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La Torta Caidera



por Jesús García Largo

Este verano tuvimos en Fuentestrún dos bodas, la de Montse, hija de Constancio y de Silvia, y la de Carlos, de la familia de los carpinteros, hijo de Félix y de Isabel, la francesa, que es como se la conoce cariñosamente. Es de una alegría indescriptible ver que en nuestros pueblos haya una boda, un bautizo, o cualquier acontecimiento que signifique continuación. Me llamó la atención en las dos el deseo de los contrayentes de casarse en el pueblo, con sus gentes y que estuviese presente en ambas la tradición de la torta caidera que creía perdida.

Esta tradición era común en la Rinconada, y se recuerda en Trébago, Fuentestrún y Valdelagua del Cerro. Solamente variaban los componentes o decoración externa de cada torta. En Valdelagua del Cerro era una rosquilla blanca con confeti, en Trébago y en Fuentestrún, una torta con aceite sin decorar, o con una masa similar a la del pan bendito o torta de la virgen que todos conocemos.

Aunque no viene a cuento, ya era frecuente en el mundo romano que la novia llevase a la ceremonia de la boda un pan que las matronas elaboraban y que significaba el deseo de prosperidad en el matrimonio y que tenía connotaciones matriarcales relacionadas con los cultos del hogar y del matrimonio. Aquí el significado yo lo interpreto como el deseo de que todo el pueblo participe de la boda, aunque no haya sido invitado a la misma.

La tradición se desarrolla así:
El cortejo se acerca a la iglesia precedido de dos personas que llevan, la primera, una torta de unos cincuenta centímetros de diámetro clavada en una espada toledana, la otra, dos grandes jarras de vino dulce y tinto. Detrás van los padrinos con los novios y los invitados. El sacerdote los recibe, bendice los presentes y todos entran a la iglesia. La torta y las jarras se colocan junto al altar y allí permanecerán hasta el momento de la tercera amonestación. Cuando el sacerdote diga que se va a proceder a oficiar el sacramento del matrimonio si es que nadie manifiesta algún impedimento para que éste no pueda llevarse a cabo, e insista en que si no lo manifiesta ahora que calle para siempre, entonces un hombre de los que han asistido a la ceremonia, pero que no está invitado a la boda, se acerca y saca de la iglesia la torta caidera y el vino, y todos los varones que han asistido a acompañar como él salen también y en el pórtico se trocea con la espada y se reparte entre todos.

Es curioso porque tiene su sentido. Todos participan, desde afuera, de la alegría de la boda, pero cada cual en su sitio, con respeto y en armonía. Luego, por la noche, tiene lugar la petición al padrino del rescate de la novia o la cencerrada correspondiente.

En Trébago, la costumbre derivó en los últimos años en que el maestro recogía la torta y la repartía en la escuela entre los niños. En los otros dos pueblos se mantuvo como la hemos contado hasta su desaparición por no celebrarse boda alguna. En las bodas de este verano, en la primera hubo una torta de aceite, una caidera, que es como la tradición dice que debe ser la torta, en la segunda hubo dos, una para los hombres y otra para las mujeres, realizada como el "pan bendito", en versión más moderna.

Nos contaron que hicieron dos tortas para darle un sentido más participativo al acto, ya que a las mujeres desde siempre se les ha apartado a un lado. La realidad fue que ambas tortas se las comieron los de siempre, porque como a las mujeres les pareció mal irse de la ceremonia a medias, cuando salieron, casi no quedaba nada.

Tiene otro sentido la ceremonia. Antiguamente la torta se troceaba en la iglesia simbolizando que el matrimonio se rompiera si la torta se uniese de nuevo, o como hacen los gitanos en sus bodas, que arrojan un puchero al alto y dicen: cuando se unan estos trozos, nosotros nos separaremos.


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