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Recorriendo el camino de los arrieros



por Conchita Delgado Escribano

Durante muchos años, con frecuencia oí a mi padre contar sus andanzas que como arriero vivió en los años 50 y que contamos mi hermana y yo en la revista nº 12 de La Voz de Trébago.

El día 14 de julio de este año, 2009, decidimos recorrer el camino con Isidro Martínez Sánchez, porque fue él quien acompañó a más de un arriero de Trébago en algunas ocasiones, y sobre todo, ayudó a mi padre una vez en la que se puso muy enfermo en Cincovillas, lo trajeron al pueblo en taxi acompañado por el médico, y fue Isidro quien se encargó de ir a buscar los machos y el carro que se habían quedado en Cincovillas.

Disfrutamos oyendo a Isidro la historia que tantas veces oímos contar a nuestro padre. Nos recuerda que mi padre iniciaba el viaje desde Trébago al amanecer, con el carro tirado por dos machos y un burro, cargado con vino y vinagre que previamente había comprado en Corella (Navarra). Había que llegar a Soria para dormir en la posada que estaba allí, cerca de los Arcos de San Juan de Duero. En las posadas se llenaba un saco grande de paja y ése sería el mejor colchón que les servía para dormir en el portal.

A las 3 ó las 4 de la mañana había que levantarse para apiensar a los animales, para, al amanecer, recorrer la siguiente etapa hasta Cobertelada. El precio de la posada incluía un tanto por la comida de los animales y por la cena del arriero.

La mercancía la llevaban en cubas y en pellejos, que elaboraba en Soria, con piel de cabra, el botero al que llamaban "el mudo".

A los pueblos a los que el carro no podía llegar porque no tenían camino, se repartía la mercancía con la ayuda de los machos que, aparejados con las bastas, permitían cargar los pellejos con el vino y el vinagre.

Para alumbrarse cuando se hacía de noche, llevaban un farolillo que tenía dentro una vela. Así los podían ver mejor. Menos mal que entonces era raro encontrarse con un coche.

Mientras seguimos nuestro viaje, nos sigue contando Isidro que por estas tierras había muchos arrieros. Unos compraban ovejas en la zona de Almazán en primavera, y las vendían en la feria después del verano. Que los de Castilruiz iban a la zona de Pinares a comprar madera, que luego vendían por tierra de Aragón y Navarra.

Se celebraban ferias en muchos pueblos, donde se compraban y vendían animales. La feria de Noviercas era el 18 de octubre. Allí fueron una vez Isidro y mi tío Benigno, cuando tenían 14 y 16 años, con el tío Goyo (Goyo Córdoba) a llevar unas ovejas a vender de la tía Luisa, madre de Gumersindo Delgado. Había unos 32 Km desde Trébago, que hacían a pie con el rebaño. Fueron por la sierra, a cruzar por el Boquete Castellanos hasta El Villar, de ahí a Pozalmuro a dormir, y al día siguiente, a las 8 de la mañana estaban en Noviercas. Nos cuenta que Goyo se adelantaba a por setas, para preparar la cena.

Y así, entre chascarrillo y chascarrillo íbamos llegando a los destinos elegidos.

Cuando en el camino de ida llegamos a Cobertelada no encontramos a nadie que recordara a mi padre, pero Isidro nos fue enseñando dónde estaba la posada, dónde se accidentó mi tío Benigno, que en aquel viaje le acompañó para traer el carro y los machos, dónde estaba la ventana en la que el cura dejaba el garrafón para que se lo llenara de vino dulce, por riguroso turno Roberto o Gumersindo Delgado, etc.

La historia de aquél accidente merece una explicación. Mi padre, en 1949, se puso muy enfermo en Cincovillas. Le atendieron los posaderos, el médico y acudieron en su ayuda todas las mujeres del barrio. En vista de la gravedad, el médico le acompañó con un taxi hasta Trébago, dejando allí las caballerías y el carro. Para recogerlos fueron en el taxi Isidro y mi tío Benigno. De vuelta ya con los animales y el carro, llegaron a Cobertelada, donde mi tío Benigno se cayó del carro, e Isidro tuvo que traerlo en taxi a Trébago y volverse de nuevo, esta vez solo, a recoger los animales y el carro. El viaje de vuelta fue ya sin ningún percance, y pasó primero por Cueva de Ágreda a dejar el cargamento de sal que dejaba allí mi padre. Antes de que se fuera la primera vez a buscar las caballerías y el carro, mi padre le advirtió: cuida, que tengo en el carro una cuba llena de puros... Con la ganancia de aquel estraperlo pudo pagar todos los gastos ocasionados por la enfermedad.

Continuamos viaje a Barahona buscando a algún descendiente de los posaderos de entonces, el tío Celestino o Teodosia, pero no hubo suerte.

Nos fue mejor nueve kilómetros después, en Villasayas, donde además de ver en su iglesia un pórtico románico precioso descubierto hace pocos años, las hermanas Elena y Gregoria Ruiz Pastor nos contaron que, tanto Santiago, como Gumersindo y Roberto paraban en la posada de su abuela, María de Miguel, y recordaban con cariño a "los agredeños" (así llamaban a los arrieros de La Rinconada), que cuando eran niñas iban a vender el vinagre y el vino rancio por allí.

Continuando el camino llegamos a Cincovillas. Fue una sorpresa encontrar, en la "posada de San Vicente" a Felisa Ibáñez, hija de los entonces posaderos -Laureano Ibáñez y Francisca González-, y a su marido, Pedro Serrano, y sobre todo para ellos cuando me identifiqué como la hija de Roberto Delgado.

A los dos se les saltaron las lágrimas y me dieron un montón de abrazos que estoy segura mi padre contempló desde el cielo. Juntos nos relataron aquel día de agosto de 1949 en que mi padre se puso malo y todos le ayudaron: Francisca, Laureano, Felisa, Esperanza, Brígida, Concha, Lumi y todas las mujeres del barrio. El médico de Atienza, D. Boni Escudero, viendo la gravedad del enfermo, lo acompañó en el taxi hasta Trébago. Pasado un año, mi padre volvió a Cincovillas, y para celebrar su recuperación y agradecer el buen trato recibido, invitó a vino rancio a todos los hombres y mujeres del barrio. Nos cuentan que llenaba un vaso hasta arriba para cada uno, y que cuando se lo habían terminado, llenaba otro, y otro más... Algunas mujeres, poco acostumbradas a beber, volvieron a su casa muy contentas.

Nos cuentan también que en Cincovillas, el cura párroco, D. Juan Hidalgo, le compraba también a mi padre el vino rancio.

No llegamos a Angón, donde también mi padre vendía, pero Pedro y Felisa nos recordaron cómo en una ocasión el perro que llevaba mi padre se comió una vuelta de chorizos del tío Claudio, el posadero, motivo por el cuál mi padre le dio tal paliza al animal que lo dejó muerto y pidió al posadero que a la mañana siguiente lo llevara a tirar más lejos. Cuando el tío Claudio fue a retirar al animal, ya no estaba allí. Y para sorpresa de mi padre, tres días después de su vuelta a Trébago vio llegar al perro que había dado por muerto a más de 130 kilómetros.

Continuamos viaje hasta Albendiego, provincia de Guadalajara, porque allí iba mi padre a cargar puertas y ventanas. Unas que dejaba en Almazán para su distribución y otras que traía para La Rinconada. El resto de la carga era de sal que compraba en las Salinas de Imón o de Medinaceli, y llevaba la mayor parte a Cueva de Ágreda para el ganado.

Tuvimos suerte en Albendiego de encontrar a Isaac Alonso, de 84 años, hijo de Elías Alonso, dueño de la posada en la que se hospedaban, primero, mi abuelo José y su hermano Celestino, y después Roberto y su primo Gumersindo, que siguieron la tradición y el camino de sus padres.

Elías Alonso, además de posadero, era carpintero y hacía puertas y ventanas que Gumersindo y Roberto llevaban a Cincovillas, Barahona y otros lugares. Nos cuentan que, en este pueblo, en cada casa había uno o más carpinteros que trabajaban el pino.

Cuando encontramos a Isaac Alonso estaba con otros contertulios echando la partida. Entre ellos estaba Cándido Luengo Sanz, que nos comentó que conocía también, de aquellos tiempos, a Gumersindo, Higinio y Rafael Delgado.

En animada conversación nos cuentan que "los agredeños" paraban en Albendiego y ya no podían seguir con el carro porque no había camino. Entonces, trasvasaban el vino rancio de las cubas a los pellejos y lo llevaban en caballerías a vender a otros pueblos de alrededor, tales como Condemios, Galve, Cantalojas, Majaelrayo, Valverde, Hiendelaencina... Para ello, se quedaban 15 días en la posada.

A la vuelta de Albendiego entramos de nuevo en Cobertelada, donde tuvimos la suerte de encontrar a Toribia Moreno García, sobrina de Vicente Moreno y Valentina García, que nos contó que sus tíos tenían la tienda y le compraban el vino a mi padre, y ella en más de una ocasión ayudó a descargar las cubas. La que fuera posada, hoy es una casa particular que compró a los hijos del posadero su actual propietaria, Dª Adoración Ballesteros.

Pudimos corroborar en nuestro viaje la sacrificada vida de los arrieros, la hospitalidad de la gente de los pueblos que recorrieron y el cariño con que hoy siguen recordando a "los agredeños".

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