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Cuando fui campanero
por Alberto Gil Pardo
Justo hace hoy un mes en que participé de una de esas experiencias inolvidables, para mí, que me hacen sentir bien y que muestran mi carácter aventurero además de que demuestran que es posible ir más allá aun siendo discapacitado.
Podrá pareceros algo banal, pero para mí fue muy emocionante. Se trató de tocar las campanas en el pueblo de Trévago, vecino al mío. ¿Qué queréis que os diga, tanto haber escuchado su son como referente, no solo para los actos religiosos o festivos sino por sus reminiscencias legendarias, era algo que me ilusionaba particularmente.
Ese sábado agosteño, por la tarde, se había organizado un concierto de toques de campana con motivo de su restauración y para allí que me fui junto con mi madre para, de paso, dar un paseo.
Le había comentado a Alejandro, guía y cómplice de mi verano, mi sueño de tocarlas, digo tocarlas en sentido táctil y el de tañerlas. En un principio, se mostró reticente pero luego dijo que si me empeñaba, él me ayudaría. Y es que había que subir por una escalera de caracol, luego por otra de mano y sortear un hueco en vacío hasta alcanzarlas. Yo le dije que tranquilo, que me gustaría intentarlo y que si, al final, me veía inseguro que lo dejaríamos.
Acabado el recital de toques (arrebato, ángelus, difuntos, fiesta) con las consiguientes explicaciones por parte de don Alfonso, el sacerdote del pueblo, llegó mi turno.
Cogido del brazo de Alejandro acometimos la primera escalera, no resultó tan difícil comparada con otras ascensiones como las de la Torre de Belén en Lisboa o la de Londres. Luego, la de mano: metálica y con peldaños muy estrechos. ¿Qué hacer? Muy fácil, poner el pie en paralelo. Y por último, lo más difícil, pasar de la escalera de mano a la plataforma de las campanas. Con paciencia y cuidado lo logramos. Ya las tenía al alcance de mis manos. Qué pasada. Claro, quienes siempre las han visto, no le darán importancia, pero yo era la primera vez que las veía. Son dos, con nombre de santa Bárbara y santa María. Sentí su aleación, me imbuí de su alma y cogí el badajo para hacerlas sonar. Me pareció que no pesaban tanto como pudiera parecer ¿y el sonido? ¡Vaya ruido! Me impresionó vivamente su fragor.
Me habría quedado más tiempo junto a ellas en aquel atardecer, me sentía bien, orgulloso, feliz. Sabía que muchos estaban admirados (se va a caer, ¿qué hace allí? ¿Cómo se las ha arreglado para llegar?...).
Mi imaginación se tiñó de imágenes: Fermín de Pas en el campanario de la catedral de Oviedo, los héroes anónimos que tantas veces anunciaran la llegada de enemigos sin par para salvar a su pueblo, como el soldado de Cracovia o los genios de la Costa da Morte avisando contra las rocas en medio del temporal... Me sentí uno de ellos.
Pero sentí también la altura, el vacío del horizonte, la expectación de los de abajo. Había que descender, claro. Siempre es más difícil la bajada que la subida, pero bueno. Con no poco susto de algunos de los que por allí, andaban, dimos el paso y... jejeje, paso a paso descendimos de las cimas campaneras a la realidad de los suelos terrenales. Genial.
¿Y todo gracias a quién? Sí, a Alejandro [Córdoba]. Gracias por haber confiado en que podía lograrlo, gracias por dejarme su brazo y sus ojos para marcarme un nuevo logro, una nueva batallita que contar a esos nietos que nunca tendré, pero que los sustituyo por vosotras y vosotros, haciéndoos partícipes de ello.
Os adjunto una bonita foto que deja constancia de la historia.
Ah, y ya se sabe: tolón, tolón, tolón.
Nota de la Redacción:
Alberto Gil es ciego, es de Fuentestrún, y ejerce sus tareas como bibliotecario de la ONCE y coordinador del Club Braille de Madrid, un taller de lectura para personas ciegas adultas.
Como él mismo dice, "Ahí seguimos, tratando de hacer visible la ceguera y mostrar las capacidades de una persona discapacitada, además de acercar la literatura a los invidentes".
Este artículo lo tiene publicado en su blog, en la dirección http://tiflohomero.blogspot.com, y podemos seguirle también en Twitter como @cotainas.
Cuando nos escribe, termina con esta bonita frase:
Cada meta alcanzada es el inicio de un nuevo camino. Siempre adelante.
Saludos cariñosos, Alberto
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