por Julián Romera Gómez, Hijo y veterinario Trévago -Soria-, (1925), hijo de Alejandro y Eulogia
Estudios primarios en la escuela de Trévago y Castilruiz. El primer día de asistencia a la escuela fue testigo de la quema de libros de ascendencia monárquica en el patio de la escuela y aquel triste recuerdo le acompañaría siempre.
Entre 1938 y 1945 (fechas de final de la Guerra Civil Española y final de la Segunda Guerra Mundial), cursó el bachiller en el Instituto de Soria e hizo el Examen de Estado en la Universidad de Zaragoza.
Cursó la carrera de Veterinaria entre los años 1947 y 1954 en las Facultades de Madrid y Zaragoza, recordando con cariño y respeto al Catedrático de Farmacología, Terapéutica y de Veterinaria Legal, el soriano D. Félix Sanz Sánchez y al catedrático de Fisiología D. José Morros Sardá, al que se /e "colaban" en clase estudiantes de Medicina, para escuchar sus magistrales exposiciones
Diplomado en Sanidad en la Facultad de Medicina de Madrid, y Especialista en Inseminación. Artificial Ganadera. Titular interino en los partidos de Rioseco de Soria y Calatañazor y sustituto en Coscurita.
En el año 1965 accedió a un Circuito de Inseminación Artificial en el Valle de Benasque, con residencia en Castejón de Sos, iniciando la inseminación en la especie bovina de dicho Valle de Benasque, estructurando y organizando los circuitos.
Finalizó su actividad profesional en 1990, como encargado del Centro Secundario de Inseminación Artificial de Huesca, que estaba ubicado en la Granja de la Diputación Provincial, efectuando las recogidas de esperma de los sementales bovinos de raza pardea alpina y frisona; preparando las dosis tras el correspondiente estudio microscópico de concentración y vitalidad, para remitirlas a los distintos Circuitos Oficiales y a Veterinarios Titulares para su aplicación en las vacas, llegándose a inseminar más del 90 % del censo ganadero de la provincia.
En la actualidad reside en Soria "en la casa más típica y fotografiada por los turistas"; continúa colegiado en la provincia de Huesca.
Nació Alejandro en Villaverde del Monte (Soria) el 13 de diciembre de 1879, hijo de Juan Romera y Simona Sanz, en el seno de una familia numerosa.
Con los estudios que pudiera realizar en la escuela primaria de su localidad natal, marchó a cumplir con sus obligaciones militares, momento que aprovecha, imbuido sin duda por un notable afán de superación, para cursar los estudios de bachillerato y ante la falta de perspectivas laborales de otra índole, opta por ingresar como soldado profesional en el Escuadrón de Caballería de la Guardia Real.
Quizás por la influencia que pudiera recibir del veterinario militar de la Unidad, nuestro protagonista ingresó en 1905 en la Escuela de Veterinaria de Madrid, comenzando los estudios como alumno interno por oposición.
Alternando la instrucción, las guardias y los servicios de cuadras, cuartos, pienso, agua e imaginarías, con la asistencia a las clases teóricas y prácticas, el esforzado Alejandro finaliza sus estudios y obtiene el ansiado título en junio de 1910.
En su condición de guardia real, fue protagonista de un singular acontecimiento histórico.
El 31 de mayo de 1906, se celebró la boda del rey Alfonso XIII con Da Victoria Eugenia de Battenberg en la madrileña iglesia de San Jerónimo el Real.
Finalizada la ceremonia religiosa, el cortejo, escoltado por el escuadrón de la Guardia Real, entre los que se encontraba nuestro protagonista, emprendió su regreso a Palacio entre los vítores, aplausos del pueblo madrileño; al pasar por el número 88 de la calle Mayor, un anarquista catalán llamado Mateo Corral, arrojó desde el tercer piso del inmueble una bomba de fabricación casera disimulada en un ramo de flores, pero el impacto previo en unos cables, desvió la trayectoria y en lugar de impactar en el carruaje lo hace en la acera, junto al mismo. Los uniformes de la escolta se tiñen de sangre y veintitrés personas inocentes mueren como consecuencia del acto terrorista, pero los contrayentes resultan indemnes. Mateo Corral, detenido en Torrejón de Ardoz, acabaría suicidándose.
Posteriormente, la Casa Real editó un folleto agradeciendo y ensalzando el correcto comportamiento de todos y cada uno de los miembros de la escolta. Folleto que en más de una ocasión tuve el gran placer de leerlo y releerlo.
Finalizados sus estudios, solicitó y obtuvo la licencia en la Guardia Real trasladándose a Soria para dedicarse a ejercer la profesión durante el resto de su vida, que comenzaría en Muro de Ágreda, donde ejerció desde el 1 de octubre de 1910 hasta 30 de septiembre de 1911.
Pasó luego a Trévago, partido veterinario formado además, por las localidades de Fuentestrún, Montenegro de Ágreda, Matalebreras, Valdelagua del Cerro, Magaña, El Espino, Suellacabras y Valdegeña en el que permanecería durante veinticinco años, desde el 1 de octubre de 1911 hasta el 30 de junio de 1937.
El 1 de julio de 1937 se trasladó a Castilruiz, cuyo partido veterinario estaba formado además, por Matalebreras, Sanfelices y Cigudosa donde ejercería hasta el 31de diciembre de 1940.
El año 1941 lo comenzó en el partido veterinario de Pozalmuro, que aglutinaba a las localidades vecinas de Villar del Campo, Valdegeña, Aldealpozo, Omeñaca, Tajahuerce, Hinojosa del Campo y Pinilla del Campo, donde ejerció hasta primeros de enero de 1948, localidad donde falleció, cuando estaba en puertas para alcanzar la jubilación reglamentaria.
Recuerdo con detalle el sentimiento de compañerismo de mi padre para con los veterinarios de los partidos vecinos y su reciprocidad, bien cuando debían alternarse en atender a sus clientes por ausencias o bajas por enfermedad o en la resolución de casos cuya naturaleza les superaba, efectuando consultas y la reciprocidad en estas atenciones.
Quizás sea la primera lección que recibiera, siendo yo todavía un joven estudiante.
Las labores profesionales que desempeñaba, en atención al desempeño de su cargo profesional, eran muy intensas y variadas.
Por una parte, la asistencia clínica a los animales domésticos de las diversas especies que formaban la cabaña cada partido, especialmente el ganado de trabajo, con las dificultades de comunicaciones que existían.
Recuerdo también el rigor con el que llevaba a efecto la inspección microscópica de productos cárnicos procedentes de los cerdos sacrificados, tanto para autoabastecimiento, como para su posterior comercialización.
A tan connotado y titánico bregar, hay que sumar los trabajos a realizar en la casa-residencia, donde tenía taller de herrado y clínica para visitar los semovientes a los que, según el caso, se les aplicaba los tratamientos quirúrgicos que se requerían en cada caso, practicar cauterizaciones, extirpación de abscesos, castraciones, extracciones dentales o cortar remolones que sobresalían entre los dientes.
En estos menesteres a domicilio, por mi corta edad en esa época, solamente podía asistir como mero espectador, pero recuerdo perfectamente a mis hermanos mayores facilitando al alcance del maestro-operador los "botones o puntos", las "palas o reglas", al rojo vivo en uno de los extremos, para ser aplicados como cauterizantes en los procesos crónicos a tratar, esto es "fogucar" que dirían los ganaderos asistentes, teniendo listos y a mano, tijeras, bisturí, erina, agujas con hilo apropiado para efectuar suturas, así como jofaina, jabón y toallas.
La mayor contribución en estos menesteres provenía y buen mérito le correspondía, al hermano de mi padre mi tío Salustiano Romera Sanz, quien atendía la fragua para que todo estuviera listo y en su "punto" para ser utilizado, ejerciendo como herrador. Ocasionalmente, contaban con la ayuda de un aprendiz o criado de forja y herrado. Teniendo en cuenta que en los pueblos algunas de las calles son más o menos empinadas y que, en la época invernal, se cubrían de hielo y nieve por espacio de varios días, era requisito indispensable efectuar el herrado y claveteado especial, para prevenir posibles y lamentables accidentes por resbalones, ya que en estas circunstancias los animales solamente salían de los establos para abrevar una o dos veces al día en los pilones de la fuente del pueblo.
Otra ocupación de mi padre era la asistencia y dirección de la doma en el picadero-arena de los briosos potros, así como su entrenamiento, aplicando los conocimientos adquiridos durante su época de Guardia Real. El lugar destinado a picadero estaba situado en la parte final del frontón del juego de pelota y muy cercano al patio de las escuelas. Los potros a domar eran hijos de sementales de remonta y garañones para el cruce de yeguas de vientre, todos ellos con registro de alta calidad y nacidos en la casa-residencia bajo su cuidado y supervisión profesional.
Al participar estos magníficos ejemplares de recría en exposiciones y concursos nacionales y extranjeros, consiguió mi padre notables premios y distinciones, habiendo constancia de ello en los diplomas enmarcados que pendían en las paredes de su recibidor-despacho habilitado para visitas y consultas.
El escaso tiempo de ocio que disponían, tanto mi padre como mi tío, lo dedicaban a una de sus aficiones favoritas: la cinegética.
Con suma paciencia aguantaban horas de espera y desvelo, con el objetivo principal de conseguir la caza del jabalí, animal al que no se le podía dar la más mínima oportunidad de ventear y olfatear a los cazadores o a los perros acompañantes entrenados para la espera, pues si esto ocurría no bajarían ni saldrían de su habitáculo en plena Sierra del Madero, hecho que frustraría la oportunidad de conseguir la pieza.
De estas proezas cinegéticas, para conseguir tan preciado animal, no pocos han sido los logros obtenidos por los hermanos Romera Sanz (mi padre y mi tío), de lo que había sido constancia con varias pieles bien curtidas que se conservaron tendidas en los pies de las camas, a modo de alfombras, así como de los largos colmillos que servían de adorno en las vitrinas.
Las carnes eran degustadas con deleite después de bien inspeccionadas y los protagonistas que obtuvieron las piezas-trofeos, satisfechos a cual más, se dejaron fotografiar junto a las piezas cazadas y con vecinos y amigos. Algunas de esas fotografías han aparecido publicadas, muchos años después en la revista "La Voz de Trévago" que publica con carácter semestral, la Asociación de Amigos de Trébago.
Los medios de locomoción utilizados por mi padre para el servicio que tenía que atender, consistieron en el caballo de montura hasta el año 1933 ó 1934 y desde esta fecha hasta la mitad de 1937, poco más o menos, los desplazamientos eran alternados, esto es, en caballo y en automóvil, un Ford modelo T con matrícula de Soria, que le daban más presteza y comodidad, pero como no siempre los caminos vecinales y carreteras se prestaban para ello, de ahí la alternancia con el uso del caballo que, dicho sea de paso, el conjunto era digno de haber sido filmado, ya que casi siempre para comodidad del jinete, el caballo caminaba al "paso ambladura" acompañado del perro como fiel amigo.
El coche que lo compró residiendo en Trévago, fue requisado por las tropas del ejército de Franco a mediados de 1937, sin que volviéramos a tener la más leve noticia de su paradero, ni del cuál pudo ser el final de dicho vehículo que tanto esfuerzo económico le costó a mi padre.
---------------- Nota de la Redacción El presente artículo es copia del aparecido en el libro "Veterinaria Soriana" (1907-2007) Haciendo Camino. Libro Conmemorativo del Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios de Soria. Soria, 2008
Editado por la Excma. Diputación Provincial de Soria.
Para ello hemos contado con la autorización, tanto del Colegio de Veterinarios, como del propio autor, socio de la Asociación de Amigos de Trébago.
Sobre D. Alejandro Romera Sanz han aparecido varias referencias a lo largo de los ejemplares de La Voz de Trébago (revistas 5, 9, 19 y 22). En esta ocasión, el artículo aquí reproducido, elaborado por su hijo Julián, también veterinario, está íntegramente dedicado a él.
La foto que se incluye aquí es distinta de la que aparece en el artículo mencionado, y fue realizada por D. Manuel Carrascosa Lázaro.
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