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Sensaciones (Volver a Trébago)



por Fernando Magdalena Martínez

Hacía tiempo que me rondaba por la cabeza hacer una visita a Trébago. Pero no quería hacer un "viaje relámpago" de esos que llegas a la hora de comer y te marchas cuando el sol empieza a caer.

Lo que yo quería era volver y disfrutar del pueblo, de la gente, dejar que volviesen a mí aquellos recuerdos de niño de mis veraneos o de aquellas Navidades de hace ya ...¡20 años!

Tenía que encontrar el momento apropiado, pero por unas causas u otras -porque las fechas vacacionales nunca son propicias o, por qué no decirlo, por simple dejadez por mi parte de "ya iré al año que viene"- no era posible.

He ahí que en este verano del año 2002 se juntaron, como si de un buen truco de magia se tratase, varios factores favorables. A saber: las vacaciones de verano se me "adelantaron" de manera que empezaría a disfrutar de ellas el lunes 12 de agosto -o sea, en plenas fechas de la Virgen-; por otra parte, tenía a mi tío Pepe todo el verano en el pueblo, como todos los años. Todo esto dio pié para que mi viaje pudiera ser una realidad.

Y el martes 13, ¡qué curiosa fecha para supersticiosos, ¿verdad?!, nos pusimos en camino -mi primo Carmelo que conducía, su hijo David y yo-. Cuando ya estábamos muy cerca, se apreciaba en el horizonte la inconfundible y majestuosa silueta del Torreón de la iglesia, auténtico símbolo de Trébago, que con el transcurso de los días pude apreciar en todo su esplendor -cualquier pueblo, por muy pequeño que sea, esconde en su interior verdaderas maravillas monumentales de épocas pasadas que hablan de otros tiempos cargados de gloria y leyenda-. Y cuando ya estábamos llegando miré a la "Nevera" para ver si había alguien. Y sí que había, en este caso, un chico joven.

Llegamos a casa de los abuelos y allí salió a recibirnos el tío Pepe, que llevaba más de un mes disfrutando del verano, como hace todos los años. Enseguida me instalé y nos fuimos a dar una vuelta. Comenzaba una tarde de reencuentros y de sorpresas, todas agradables.

Nada más llegar a la fuente, junto al Cubizaño, ya me encontré ahí con gente sentada tranquilamente en los bancos. Ahí estaban mi primo Miguel, Javi, mi tío Honorio, el Sindito, ... abrazos y saludos, momentos de animada conversación y de recuerdos.

La siguiente sorpresa agradable fue el Salón Social "Las Escuelas". La última vez que vi las viejas escuelas era un edificio triste y vacío, sin utilidad alguna. Lo que me encontré fue un lugar acogedor donde se reúne toda la gente para jugar a las cartas, tomar un café o una copa o, simplemente, charlar. De todo ello tuve cumplida referencia durante todos los días que estuve en Trébago. Debo hacer también mención a Blanca y a su familia, que siempre me atendieron con corrección y amabilidad. Pude ver que también era la Sede Social de la Asociación "Amigos de Trébago", nexo de unión no sólo de los vecinos del pueblo sino también de aquéllos que, por circunstancias diversas, un día se fueron a vivir lejos, así como de sus descendientes, como es mi caso.

Aquella tarde, tras saludar a "todo el mundo", nos fuimos -mi tío Pepe, Carmelo, su hijo David y yo- de paseo hacia el río, seco desde hace años. Siguiendo el curso del río, pudimos admirar el parque junto al Puente Viejo, con muchos árboles de reciente plantación y que, cuando crezcan, será un sitio con buena sombra. Nos llegamos hasta la balsa, donde yo recuerdo anécdotas de chaval -también mi primo Carmelo recordaba alguna travesura de sus años de infancia en el pueblo-. Seguimos camino hasta la cercanía de la ermita, de Valmayor, y volvimos al pueblo.

Después del largo paseo, recuperamos fuerzas en casa a base de una buena merienda, tras la cual Carmelo y David se marcharon y yo me quedé en Trébago, dispuesto a pasarlo bien y disfrutar plenamente de unos días de fiesta.

Aquel día lo terminé en el Bar de las Escuelas, hablando y hablando y saludando a gente. Fue una constante a lo largo de todos los días que estuve en Trébago: todo el mundo me recordaba -me parezco bastante a mi madre- y me preguntaba por mis padres; también me acordaba yo de mucha gente, sobre todo de los de mi edad, compañeros de juegos de aquellos veranos de hace tanto tiempo... Volver a ver a tanta gente -tíos, primos, amigos- después de algún tiempo estuvo bien.

El día siguiente fue más tranquilo en emociones. Dediqué la mañana a pasear, cámara en mano, por muchos rincones del pueblo. Así, me llegué hasta la ermita de Valmayor -yo siempre he dicho Malvayor- y pude admirar la fuente que ahora estaba seca y las pequeñas estelas de piedra que hay en sus alrededores; también me acerqué hasta la iglesia para apreciar las últimas reformas, pero estaba cerrada. Me quedé un rato contemplando el recio e imponente Torreón, verdadero icono de Trébago. Me llamó la atención también un panel anunciador sobre la "Ruta de los Torreones", recorrido turístico que pone en contacto a los pueblos de los alrededores en torno a sus viejas torres medievales con el fin de mantener vivas sus señas de identidad y de, a la vez, revitalizar la comarca y evitar el deterioro de la zona. Me parece, en fin, una buena iniciativa que yo no conocía.

El resto del día transcurrió plácidamente y ya se veían los preparativos para las fiestas que a punto estaban de dar comienzo esa misma noche, al menos en cuanto al escenario del frontón que iba a albergar a las diferentes orquestas durante estos días. También era día de reencuentros y de llegada de gente que, aprovechando el largo puente de la Virgen de Agosto, volvían al pueblo para disfrutar de las fiestas.

Aunque el tiempo no acompañó durante la tarde -estuvo lloviendo con intensidad hasta la noche-, el ambiente iba creciendo y el Bar se iba llenando de gente. Momentos de besos y abrazos, saludos de bienvenida de gente que, como yo, llegaba para pasar unos días de fiesta.

Aquella primera noche festiva estuvo animada. La orquesta dio marcha con su variado repertorio y hubo mucha gente bailando... y en los aledaños, tanto en la barra improvisada junto al Cubizaño como en el Bar. Y la juerga se mantuvo hasta altas horas de la madrugada -puedo dar fe de ello-.

Al margen del ambiente festivo nocturno, los siguientes días viví cosas que nunca había tenido oportunidad cuando mis veraneos infantiles -nunca tuve ocasión de estar en Trébago para las fiestas; ya estaba de vuelta en casa-. Tuve el privilegio de portar a la Virgen en procesión durante un tramo del recorrido -a la salida de la iglesia y también al final, antes de entrar a la misma-. También asistí al Baile de la Virgen, acto fundamental de las fiestas que atrae a mucha gente de la comarca. Siempre había oído hablar a mi madre en alguna ocasión del Baile de la Virgen, pero nunca había podido verlo y sentía curiosidad por conocer su desarrollo.

Los gaiteros convocan al pueblo con sus melodías por las calles. Es el aviso de que va a dar comienzo el Baile de la Virgen en la iglesia. Una vez allí, y ante una multitud que llena el templo a rebosar, dará comienzo el acto propiamente dicho. Y los gaiteros comienzan a tocar las primeras notas de una pegadiza melodía que se irá repitiendo una y otra vez.

Los danzantes, de 3 en 3, se van turnando en el baile, que consiste en unos sencillos pasos que muestran como una reverencia a la Virgen. Se colocan frente al altar mayor, uno en el centro y dos a los lados, y se van turnando, dando paso a otros 3 danzantes y así sucesivamente; incluso vuelven a repetir "actuación" aquéllos que ya han bailado ante la Virgen.

Esto es, en esencia, el Baile de la Virgen, del cual me llamó la atención ciertos detalles que lo hacen peculiar y diferente a otros. Así, resulta llamativo que se desarrolle dentro del templo y que los danzantes no pertenecen a ningún grupo folclórico, sino que es la propia gente del pueblo -o descendientes que viven lejos y han venido en estas fechas para bailar ante su Virgen y mostrarle su devoción-. Es una tradición que pasa de padres a hijos desde muy antiguo. Así, participan en el Baile desde gente de 80 años hasta niños de 8 ó 10 años. Yo mismo podría entrar en el Baile como hijo de trebagüesa, pero creo que eso hay que sentirlo desde niño y no es mi caso, que es la primera vez que lo veo.

Otra curiosidad es la duración del Baile. No tiene un esquema definido con un inicio, desarrollo y despedida sino que el Baile finaliza cuando ya no hay más danzantes para bailar o cuando los gaiteros dejan de tocar porque consideran que el acto toca a su fin. En lo que observé, los gaiteros estuvieron tocando ininterrumpidamente durante cerca de media hora -supongo que existe un acuerdo de tocar un determinado tiempo si los danzantes no han puesto punto final antes-.

Al finalizar el acto, la gente congregada premió con prolongados aplausos a los participantes y todos fueron saliendo de la iglesia para iniciar el recorrido de los gaiteros por las peñas o perolos y por las casas en las que se repartían pastas y bebidas, con el perolo como bebida principal.

Me uní al recorrido de la charanga al son de la música festiva que invitaba al baile. En las diferentes paradas pude degustar el perolo y las pastas y deleitarme con las espontáneas jotas o rancheras que brotaban de las gargantas de algunos, a los que en algún caso me uní -intención no me faltó, desde luego-.

Como no puede ser menos en las fiestas de cualquier pueblo, también pude disfrutar en estos días de comidas y cenas familiares, tan tradicionales en estas fechas. En compañía de tíos y primos, nos reímos un montón recordando cosas y contando algún chiste que otro, todo ello regado, como no podía ser de otro modo, con el sabroso perolo y alguna copa que otra, tras abundantes raciones de comida. Fueron ratos bastante divertidos, de esos que nunca ves la hora de levantarte de la mesa.

Pero había que poner fin para, por ejemplo, acudir al baile por la noche en el frontón. Por las noches se juntaba bastante gente al reclamo de la música, también venida de otros pueblos de la comarca. Había ambiente hasta altas horas de la madrugada, que se prolongaba tras el baile en alguna peña para echar un trago -"la penúltima" como se suele decir... -. La verdad es que esas noches no estuvieron nada mal ...

Lo que no pude ver fue la misa baturra cantada en la ermita el domingo. Me levanté temprano -a pesar de que me acostaba tarde la noche anterior, tengo buen despertar y enseguida estoy listo para una nueva jornada festiva- pero no conseguí coche para subir a Valmayor; para cuando quise subir, la misa ya iba mediada, así que decidí echar un vermouth para después disfrutar de la actuación de la rondalla de jotas en el frontón, que me gustó mucho -uno se emociona cuando oye cantar la jota-.

Ya esa tarde -domingo- finalicé mi estancia en Trébago. No pude quedarme para la comida popular que se iba a celebrar el lunes, pues tenía que volver a casa para resolver unos asuntos, aunque bien que me apetecía. Habría sido un gran colofón a unos días especiales para mí, de reencuentros, de emociones y de "momenticos", de conocer cosas y de sensaciones. En definitiva, volver por unos días a Trébago, tras muchos años de ausencia.

Me fui con la bolsa repleta de momentos agradables, pensando en que "ya falta menos para el año que viene", si es que las fechas vacacionales u otras circunstancias me son favorables, como en esta ocasión.

Y aquí termino mi relato. Tan sólo he pretendido contar un poco mi experiencia de esos pocos días de fiesta, de manera más o menos acertada, y compartirla con todos los trebagüeses/as y miembros de la Asociación "Amigos de Trébago".

Un fuerte abrazo para todos vosotros y gracias por todo.

Ribaforada (Navarra), 17 de mayo de 2003



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