo de peligro que era el mayor, y consistía en lo siguiente:

A mano izquierda estaba el huerto del tío Justo, donde se cosechaban, entre otras cosas, coles, lechugas, berzas y pelotas, y por su­puesto éstas últimas también se vendían. Perder una pelota e ir a buscarla al huerto lleno de legumbres era como encontrar una aguja en un pajar. En una ocasión estaban jugando los muchachos de siempre, que eran de la misma edad, entre ellos recuerdo a Luciano, Horacio, Honorio, Sindito, al Teles, al Andresito y a algún grandullón que se coló, como Miguel "El Moro". En esa oca­sión se les fue la pelota al huerto, y como no había dinero para otra, y en aquel entonces no se conocía el Compre ahora y pague después, nuestros amigos tenían un dilema, o irse a su casa, o encontrar a un valiente que saltara al huerto y encontrara la pelota.

La solución no era fácil, pues se trataba de ponerle cascabel al gato, y en este caso el gato era el tío Justo, hombre quisquilloso, malhumorado y bastante vinagrillo, pero, pese a los riesgos, encontraron un valiente, y el héroe para estos muchachos fue Miguel "El Moro", que con pasmosa agilidad saltó al huerto.

Minutos después se oyeron unos gritos en el huerto, y nuestros mucha­chos pensaron lo peor, y segundos después, por el callejón de lo que era la escuela de las niñas, apareció el temido ogro que era el tío Justo, que echando rayos y centellas y toda clase de imprecaciones se quería comer vivo al malandrín que estaba entre los niños y que le había destrozado el huerto.

Los alineó contra la pared empeñado en que apareciera el culpable. Y en eso estaba cuando a lo lejos apareció la silueta de un muchacho que provenía del río haciendo malabarismos sobre la barda del huerto. Este muchacho, al llegar, le preguntó cándidamente al tío Justo, ¿Qué le han hecho estos pelafustanes que lo traen tan indignado? ¡Nada! que uno de éstos me ha destrozado el huerto y no se van hasta que aparezca el culpable. ¡Bien Hecho! contestó el recién llegado, y le sugiero llamar a la Guardia Civil, para que confiesen. Esto último hizo temblar las piernas a varios, especialmente al Andresito. Pero nadie habló, y ya aburrido el tío Justo se marchó.

Cuando ya estaba a prudente distancia se oyó una sonora carcajada de todos los críos presentes, pues resulta que el recién llegado convertido en "Ángel Guardián" del tío Justo era, ni más ni menos, que Miguel "el Moro". Y ya con la pelota recupe­rada, y otras 3 más de ganancia, hubo parque para muchos días... y hasta la próxima.

El tío Magaña



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