por Lara Palomero Delgado
Sentadas al sol en el poyato de la iglesia, las dos mujeres hablaban a la salida de misa. Helena, la más pequeña de las dos, se fijó de pronto en una mariposa naranja que fue a posarse en el moño alto de su compañera.
- ¡No te muevas Teresa! ¡Está justo ahí, en tu cabeza!
Teresa, quieta, con la mirada entre la sorpresa y el miedo, buscaba en Helena algo que la tranquilizara, que le indicara que no era un abejorro o, a lo peor, una avispa que pudiera enredarse en su pelo.
- ¡Quítamelo! ¡Quítamelo! ¿Qué es?
- No, no... no te muevas, es una mariposa enorme, naranja, con pintas negras y blancas en las alas, es preciosa -decía, y la miraba como miran los niños- te queda bien, ¿sabes? Te acaba de quitar 10 años de encima.
- En serio? -Teresa se irguió despacio luchando con la artrosis- Helena, anda, coge un alfiler y déjala entonces ahí, quieta, clavada en el moño -sonreía triunfal-.
- ¡Qué burra eres, hija! ¡Ni a los 60 se te pasan las ganas de destrozarlo todo! Ya ves tú cómo somos los humanos, ¿te crees que está a tu disposición? Si además ni siquiera la ves. Mira, os voy a hacer un favor.
Con una mano la espanta, y la mariposa vuela por encima de las dos mujeres.
- Sigo pensando que con un alfiler en el moño me habría quedado fantástica. Por cierto, ¿qué llevas ahí?
- Ahí, ¿donde?
- En la mano, bueno, en la muñeca.
- Ah, esto! Y se remanga mostrando un dibujo infantil de un reloj hecho a rotulador.
- Un tatuaje.
- ¿Eeeh? Anda ya, déjame ver.
- Mira, marca las cinco, ¡no lo toques!
Pero ya Teresa le había cogido de la mano y con el pulgar de la otra, untado en saliva, frotaba vigorosamente los contornos del tiempo.
- Quita he dicho, ¡coño!
- Pero qué hortera eres. ¡Las cinco! Podías haberte puesto una hora mas romántica, las 11 por ejemplo, ¡o mejor aún! Las 12, como Cenicienta, y vivir siempre a caballo entre la riqueza y el glamour y la miseria y las calabazas, con el tiempo justo entre lo que podía ser y lo que es... Las cinco!... Y por qué las cinco?
- Me lo pintó mi nieto cuando vino ayer a verme.
- ¿A las cinco?
- No, a las siete y media, pero me puso las cinco porque es la hora a la que le doy siempre de merendar.
- Pues si vino a las 7 y 30, ¿cómo le das siempre de merendar a las cinco?
- ¡Pues le doy y punto!, es nuestra hora de merendar. Él nocilla o chocolate, salvo que tenga también chorizo y le llegue el aroma a la nariz... Entonces decide una cosa o la otra. Dice que chorizo no le apetece, hasta que lo huele.
- ¿Aroma? ¿Chorizo? Tú estás majara, bonita. El aroma es para los perfumes, o para las flores. Aroma a lavanda, aroma a rosas, aroma a hierba recién cortada... Pero aroma a chorizo... Es como "O de sobac"! ¿Lo ves? Tenías que poner las 12, siempre mezclando lo fino con lo barriobajero, con lo tosco,... Aroma a chorizo... Anda vamos, levántate que son las 7 y 15, que tu reloj atrasa y nos esperan en el psiquiátrico para cenar.
Y por cierto, tu nieto vive en Roma y hace años que no viene, es como tu mariposa naranja.
Helena se levanta con desgana y comienzan el camino de vuelta. Un zumbido de avispas camina con ella.
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