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Desde mi puesto



por José Lázaro Carrascosa

En lo alto "El mojón grande"
estoy mi lira pulsando.
Buscándole abrigo al cierzo
el cazador se ha apostado
tras de huérfana sabina
que está, la pobre, llorando.
Oído tengo a los viejos:
el monte es un desalmado
lobo que muerde, ... de lejos.
¡Las cosas mucho han cambiado!
¿Para bien, ... o para mal?
me lo sigo preguntando.
Torvo aspecto de fiereza
el bicho sigue mostrando.
Falta el pastor y la oveja;
la caza se va acabando...
Pero el monte como lobo
sigue en guardia y acechando.
Con su natural instinto
en la soledad obrando,
hace presa de senderos
y con ello va borrando
la huella de la herradura
que a la historia va pasando.
¡Leñadores que cantaban
a lomos de mulo y asno!
¡Guisos de trabajo y lumbre!
¡Hogar de llares y escaño!
¡Estepas de "las vaniegras"...!
sabrosas cosas de antaño.
Enamorados cabreros
que a su vida consagraron
(sin prejuicios y orgullosos
de ser del garrote esclavos)
a ser dignos seguidores
del oficio que mamaron, ...
¡Fueron hombres!... ¡Grandes hombres!
de un no lejano pasado.
Follaje de hondos amores,
¡cumbres de montes nevados!
Hoy, (espíritus humildes
que hacia Dios vais caminando)
me evoca vuestro recuerdo
el viejo cencerro hallado,
sin badajo, y con un trozo
de cuero petrificado
ante el cuál, (y de vosotros)
muchas cosas he pensado.
¡Y esas rozas!... Las que serios
labradores, resignados
a ser lacayos del monte
y del marqués explotados,
tantas veces removieron
con tosco arado romano...
Al mirarlas ya perdidas
(la sierra es un camposanto)
se me antojan grandes tumbas
donde yacen olvidados
los gigantes gladiadores
que con la tierra lucharon.
Dos buitres desde la altura
siguen, como yo, oteando.
con ellos sigo en acuerdo
hasta el punto en que pensando, ...
caigo en la cuenta, perseguimos
fin común y separado:
ellos buscan la carroña
y yo todo lo contrario;
ellos aman el presente
yo, el presente y el pasado.
Se alejan..., y sobre el cielo
bellas coronas de nardos
aparecen, ¡No hay misterio!
mi inspiración ha bordado
esta simbólica ofrenda
al sacrificio que Trévago
dejó (recuerdos y huellas)
aquí, en su monte, enterrado.
Comienza la cacería.
El viento sigue arreciando
Las escopetas cargadas
están al ciervo esperando.
¡Las voces de los monteros
truenan en "Los tres barrancos"!

Trévago, 13 de diciembre de 1965


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