Asociación
  Ayuntamiento
  Dejar tu Firma
  Fiestas
  Geografía
  Historia
  Noticias
  Qué hacer
  Rally
  Revistas
  Ver Libro de Firmas
  Alojamiento rural
 
     
 

50 años después...



por Eulalia Martínez Montes



Hacía por lo menos 50 años que no estaba en las fiestas de mi pueblo. Y para mí ha sido una experiencia inolvidable vivir estas fiestas del 2005. El Baile de la Virgen, el recorrido por los perolos, la subida a la Ermita, los disfraces de los niños, la comida popular, el chocolate, el bocadillo del jamón, la música, los gaiteros,... No me he perdido nada de la fiesta, salvo los disfraces de mayores porque hacía mucho frío, y según me han contado estuvieron también muy bien. Incluso, en el perolo de la alcaldesa, me comí 2 ó 3 trozos de melocotón en vino los dos días que pasamos por allí después del Baile de la Virgen, que estaba delicioso.
Después de tantos años sin estar en la fiesta, el revivirla con tanta intensidad me ha dado mucha alegría, y durante todos estos días que he estado en el pueblo, en los ratos de duermevela he ido recordando muchas de las vivencias del pueblo de cuando era pequeña.

De todas ellas, quiero destacar una relativa a mi hermano Paco, que en parte la vivimos juntos.

Cuando Paco era pequeño, de unos 6 ó 7 años, le salió un bulto grande en la espalda. El médico del pueblo se lo "sajaba", pero no se le terminaba de curar y se le reproducía.

Viendo que aquello no curaba, nuestro padre lo llevó a Soria para que se lo miraran allí a ver qué se podía hacer. Le dijeron que el Paco tenía que quedarse ingresado para que se lo quitaran, y cuando el padre se marchaba, el "mohete" se quedó llorando, por lo que el padre dijo:

"Si ha de morirse, que se muera en casa", y se lo bajó de nuevo a Trébago.

Coincidió que el médico de Magaña, D. Jesús Cubero, que lo era también de Pobar y Villarraso, cuando tenía que ir a Villarraso, donde vivía nuestra abuela Manuela, le dejaban en su casa los avisos de a quién tenía que visitar en el pueblo, por lo que tenían mucha amistad. Enterado del problema de mi hermano Paco, les dijo que él se encargaba del caso.

Como no era médico de Trébago, llevaron a mi hermano a Villarraso, y allí le operó D. Jesús. En aquella época no tenía anestesia, así que entre cuatro hombres lo sujetaron (él no se dejaba) y el médico le quitó el bulto y se vinieron a casa, porque no se quiso quedar en Villarraso. La operación se la hizo D. Jesús encima de un baúl, con una herida de casi 15 centímetros.

Como la herida era grande, había que hacer muchas curas, para lo que había que ir a Magaña cada dos o tres días.

Esos viajes son los que hacíamos mi hermano y yo, andando, él con 6 ó 7 añicos, y yo con 12 ó 13, cuidando de él. Nuestra madre le ponía a él una bufanda y a mí una toquilla, y nos decía: "no vayáis por el atajo, que tenéis que pasar el río y os podéis caer", pero no le hacíamos caso, y siempre íbamos y veníamos por el atajo, porque había que andar menos.

También nos decía que cuando llegáramos al alto sacáramos un pañuelo e hiciéramos señales con él. Así ella lo veía y se quedaba tranquila porque veía que ya estábamos allí. Y es que, en aquellos tiempos, ella no podía ir, porque era hornera, cocía el pan para los del pueblo, con mi tía Estefanía. Mi padre, todas las mañanas, iba a avisar a las mujeres para que amasaran (a las que les tocaba). Otros días iba a avisar mi tío Demetrio.

Para el viaje nos ponía nuestra madre un bocadillico con medio chorizo, y nos decía que lo guardáramos para comérnoslo a la vuelta, aunque la verdad es que antes de subir al alto, en el viaje de ida, ya nos lo habíamos comido. Allí, en Magaña, en casa del médico, su mujer nos preparaba un desayuno con leche caliente, que nos sabía a gloria.

Ese recorrido de ir y volver a Magaña andando lo hicimos muchas veces, hasta que le cicatrizó la herida, y el bulto le desapareció.

Otra de las anécdotas que recuerdo es cuando una vez vino mi primo Manolo y no le dejé coger pan de casa de mi abuela. Se fue llorando, y mi tío Isidro me dio una paliza que no se me olvida en toda mi vida. Era el padre de Emiliana, hermano de mi madre, y me quería con locura. Hasta que se murió, todos los años me escribía mi tío Isidro el día de mi santo.

Tenía otra sobrina, Manuela, que cumplía los años en febrero, y si yo no tenía carta el 27 de enero, la tenía el 27 de febrero, porque al final el hombre ya se equivocaba, y felicitaba a una sobrina confundiéndola con la otra.

Mi padre era el tío Felipe, el cabrero, y el tío Demetrio, el pastor, era mi tío. De "moheta" (aquí dicen muchacha), como era la mayor de mis hermanos, cuando parían las cabras tenía que salir todos los días a la entrada del monte a ayudar a mi padre a traer los cabritos. Me colocaba una alforgica, me metía dos cabritos a cada lado, y a repartirlos por las casas. De cada cabrito me daban una "perrica". No una perra gorda (10 céntimos de peseta), sino una perra chica (5 céntimos de peseta). Yo le decía a mi padre: ¡que por un cabrito me den sólo una perrica ...! ¡Pero si no son tuyos...! me decía mi padre. Y me insistía en que no cambiara los cabritos al repartirlos.

Cuando faltaba alguna cabra, mi padre, si no aparecía, tenía que pagarla. Si aparecía, viva o muerta, no. En el tiempo de los cabritos, cuando a mi padre le faltaba alguna cabra, salíamos mi hermano Felipe y yo a la entrada del monte, y allá mi padre nos dejaba las cabras y él se iba a buscarla. Mi madre, desde la ventana, nos sacaba un pañuelo y una lucica para que trajéramos las cabras al pueblo. Esa era la contraseña.

A la mañana, si mi padre iba a buscar la cabra que se había perdido, mi hermano Felipe iba a "tocar las cabras" para que las sacaran las mujeres. Y las llevábamos entre los dos a la entrada del monte y luego las cogía mi padre.

Para "tocar las cabras" se hacía sonar un cuerno, y todas las mujeres sacaban las cabras hasta la fuente, y de allí se sacaban al monte. El cuerno era en realidad como una caracola, que le habían puesto una pieza de metal y por allí se tocaba.

Cuando venían las cabras, se traían hasta la fuente y, luego, cada cabra se iba a su casa, ellas solas. ¡Qué listos son los animales!

Sólo recuerdo una vez que se dio por perdida una cabra, que luego apareció a los ocho días, muerta en un barranco.

También recuerdo que venían los Revilla, el padre y el hijo, los de la fábrica de Ólvega, a comprar cabras desde allí. Cuando venían les ayudábamos a sacar las cabras que habían comprado hasta Montenegro, y luego se iban ya ellos solos hasta Ólvega.

Como decía al principio, me lo he pasado muy bien en Trébago estos días de agosto que he estado. He disfrutado con las fiestas, jugando a las cartas y hablando con todo el mundo, y desde aquí quiero agradecer a todo el pueblo lo bien que me han acogido, en especial a Emiliana, la mujer de mi hermano Paco, en cuya casa he estado alojada todos estos días.

Un fuerte abrazo para todos,
Eulalia


Emiliana y Eulalia



Perra gorda



Perra chica



Denario



As

Nota de la Redacción: Incluimos aquí una fotografía de una "perra gorda" y una "perra chica". Obsérvese el parecido con las monedas Celtíberas de plata (Denario) y de bronce (As) que se conservan en el Museo Numantino, según fotografías que figuran en el libro CELTÍBEROS, de la exposición que se está realizando hasta el 31 de diciembre de 2005 en dicho Museo.



[Anterior] [Sumario] [Siguiente]