por Begoña Abad de la Parte
El placer de dejar que me enseñes cosas que ignoro y saber así que me superas, que me precedes ya, que me sobrepasas y que, en fin, me sobrevivirás.
Saber que empiezas a vivir lo que ya me pasó y esperar que te sepa dulce y te sea leve.
Esperar que la sombra de mi pasado te proteja y que tu andadura sea más larga, más alta, más lejana, pero sobre todo que no te hieran los pies las mismas cortantes piedras del camino, que me encargué de lanzar al vacío para evitártelas, pero algo me dice que, mientras descanso en la noche, cuando bajo la guardia y me rinde el cansancio, alguien pone de nuevo enredos y tropiezos para quien venga detrás, y por más que trato de mantenerme alerta, de desandar lo andado para guiarte de nuevo, me noto flojera en las piernas, hijo.
Fíjate que me noto llegar la vejez cuando aún nadie la adivina, ni la cree y yo sé que está enroscándoseme en el alma, poquito a poco y sólo me pena que con ella se me nuble la vista y no pueda verte con nitidez; que se me ensordezca el oído y no te oiga llamarme (como cuando lo hacías de niño en medio de tu noche).
Sólo me pena que mi torpe caminar estorbe tu marcha ligera y hábil, ansiosa de cumbres que yo quise escalar y a las que nunca llegué.
¡Sé tan pocas cosas que puedan servirte y a veces tan mal sé decírtelas...!
Te contaría que sólo he sabido amar y nada hay tan doloroso para quien tan poco sabe, como sentir que se le cierra la entrada a un corazón cuando creía tenerlo conquistado, pero claro, eso no sirve de mucho para andar por la vida.
Te contaría que nunca he dejado de amar a pesar de saber que el esfuerzo se me escapaba como el sudor y se evaporaba como las lágrimas, pero ¿qué podía hacer si en nada encontraba más satisfacción y nada me parecía tan milagroso como dar y recibir en un misterioso intercambio, no siempre palpable o visible, pero no por ello menos real y fascinante?
En cuanto a ti, hijo, qué puedo contarte que no sepas... Imagino que a estas alturas ya me conocerás y no puedo mentirte o engañarte, aunque jamás lo intenté. Tendrás ya clara conciencia de todos mis defectos y si algún ejemplo he podido darte, ya estará a buen recaudo en tu corazón. Sacarás tus propias conclusiones y yo las escucharé cuando ya no exista y tú se las cuentes al oído a alguien a quien ames tanto como para explicarle eso que se siente en el alma toda la vida y sólo se dice en voz alta una noche, cuando se ha cubierto el cupo del amor y se afloja la lengua de vergüenzas y uno es, por una vez en la vida, niño de nuevo, vulnerable y extremadamente tierno.
Lo escucharé cuando el viento se lo lleve, porque esas cosas sólo le pertenecen a uno mismo, y si acaso al viento que me lo haga llegar allí donde me encuentre entonces.
3 de agosto 1996
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