por Alfonso García Bermejo
Como asiduo lector de "La voz de Trébago", me he encontrado con algunos artículos dedicados a los arrieros y, aunque sólo sea por afinidad, siento la necesidad de dar a conocer a los vecinos y amigos de Trébago, con los que tanto tiempo llevo conviviendo, una actividad que en un tiempo ya muy lejano llegó a ocupar en mi pueblo natal, Salduero, y en toda la comarca pinariega hasta el 80 % de los entonces allí residentes, en contraposición a lo que ocurría por estos lares donde sólo unos pocos de sus habitantes se dedicaban a estos menesteres. Me estoy refiriendo, claro está, a los carreteros.
Fue en la comarca pinariega donde allá por el año del Señor de 1497, sólo cinco años después del descubrimiento de América, y a iniciativa de Los Reyes Católicos, con objeto de unificar las distintas asociaciones de carreteros muy abundantes en esta zona, como consecuencia de las escasas posibilidades de aprovechamiento agrícola de las tierras, se formaliza la que será la organización del transporte más importante de la España de aquel entonces, "La Hermandad de Carreteros de Burgos-Soria", asociación que perduró hasta 1836 cuando fueron eliminados sus privilegios, que si bien tuvo un pequeño resurgimiento durante el reinado de Fernando VII, quedó definitivamente extinguida en 1860.
La vida en los pueblos de esta zona soriano-burgalesa estaba casi totalmente orientada a la carretería, los carreteros generalmente regresaban en noviembre y pasaban cuatro meses en sus casas dedicados a elaborar aperos y materiales para vender, hasta que llegado el mes de abril partían de nuevo hacia una nueva marcha de unos doscientos días de duración.
La jornada de los carreteros comenzaba de madrugada unciendo los bueyes. El Mayoral encabezaba la marcha. Le seguían unas 30 carretas con dos bueyes de tiro cada una y un tercero de refresco en la cola. A mediodía se hacía una parada para apacentar los bueyes y comer un bocado, el aperador aprovechaba para revisar el estado de las carretas. La larga marcha continuaba hasta que el mayoral decidía adelantarse y encontrar un lugar seguro y agradable donde pasar la noche.
Las relaciones con las gentes de los pueblos por donde pasaban no eran precisamente cordiales, pues los carreteros, por privilegios reales, podían atravesar los términos de los pueblos, en cuyas dehesas podían apacentar sus bueyes y mulas, podían cortar maderas de los montes para reparar las carretas y leña para guisar y calentarse, incluso a los carreteros se les concedía el privilegio de llevar armas y estaban exentos del servicio militar.
Este tipo de vida, querido lector, queda perfectamente reflejada en la obra titulada "La Estepa" del gran escritor ruso A. Chejov, donde se narran las duras condiciones de vida sufridas por unos carreteros durante una larga marcha a través de la estepa.
Las carretas eran estrechas, no muy altas, con una plataforma de varios maderos, pudiendo cargar de 1.200 a 1.700 Kg. En ellas se transportaba madera, sal, piedras para la construcción, municiones y pertrechos militares, llegando los carreteros serranos a prestar sus servicios en momentos cruciales de nuestra historia, como la conquista de Granada, la guerra de la Independencia., el conflicto de las Comunidades en Castilla, los litigios en la contienda con Portugal o las escaramuzas con los carlistas.
La dura vida de los carreteros se veía compensada por atribuciones económicas importantes, quedando reflejado este esplendor en lugares como Salduero, donde la riqueza de su arquitectura civil se sigue reflejando en las aguas de ese río infante al que un día cantó Gerardo Diego. Allí están los sillares y las balconadas, los espaciosos portales para descargar las carretas, el pasado brillante de un pueblo sólido y hermoso, cuyas nuevas construcciones continúan conservando los materiales tradicionales.
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