Asociación
  Ayuntamiento
  Dejar tu Firma
  Fiestas
  Geografía
  Historia
  Noticias
  Qué hacer
  Rally
  Revistas
  Ver Libro de Firmas
  Alojamiento rural
 
     
 

Ahora sí que me conocéis...



por Begoña Abad de la Parte


Yo soy la que escribí cuando no me conocíais. Y ahora vuelvo a las andadas porque he visitado vuestro pueblo. ¡Cuánta hermosura en poco espacio!

Quiso la casualidad que fuera justo el día que se trae a la Virgen del Manzano y me apetece pensar que, para mí, será un buen augurio estar allí a recibirla.

Pero vamos al principio, que me gusta el orden en esto de contar historias.

Me invitaron Juan y Concha a su casa y fue Lara la encargada de llevarme. Sentada, pues, a su lado, fui haciendo el camino hasta que me saludó el Moncayo con una pinta de nieve todavía. El aire era fresco y el sol radiante. Nos acercábamos a los pueblos que ya me sonaban conocidos y cercanos al vuestro: Matalebreras, Castilruiz, Fuentestrún... y por fin Trébago que se lee con B o con V según por donde se llegue, para que nadie se sienta desatendido, será.

¡Qué paisaje! Dios, parecían azules las montañas y el verde cubría todo lo que alcanzaba a ser mirado y los sembrados se acamaban con la brisa y hacían dibujos en ese movimiento. No es poesía, es realidad, sólo cuento lo que vi.

La llegada alegre, cariñoso el recibimiento, magnífica la casa que me acogía, a los dueños ya los conozco suficiente como para sumar alabanzas, la comida, al aire libre, espléndida. La sobremesa ni pintada: Aparecieron, ajenos a mi visita, Nela y Javier, los últimos vecinos que han hecho nido en vuestro pueblo y que espero sea para bien y para largo. Ésa es otra historia, no tengo más remedio que incluirla.

Figuraos si el azar es juguetón, que fui yo, sin conocernos, quien les puso en contacto con la Asociación de Amigos de Trébago y con el Ayuntamiento, para ocupar el puesto que ahora ocupan. Era obligado, pues, que por fin nos conociéramos, y dónde mejor que en Trébago y en casa de amigos que habían sido, además, el punto de encuentro de estas casualidades enlazadas que suelen formar ese conjunto que llamamos vida.

Un café delicioso, con dulces, y conversación breve pero con buen rollo, como dicen los jovenzanos de hoy.

Y como la cabra tira al monte y yo he debido de tener algo que ver es ese refrán, me fui a visitar los alrededores en excelente compañía: Lara y Tony (ése es el perro, que no quiero dejar de nombrarle aquí para que no se sienta ofendido, que los animales no sólo son inteligentes, son también muy sentidos). Nos fuimos a la balsa a escuchar las ranas y los mil pájaros que nos fueron abriendo paso, subimos caminito hasta la ermita y allí, en esa pradera, nos sentamos a disfrutar del paisaje, maravilloso regalo. Lara me fue instruyendo sobre lo que se veía y a ratos nos callábamos para oír el viento suave.

Al atardecer, con un cielo rosado ahora, y con unas nubes que parecían de cuento de hadas, Juan y Concha me enseñaron el Real Pósito, el barrio bajero, el Parque de los olivos, la fuente con su leyenda, el antiguo Cubizaño y las escuelas transformadas maravillosamente en un punto de encuentro y reunión para ocio y para cosas serias, que todo cabe.

¡Qué lujo de sitio! La vida que ese lugar mueve es, supongo, un motivo de gozo y de orgullo, y la simpatía de Javier y Nela sabrán no sólo estar a la altura, sino hacer confortable y acogedor cada encuentro que allí se dé.

Y ya cena en familia y descanso bien ganado después de una larga charleta improvisada desde la misma cama con Lara.

Vi amanecer desde mi balcón, no quería perdérmelo por nada, y escuché los pájaros y los perros y el pueblo absorto aún en su retiro. Un desayuno y al punto salimos Juan, Concha y yo a dar un paseo ligero y fresco. Nos fuimos a paso ligero hasta el árbol gordo, por los Juncares, viendo la Sierra del Madero, la chopera por donde se imagina el río Manzano.

Y hubo que volverse porque la obligación es antes que la devoción, dicen. Era día de mucha fiesta y había que disfrutarla, así que todos, con el traje de los domingos, acudimos a la Iglesia a oír misa.

Me hizo recordar mi infancia la antigua costumbre que aquí sigue vigente de que sean las mujeres las que ocupen los bancos delanteros y los hombres el fondo del recinto. En otros pueblos suele ser el reparto a izquierda y derecha del pasillo central.

Al acabar la misa cada cual tenía su cometido y se auparon las andas de la Virgen del Manzano, engalanada y dispuesta, y se fue en procesión simulando que se iba en su busca a la ermita, para traerla al pueblo.

La ida fue ligera pero el regreso se hizo cumpliendo una, para mí, curiosa y desconocida tradición. El encargado del tema va haciendo una especie de llamada en voz bien alta:

¿Quién coge los palos de la Virgen del Manzano?

Y los vecinos acuden ofreciendo, como si fuese una subasta donde nadie pisa la oferta ya hecha por el anterior, una cantidad de dinero por llevar uno, dos, tres o los cuatro palos, según se quiera, y entonces él y los miembros de su familia por los que haya pujado, acuden a sujetar las andas de le Virgen y caminan con ellas un trecho hasta que el pregón se repite y otros vecinos pujan y se turnan. Los vecinos intentan entrarla en su barrio, o al pasar por la puerta de su casa, y a las personas mayores se les ayuda con el peso para que puedan cumplir con devoción ese rito. La llegada a la Iglesia hace que se eleve la puja y lo más cotizado es subirla de nuevo a su lugar de origen.

Al acabar visité con más detenimiento los rincones del recinto y me fueron poniendo al corriente de las obras de mejora que se van a poner en marcha haciendo hincapié en la recuperación de la hermosa pila bautismal del siglo XI y su nueva ubicación.

El siguiente paso fue el vermú en la flamante sede social donde ya estaban dispuestas las banderillas variadas y los calamares fritos que tuvieron excelente acogida. Allí me fui despidiendo de algunos vecinos con quienes había conversado en mi corta visita y especialmente de Nela y Javier con quienes intercambié el ofrecimiento de visitarnos mutuamente algún día.

Y siguió otro rato magnífico disfrutando al aire de una comida totalmente festiva, con sobremesa a tono que hubiera podido prolongarse hasta la hora de la cena de no ser por nuestras obligaciones. Cada mochuelo a su olivo, dicen y había que regresar. Le eché la última mira al Moncayo desde ese lado; azuleaba y tenía la suavidad del terciopelo en la lejanía.

No me gusta hacer demasiado marcados los pliegues cuando guardo los sueños, prefiero que sean flexibles y se adapten a la medida del cajón donde tengan que estar; prefiero que el azar los encuentre dispuestos a ser extendidos de nuevo sobre esa superficie que llamamos vida y de la que conocemos el principio pero no el final.

Y antes de despedirme quiero decir que entre los que ya tenía por amigos en Trébago tendré que añadir a Felisa que me ofreció su casa y un tentador plato de lentejas, además de su compañía.

Me alegró conoceros a todos, pero quiero también nombrar a Iris porque sus cuadros ya me habían hablado de ella y me habían conmovido antes de que lo hiciera su persona, que destila sensibilidad y dulzura. No podía ser de otro modo, cuando es capaz de plasmar con su pintura el amor a los paisajes de su niñez.

En fin, me gusta saberos allí, disfruto imaginando cómo os desenvolvéis y cómo hacéis de vuestro pueblo una causa común.

Que mi recuerdo os acompañe y mi admiración os estimule, porque quien me conozca y me escuche siempre sabrá por mí que Trébago es un ejemplo de pueblo como Fenteovejuna: Todos a una.


P.D.: Después de redactado el artículo me entero de que Javi y Nela han dejado de ser abastecedores. Lo he sentido, porque en lo poco que los conocí me parecieron una pareja estupenda. Sin embargo, me dicen, ya hay otro abastacedor, que también se llama Javi, y me alegrará os dé un magnífico servicio que llene de vida el Salón Social "Las Escuelas".


[Anterior] [Sumario] [Siguiente]