por Santiago Lázaro Carrascosa
Los Hoyos o Pozos de Lavar no eran nada más que unos pequeños remansos, a manera de embalses, que las mujeres del pueblo, desde tiempo inmemorial, tenían construidos sobre el lecho del Río Manzano y de las otras corrientes de agua, más o menos permanentes, como El Canalón y El Salmocho.
Ponían, unas piedras, "parada" les llamaban, en el lecho del río, y eso hacía que el agua se remansara, siendo, al mismo tiempo, enteramente corriente. Después, en las orillas, tenía colocadas unas losas, "piedras para lavar", y sobre ellas y con el agua corriente, lavaban la ropa de la familia, así como cuantas prendas, aperos, utensilios o enseres susceptibles de ser limpiados mediante agua y jabón, se usaran en el curso de la vida labradora.
Había algunos pozos u hoyos, que lo eran por costumbre, en donde también se limpiaban los intestinos y demás vísceras provenientes de las matanzas caseras, que antiguamente eran muchas.
Mencionamos esta cuestión de los Pozos u Hoyos de lavar ya que era una costumbre, a la vez que faena tradicional, que hacía que cada jefa de casa se esmerara en tener la ropa más limpia y mejor lavada del pueblo. Era de todas maneras una faena muy dura y trabajosa para las esposas e hijas de los labradores, sobre todo en invierno, en que con temperaturas rondando los cero grados iban a lavar, e incluso, en ocasiones, tenían que romper el hielo del río para poder realizar su faena. En verdad que son dignas de verdadera consideración y homenaje las mujeres trebagueñas, que de muchos siglos atrás vinieron realizando estos trabajos, propios, y a veces por cuenta ajena, tan duros y penosos, parejos si no es que más, con las arduas faenas de los agricultores, sus esposos, padres o hermanos, en el campo.
Nosotros, que de pequeños vimos realizar muy penosamente estos trabajos a nuestra madre y hermanas, no podemos menos de sentirnos solidarios y orgullosos de ellas, y les rendimos grande, honroso e incondicional homenaje de reconocimiento y agradecimiento.
Era, sí, una faena dura y penosa, pero también no dejó nunca de tener sus alicientes y momentos agradables y esparcimiento para las mujeres, particularmente para las mozas, sobre todo en el verano, y en el buen tiempo de primavera y otoño. Además era un motivo u ocasión de reunión entre vecinas y amigas, y a fe que todas ellas se divertían de lo lindo con la charla que en verdad no dejaban que decayera un solo momento.
Como en cualquier reunión, social, no todo había de ser armonía en estas reuniones lavanderiles, y de vez en cuando surgían las discusiones y los pleitos entre dos o más mujeres, solteras o casadas, que en ocasiones llegaban a las manos, "tirándose del moño", algunos cubetazos de agua, e incluso dándose algún buen remojón, cuando alguna de la reyerta, o las dos, caían al agua, dando el espectáculo, para todas las demás. Desde luego, "la sangre no llegaba nunca al río", como dice el refrán, y eso que el río estaba bien cerca, pero sí sucedían estas discusiones que son normales en cualquier seno de cualquier sociedad o reunión, o relaciones periódicas entre individuos, y en estas reuniones en los Hoyos o Pozos de Lavar, compuestas por señoras, no iba a existir la excepción, y no existía.
Esta faena de lavar era aprovechada con bastante frecuencia por las mozas en edad de merecer, o con novio, para realizar sus requiebros, citas o insinuaciones, al varón de sus preferencias, y no pocas reuniones debidas a la obligación del lavado de la ropa de la familia fueron el inicio, o la continuación, de noviazgos que terminaron felizmente en la creación de nuevos hogares labradores.
Y cuántas generaciones han debido realizar todas estas mismas fases de vida trebagueña, como la de tantos pueblos castellanos, hasta que ahora, debido a los adelantos modernos, estas faenas, a la vez que costumbres, han desaparecido para dar paso a disponer en la casa del agua corriente, de la calefacción y de los aparatos mecánicos, entre ellos las lavadoras automáticas y secadoras, que eviten la penosa faena de tener que lavar a la intemperie y manualmente. Se ha evitado el trabajo duro pero, al mismo tiempo, se ha perdido una faceta costumbrista, amena, tradicional y característica de Trébago, y todos los pueblos, que también era interesante y plena de vida y contenido humano. Por todo ello es por lo que queremos dejar escrito todo lo que esto significó en su tiempo y que nosotros todavía alcanzamos a vivir.
Igual que en los párrafos anteriores hemos explicado cómo ha desaparecido la faena-costumbre de lavar en los Pozos u Hoyos de Lavar, también respecto a las fuentes y sus embalses ha sucedido otro tanto de lo mismo. Antaño había un gran número de cabezas de ganado ovino y caprino, fundamentalmente; existían muchos pedazos de monte, actualmente roturados y dedicados a la siembra de cereales, prácticamente todo el monte; éste, el monte, proporcionaba a los trebagueños la leña, que era indispensable en un hogar que se preciase de serlo, pero claro, había que ir a buscarla al monte que es en donde se encontraba; igualmente, había en la sierra multitud de pequeños huertos para hortalizas que algunos vecinos los cultivaban con esmero; por último, en el monte y la sierra, había abundancia de caza, que fue hasta hace bien poco un componente no despreciable para sacar adelante la economía familiar bastante corta. También se circulaba en plan arrieril, con bastante frecuencia, por las sendas y caminos que en todas direcciones cruzan la sierra y el monte.
Si nos fijamos, en todas estas faenas o actividades reseñadas que tenían que realizar los trebagueños, veremos que todas ellas tienen en común un factor muy necesario: el uso del agua. Los ganados la necesitan, igual que el comer; los hombre, para sus faenas agrícolas y de leñador, igual; los huertos, para que puedan regarse, necesitan igualmente agua; y el cazador y el arriero, también pueden necesitarla, y la necesitan en cualquier momento, aparte de que cualquier excursión, cinegética o no, si se complementa con la existencia de una fuente y su embalse correspondiente, resulta, qué duda cabe, mucho más interesante y placentera. Bien, si esto es así, nada de extraño tiene que antaño todas las fuentes del término, absolutamente todas, permanentes o intermitentes, estaban perfectamente cuidadas, limpias de malezas, y hasta en muchas ocasiones arregladas en su nacimiento, en forma de piletas, con caños, de teja u otros materiales, para que se pudiera recoger cómodamente el agua. Todas ellas, a falta de esto, tenían su remanso que embalsaba cierta cantidad de agua. Lo mismo ocurría con los pequeños embalses que casi todas ellas tenían, cuando el agua que éstos recogían se destinaba a regar los pequeños huertos que los vecinos habían roturado en el monte. De esta manera, cuando alguien en un momento dado necesitaba de la respectiva fuente, echaba una mano, y arreglaba el pilón y limpiaba de maleza los aledaños del manantial, tratando de formar una pequeña pradera en la que poder merendar o comer si llegaba el caso.
El resultado era que todas y cada una de las fuentes estaban bien cuidadas, libres de malezas y bien recogido su caudal, porque todas ellas eran útiles a la comunidad y formaban un engranaje vital más del desarrollo de la vida de los trebagueños, vida comunal, en comunidad, llevada a su máxima expresión, al poco tiempo de la reconquista, cuando estos terrenos, igual que el resto de los castellanos, y algunos aragoneses, se organizaron política, social y económicamente, en Comunidades de Ciudad o Villa y Tierra, dentro de las cuales estaban, como base de la institución comunera, el Concejo de cada pueblo o lugar, también con amplias competencias autonómicas, para desarrollar la vida comunal de todos los vecinos.
Otro beneficio complementario que añadían las fuentes y sus balsas a la comunidad era que facilitaba en gran medida la caza mayor del jabalí, ciervos, venados, etc., pero fundamentalmente los de la primera especie, ya que son animales que les gusta mucho bañarse y zambullirse en hoyos o balsas llenas de agua, y de esa manera era como más fácilmente se podían cazar. Los otros animales usaban estos embalses como abrevaderos; también esta circunstancia era favorable para poder cazarlos mejor y con mayores probabilidades de éxito en cada expedición cinegética.
Desaparecido totalmente aquel modo de vida, y cambiado todo el sistema de orden económico, las fuentes y sus embalses dejaron de tener importancia porque no eran útiles para el nuevo modo, y se han ido abandonando paulatinamente, salvo muy raras excepciones, y éste es el momento actual en que los embalses se han cegado y el lugar de salida del manantial se ha cubierto de maleza, habiéndose destruido todas sus pequeñas obras, hasta el punto de que en muchos casos es difícil su localización, pues el monte en conjunto también está cubierto de una espesa y tupida capa de vegetación. Otras, quién sabe por qué circunstancias, hasta dejaron de manar, siendo muy posible que en su lugar hayan brotado otros manantiales, que no se conocen, pero que si fuera necesaria su utilización como antaño, pronto se pondrían en condiciones de ser aprovechadas sus aguas.
Por último y para completar el apartado de explicaciones sobre los Pozos u Hoyos de Lavar, y como cosa costumbrista interesante, tenemos que decir que cuando una determinada señora tenía que lavar mucha ropa, decía que tenía un "camino" por lavar. Otra circunstancia digna de tener en cuenta, y que atestigua todavía más el trabajo tan penoso que significaba para las mujeres la faena del lavado, era que tenían que transportar dicha ropa, o lo que fueran a lavar, cargándolo ellas, con su propio esfuerzo, que también era muy trabajoso, cuando era mucha la ropa a lavar.
Y encima de todo ello, tenían que llevar también los útiles para su faena, como eran el cajón de lavar, el jabón, la almohada para apoyar las rodillas durante la faena y por lo menos dos "baldes" o cubos de amplia base y boca, de lámina de hojalata, en los que metían la ropa. Cosa curiosa era también la forma de llevar toda esta carga y sus implementos. Los dos baldes con la ropa los llevaban cargando sobre la cabeza, en buen equilibrio sostenido con mucha habilidad y destreza. Para preservar a la cabeza de todo ese peso, ponían sobre ella una rodaja hecha de trapos viejos o de borra, para que sobre ella descansara el peso del balde con la ropa, y no lastimara el cuero cabelludo. A esta rodaja, especie de mullido protector, se le llamaba "rodilla", nombre, igual que el de balde, de un buen castellano que se está perdiendo.
Ciudad de México, marzo de 1981.
Nota de la Redacción: Las fotografías que ilustran el artículo corresponden a la colección del trabagüés D. Manuel Carrascosa Lázaro.
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