Asociación
  Ayuntamiento
  Dejar tu Firma
  Fiestas
  Geografía
  Historia
  Noticias
  Qué hacer
  Rally
  Revistas
  Ver Libro de Firmas
  Alojamiento rural
 
     
 

Oficios, ocupaciones y trabajos a los que se dedicaban hace más de dos siglos los trebagueños, como base de sus economías vitales (V)



por Santiago Lázaro Carrascosa

Canteros y moleros, dos oficios ocupados en el mismo ramo de la talla de la piedra que, como su propio nombre indica, estaban dedicados el primero a sacar la piedra de las canteras y tallarla en bloques para usarlos en la construcción de toda clase de obras de albañilería. Este oficio de cantero tuvo su auge en la edad media y moderna, cuando se construyeron las grandes catedrales románicas y góticas y miles de iglesias y ermitas en todos los pueblos de España. Cada cantero tenía su anagrama y marca que dejaba grabada en todas y cada una de las piedras que bajo su dirección se labraran. Es natural que este oficio no fuera alimentado y mantenido en Trébago ni su entorno, por la edificación de catedrales, ni tampoco por la de iglesias o ermitas que ya pasaron en el tiempo, pero siempre había alguien que encargaba la labra de algún cargadero para alguna ventana o puerta, con algún dibujo, relieve inscripción, y de ello deriva que en 1760 hubiera dedicados a este oficio de canteros dos personas, D. Santiago García y D. Manuel Ruiz, siendo este último, además, molero.

Los "moleros" eran canteros, pero especializados en la talla de las grandes muelas para los molinos molturadores de trigo y cereales, para alimento de ganados los segundos, y el primero para el hombre.

Para ser molero hacía falta, en primer lugar, que hubiera en el pueblo canteras de piedra adecuada para ello, piedra de granito o piedra berroqueña, y en Trébago y su término las había y las hay en La Peña del Mirón, La Solana de la Cueva, Valdelacalera y en el Cerro de los Balcones en la Dehesa, que dan piedra berroqueña. Esta piedra es una especie de granito, muy dura y aparente para hacer las muelas. En todos y cada uno de estos parajes que hemos nombrado quedan todavía algunas muelas de molino a medio terminar y otras quebradas, lo que indica que allí tuvieron su cantera y taller los soleros de tiempos pasados.

Estas muelas de molino redondas y de gran diámetro son de plenas edades relativamente recientes, pues además había, y tenemos muestras de ello, otras muelas barquiformes, herencia de los molinos celtíberos, con tres patas labradas, y sobre cuya superficie agamellada se deslizaba el brazo triturador, también de piedra, y movido a mano, para moler los más diversos granos y otras materias. También en la Sierra del Madero, de la cual forman parte los lugares citados con canteras para muelas, y en el término de Villar del Campo en la falda sur del Madero, hay grandes canteras de piedra berroqueña, y muchas muelas a medio construir, y en otros lugares el hueco circular que dejó en la cantera la muela terminada perfecta y que fue a formar parte de algún molino de los pueblos aledaños.

Los canteros simples tenían abundante piedra caliza y arenisca para hacer sus labras de bloques. Excelente piedra de construcción aún sin labrar usada profusamente en Trébago.

Finalmente, otro trabajo que correspondía a los canteros era el de hacer los escudos nobiliarios y eclesiásticos, a base de los encargos que unos y otros les hacían. En Trébago no hay en ningún edificio ningún escudo nobiliario, pero sí hay uno eclesiástico, sobre una puerta de una casa, con el anagrama de los jesuitas. Parece ser el de un inquisidor. En cambio hay numerosas inscripciones enmarcadas en recuadros, y sobre puertas y ventanas, del nombre del propietario y fecha de su construcción. Varias son del siglo XVIII, y las más antiguas de 1725. Hay varios arcos en algunas puertas, de medio punto, muchos con piedras labradas, con jambas rectangulares y dovelas y claves también de líneas rectas, sin molduras ni labras. Lo mismo sucede en las diferentes construcciones de la iglesia, sacristía, pórtico, escaleras para subir al campanario, en que están hechas con piedra labrada, bloques también labrados en las fachadas y varias inscripciones en recuadros de piedra con fecha de construcción, anagramas de la iglesia, y unas flores símbolo de la Orden de Calatrava en el de la sacristía, indicando que el donante fue un miembro de esta orden militar. En la Casa Concejo también hay una buena fachada de piedra labrada, un arco de medio punto del mismo material, y como hemos dicho sobre el cargadero de lo que en tiempos fue la puerta principal del pósito, una larga inscripción, en recuadro, aprovechando todo lo largo del cargadero indicando cuándo y por quién fue construido dicho almacén (fue por Carlos IV) y fecha. La inscripción dice así: REAL POSITO AÑADIDO A EXPENSAS DE SUS CAUDALES REINANDO CARLOS IV AÑO DE 1792.

El mandar hacer en una casa esos cargaderos de una sola pieza de piedra de sillería en ventanas y puertas, con el nombre del propietario, fecha de construcción y, a falta de escudos nobiliarios, el grabado de algún arado, reja u otra herramienta de trabajo agrícola, denotaba que el propietario era un labrador del estado llano, de los considerados ricos. Efectivamente, en las cuatro o cinco casas que tienen estos cargaderos se leen, de mediados del siglo XVIII, apellidos como Soria, Berdonces y Carrascosa, que según el Catastro eran pudientes, y además Mayordomos y Administradores de nobles, como D. Fulgencio Carrascosa.

La antigua fuente construida en 1838 siendo Alcalde Pedro Martínez y Martínez, también tenía sus pilones, el que daba servicio a ganadería y el de lavar de las mujeres, así como el que recibía la descarga de los caños también estaban hechos de grandes bloques de piedra labrados, y el frontis de la fuente rematado en ángulo y con alero, así mismo labrado, está hecho por grandes bloques que tienen escrita la fecha de construcción y unos versos alusivos muy del gusto romántico que dice así:

AÑO DE 1838
Se reedificó por los vecinos
Siendo Alcalde Pedro Martínez y Martínez Largo
El blando susurrar suabe y ligero
Del caño de esta fuente, siempre cante
Cuanto puede el ingenio y Pueblo entero
Que quiso unirse a trabajar constante
Sediento llega, bebe, y placentero
Tu sed ardiente apaga en un instante
Mas confiesa después agradecido,
El bien que de este Pueblo has recibido

Afiladores era un oficio a veces especializado y ejercido por alguna persona a ello dedicada, aunque no tenemos noticia de que en Trébago estuviera representada esta actividad, por lo menos que nosotros sepamos. Los gallegos eran los que monopolizaban este oficio, y con su rueda de amolar, afilar, la muela, recorrían toda España ofreciendo sus servicios, y era una estampa costumbrista y amena ver a estos afiladores por caminos y calles de los pueblos anunciando sus habilidades para afilar todas las herramientas que tuvieran corte, mediante los silbidos de un chiflo, característico, y al que le sacaban diversas tonadas y sonidos, exclusivas de cada afilador. En la fragua del pueblo había instalada una muela o piedra de afilar, de gran diámetro, movida por el pie mediante un pedal, y con un depósito de agua, en la parte inferior para hacer más efectiva la labor del afilado, que servía, además de para preparar las herramientas del herrero, como cinceles, tajadera, etc., también para que cada vecino se afilara sus herramientas grandes de corte, como por ejemplo las hachas, azuelas, azadas, etc. y algún que otro cuchillo grande de cocina o de caza. O sea que en realidad el afilador como tal oficio, también se podría asignar a las labores del herrero y maestro de rejas. En ocasiones los vecinos afilaban sus herramientas, chicas y grandes, sobre piedras planas que ellos mismos se fabricaban, o sobre alguna jamba o dintel de ventana o puerta que era de piedra arenisca fina, aparente para dejar el corte fino. Tan es así, que en muchas puertas y ventanas se ve el desgaste producido por el roce de las herramientas sobre la piedra al afilarlas. A falta de la presencia de los afiladores ambulantes gallegos, en estas piedras finas, y en las que los habitantes se fabricaban, rectangulares y de pequeño tamaño, es en donde se afilaban toda clase de utensilios, como cuchillos, navajas, azuelas, tijeras, etc.

Carpinteros sí era un oficio permanente en Trébago, establecido con su taller y las herramientas adecuadas. No le faltaba trabajo, para las numerosas cosas y utensilios de madera, que eran de uso diario, en todos y cada uno de los hogares del pueblo, como bancos, sillas, mesas, cubos, etc., pero un campo en el que desempeñaba una gran actividad, era así mismo en la reparación y construcción de muchos objetos empleados en la agricultura y horticultura, como arados, partes de los mismos, tablas de tablear las piezas, etc. así como mangos para azadas, hachas, picos, palas. También fabricaban, a veces, horcas de roble y carrasca, así como palas para las faenas de trilla. Las herramientas utilizadas para este oficio no eran ni muchas ni muy complicadas, no por no necesitarlas, sino más bien por los pocos posibles económicos de que se disponía para adquirirlas de los modelos más recientes, de tal manera, que con serruchos o sierras, cepillos, garlopas, berbiquí, martillo, y sobre todo azuelas, que era la más utilizada, se tenía todo completo, para fabricar o reparar cualquier mueble o utensilio de los usados cotidianamente.

Los cesteros era otro oficio afín al anterior, porque usaban la misma materia prima para fabricar las cestas, canastos, azufradores, etc., nada más que estos últimos utilizaban las varas delgadas y flexibles de las mimbres y zaragatos, unos arbustos abundantes en el arroyo de Valmayor, para confeccionar sus productos. Estos utensilios de cestas, en sus mil variedades y para mil usos, canastas, etc., eran tan imprescindibles para el desarrollo de la vida pueblerina, casi como el comer, ya que sin ellos se dificultarían grandemente todas las labores agrícolas y las actividades normales de relación de vida o, cuando menos, las volverían muy lentas, difíciles y fatigosas. Cesteros, como oficio local exclusivo, no parece que hubiera ninguno en Trébago, ya que ese oficio estaba monopolizado por las cuadrillas de gitanos, que periódicamente acampaban en los aledaños del pueblo, en su marcha nómada de un lugar a otro, sin asentarse nunca en uno definitivo. No obstante, en algunos pueblos de los alrededores sí había gentes dedicadas a este oficio, y aunque no tengamos noticia de que haya habido en Trébago, es de suponer que sí lo habría, ya que habiendo materia prima, y necesitando los utensilios con ella fabricados, necesariamente debería haber quien los fabricara, aunque había muchos vecinos, habilidosos que se hacían ellos mismos las cestas y otras cosas de la misma línea. Este oficio era, además, una creación artística, ya que los expertos hacían verdaderos primores tejidos con las mimbres, incluso con figuras, dibujos, etc. y eran dignos de admirarse. Eran, como digo, más que artesanos, artistas.

Campaneros, oficio muy especializado y que, como su nombre indica, se dedicaban a hacer las campanas que los pueblos les encargaban para sus respectivas iglesias. Un tío abuelo del autor fue campanero, y aunque oriundo de la provincia de Santander, radicó en Trébago e hizo y fabricó multitud de campanas que todavía siguen funcionando en las iglesias y ermitas de muchos pueblos de los alrededores de Trébago, tanto en la Comunidad de Villa y Tierra de Ágreda, como en la de Magaña, como en la de Soria. Todavía conservamos algunas de las herramientas, y moldes de letras y dibujos y gravados, vaciados en madera de carrasca o boj, con los que hacía los moldes de cera, para que después, al vaciar el bronce fundido, quedara incorporada la inscripción y dibujo al cuerpo de la misma campana. Hay herramientas, como cinceles y limas y, la verdad, son utensilios dignos de ser conservados, pues son muestras de artesanías pasadas, que al igual que con los cesteros, éste de campanero tenía más de artista que de artesano. Eran unos excelentes artistas, ya que desde la selección de los materiales para la fabricación del bronce hasta que salía la campana, tenía que poner a prueba sus habilidades y práctica, e intuición para llevar a buen fin su cometido. Después de seleccionar los materiales y hacer la adecuada mezcla del hierro y del cobre, tenían que fabricar el horno donde fundirlos, faena de órdago y de pericia increíbles, después la confección del molde de la campana en arcilla, la colocación en el mismo de los dibujos alusivos y leyendas, la recopilación de la leña de carrasca o roble para mantener las altas temperaturas requeridas, el vaciado del metal fundido, y después a esperar si Dios quería que la campana no se quebrara, o saliera defectuosa, pues de lo contrario había que empezar de nueva la faena. Una vez que la fundición y vaciado habían salido correctos, empezaba la faena de pulido y acabado de la pieza a base de lima, para quitar rebabas, resquicios de fundición, bordes, etc., también trabajo agotador y duro, pero después ... ¡qué satisfacción al ver la pieza acabada y funcionando! Tal satisfacción está expresada en la leyenda que hemos visto en varias campanas fabricadas por D. Narciso Gúemes, el tío abuelo del autor, como por ejemplo en Cerbón, Trébago, La Omeñaca, etc. Dice así, con verdadero orgullo y satisfacción de su constructor: "Narciso Gúemes me hizo". Y la fecha de la fundición.

Zapateros y alpargateros, dos oficios ubicados en el mismo campo social, o sea el de procurar calzado para los habitantes y su correspondiente reparación. Eran oficios de mucha utilidad social, y en Trébago, hasta la cuarta década o quinta del siglo XX, siempre hubo dos o tres zapateros, con abundante trabajo. Era un oficio de artesanía, que reportaba bastante utilidad a los que lo ejercían, y además no faltaba nunca trabajo. En 1760 era zapatero de Trébago Juan Tejero.

Este oficio de zapatero requería tener un local adecuado, llamado vulgarmente cuarto, con las correspondientes mesas, la silla, las púas y chinchetas, cera y por supuesto las otras materias primas fundamentales, como la suela y los cueros curtidos. Las herramientas eran los martillos especiales, leznas y las imprescindibles cuchillas. Este oficio tenía también algo de social, como la fragua, ya que en los cuartos de los zapateros raro era el día u hora en que o había reunión de algunas personas, que con motivo de ir a encargar arreglos a sus zapatos o a hacer otros nuevos prolongaban la tertulia, en compañía de otros clientes y naturalmente del zapatero, que era el eje de la reunión, y que tomaba parte muy activa en la conversación, sin impedirle realizar su faena. Estos zapateros eran así mismo verdaderos artistas de su oficio, y confeccionaban verdaderas obras de arte en borceguíes, la prenda más frecuentemente hecha, zapatos, sandalias y toda la gama de modelos y clases de zapatos y botas, lo mismo para chicos que para grandes.

Alpargateros, no se tiene la demostración de que hubiera en Trébago, pero en tiempos, cuando se cultivaba el cáñamo, que es la materia prima más idónea para fabricar las suelas de las alpargatas, no es difícil que los hubiera. Se puede asegurar que así era en efecto, aunque no se tengan los respectivos nombres. Era un oficio no tan difícil como el de zapatero, y como las materias primas empleadas se las podía ordenar el propio fabricante trenzándolas, el cáñamo, no era raro que muchos o por lo menos varios vecinos, se fabricasen sus respectivas alpargatas con un poco de habilidad que tuviesen.

Los empedradores eran obreros manuales, cuyo cometido era cubrir con piedra las calles, portales, eras y cuantos pavimentos se les encargaran, buscando la cara adecuada lisa y plana de cada canto amorfo, que empleaba como materia prima, dándole el asiento correspondiente en una cama de tierra semi apisonada. Era un oficio también que tenía mucho de arte, ya que cuando empedraban calles o portales y habitaciones de personas pudientes, hacían verdaderos dibujos, y figuras muy bonitas con la combinación de piedras y colores de las mismas, que era un primor el verlas. Era oficio de mucho trabajo, que no abonecía mucho, y de bastante trabajo, ya que el empedrador tenía que estar durante todas las horas de su trabajo de rodillas o semi sentado y en posición muy incómoda, encima de la misma tierra. Era otra forma de poder ganar algunos reales o maravedises para ayudar a la economía familiar.



Empedrado en Magaña

Empedrado en Noviercas


En esta clasificación de oficios hay que anotar el de sastres y modistas, oficio artesanal, y desde luego tan necesario a la comunidad como los anteriores. En Trébago, como en casi todos los pueblos, había cuando menos un sastre y una modista, cuando no dos, de cada clase. En el año 1760 había dos personas dedicadas al oficio de sastres, que eran Juan Pascual y Francisco Domínguez. Desde luego no eran muchos los modelos de trajes y vestidos que tanto los sastres como las modistas llevaban a la confección, como así mismo tampoco eran muy variadas las clases de tela que utilizaban para sus confecciones. Los sastres hacían los pantalones y chaquetas de la clásica pana, rayada o lisa, lo mismo fuera para uso diario que para los días festivos. Y con las modistas sucedía lo mismo, usando lienzos y paños bastante fuertes para las faldas clásicas y trajes típicos de los pueblos castellanos, normalmente tejidos con lana virgen de oveja que tan abundante era en estos lares.

Oficios de actividades sociales para la comunidad.- Los albañiles, de los que siempre había dos o tres personas expertas en estos menesteres, eran oficios imprescindibles y muy necesarios para la comunidad. Su función, obvio, era la de construir y reparar edificios, fundamentalmente, las casas habitación, cobijo y hogar de la familia. En 1760 era albañil un tal Silvestre Lozano. Estos oficios independientes, e individuales, asistidos por la colaboración de los elementos masculinos de la familia, perduraron hasta el comienzo de la segunda mitad del siglo XX en que se convirtieron en operarios asalariados de las grandes empresas constructoras. Signo de los tiempos modernos. Eran personas también con algo de artistas, ya que se requería mucha lógica y habilidad para poder hacer las paredes con piedra sin labrar, y hacerlo con verdadera eficacia y elegancia, ya que era satisfactorio y bonito el contemplar una pared bien construida. Los albañiles, además de a la construcción y reparación de edificios, se dedicaban muy frecuentemente a blanquear y adecentar las fachadas e interiores de las casas, en particular, al acercarse los festejos de las fiestas mayores del pueblo, que se celebraban cada año, en el mes de septiembre.

Barberos, peluqueros y cirujanos eran tres oficios que por lo regular se concentraban en una misma persona, cuando menos hasta mediados del siglo XIX, en que la profesión de cirujano, unida a la de médico, se sistematizó y se preparó académicamente, rescatándola del empirismo que hasta entonces había tenido. Esto de la cirugía en manos de los barberos, además de que ellos tendrían su experiencia y práctica, se debía fundamentalmente a que disponían de las correspondientes navajas para afeitar, también útiles para hacer sajaduras, cortar algunas verrugas, y en fin para operaciones pequeñas y externas, con que atendían a sus clientes. En junio de 1829 se halla una escritura de cirujano y barbero, en el libro de actas, mediante la cual el Sr. Cándido Gómez se quedó con el oficio de barbero y cirujano, con la obligación de afeitar, rasurar todas las semanas una vez, a todos y cada uno de los vecinos. Se le pagaba una fanega de trigo por vecino y por año, y las viudas sólo pagaban una media, exceptuando los pobres comprobados que no pagaban nada. Al mismo tiempo que barbero y cirujano, ejercía el oficio de peluquero, que cortaba el pelo, cuando lo necesitaba, al vecino correspondiente, y también así mismo lo afeitaba. El rasurado se solía hacer una vez a la semana. En 1760 era cirujano D. Bernardo Tovar, al que se le pagaban 1.300 reales de vellón.

Practicante habilitado, boticario, médico, curandero y partera.- Eran cinco oficios de la misma área en su actuación, lo mismo que los barberos cirujanos, aunque en períodos de tiempo un poco distintos que estos últimos. Unos eran pagados y sostenidos por la comunidad de vecinos, y otros, como la partera, era de contratación individual para asistir a los alumbramientos. El practicante habilitado era una especie de médico, antes de la sistematización y preparación científica de la profesión, que recaía sobre la persona con algo de práctica y conocimientos empíricos adquiridos en el devenir de su vida, y además porque tenía afición y ciertas disposiciones, inclinaciones y habilidades, o sea talento natural para la práctica de la medicina.

El boticario, en esta época, caía dentro de las mismas características que el practicante habilitado o médico, y usaba así mismo de sus conocimientos farmacológicos, de las propiedades curativas de minerales, hierbas, granos, raíces, etc. El boticario recopilaba, recetaba y distribuía estos materiales a los enfermos. El puesto de boticario remunerado por el Concejo lo desempeñaba en 1760 un tal D. José Ferrando, por cuyo desempeño ganaba 1.170 reales de vellón al año.

El médico como tal profesión científica y académica empezó a funcionar, según el libro de actas consultado, hacía el año 1830, primera acta de contratación de médico, que nosotros sepamos. Dice así:

"Año de 1830. Pasó el pueblo de Castilruiz la razón, según escritura, de lo que corresponde pagar al médico a este lugar (Trébago) y es: En grano 106 medias y tres celemines anuales; en metálico por tercios, trescientos cincuenta y cinco reales de vellón y corresponde a cada uno (de los tres pueblos) ciento dieciocho reales doce maravedises; por renta de casa, anual, treinta y nueve reales, y de presente para la conducción del equipo y demás gastos, originados ahora y anteriormente, treinta y cinco reales y un maravedí. Firmado". A juzgar por lo anotado, parece que el médico era para los pueblos de Castilruiz, como cabecera, es decir residencia del facultativo, Fuentestrún y Trébago.

El curandero era el práctico, el de la medicina naturalista y popular, que siempre ha existido, existe y existirá en todos los pueblos y medios sociales, por más que la ciencia académica se empeñe en extirparlos y anatematizarlos. Siempre quedarán estas personas que tienen ciertas dotes naturales y facultades, y que son poseedores de algunas fuerzas todavía no bien reconocidas, ni menos estudiadas, y que ellos usan en beneficio de sus semejantes, y a veces, muchas veces, con excelente resultado. No es el lugar de ahondar sobre este fenómeno, enfocado desde su punto de vista moral, ético, de solidaridad humana y novo científico, pero de que alguna cosa o facultad excepcional poseen estas personas en el ámbito curativo, no cabe duda. Recientemente en todos los códigos de los países más modernos y adelantados, incluso España, se está prestando más atención a estos fenómenos, que no por ignorarlos olímpicamente dejan de ser una realidad constatable que actúa en el medio social lo mismo en los pueblos y aldeas alejadas, que en los grandes centros de población humana. Es un fenómeno que se encuentra en todas las épocas de la evolución humana, en todos los pueblos, en todas las civilizaciones y en todas las sociedades.

La partera era un oficio exclusivo en su práctica por las mujeres, por supuesto, de aquéllas que tenían o se habían ganado fama de ser expertas en el cometido de asistir a las parturientas en los alumbramientos de sus hijos. Por supuesto, estas mujeres no poseían conocimientos científicos, como las comadronas y asistentas de ginecólogos, modernas, y sólo por haber recibido alguna instrucción de sus antecesoras en el oficio, y por la observación que pudieran haber tenido ellas mismas, es por lo que se las tenía en el pueblo como entendidas en el parto. Realmente no servían de mucho, ni solucionaban, estas buenas mujeres, ya que no tenían preparación para ello, los graves problemas, que siempre se suelen presentar en los partos, que aún hoy son muy difíciles de solucionar. De todas maneras, estas servidoras públicas de las mujeres en trence de alumbrar sí daban sonsuelo psicológico y ayuda afectiva y tranquilizante, sin ellas saberlo, en sus actuaciones. Era un oficio aprendido como muchos empíricamente, que casi siempre tenía ocupación, y que no estaba catalogado como una función del Concejo, sino que cada futura madre que requería sus servicios, y eran todas las del pueblo en semejante trance, les daban su propina a manera de honorarios, por cierto bastantes menguados. Aún conocimos nosotros, y después de toda la asistencia médica y sanitaria, que ya estaba establecida, la actuación en Trébago de estas parteras, que realizaban su trabajo y asistencia con muchas y muy buena voluntad.


[anterior] [sumario] [siguiente]