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Un día iré a Trébago porque...
por Javier D. Narbaiza
Me llegaré un día a Trébago, aunque yo bien me sé que Trébago no es Comala, ni tampoco Macondo. El camino hacia Trébago me lo encontré en una tarde lluviosa de domingo, cuando abrí la ventana de internet, y allí estaba su silueta en blanco, nevada, con la torre sobresaliendo entre los tejados de un pueblo soriano, de los de parte del Moncayo, casi metido en Aragón, lugares de paramera en los que sopla el cierzo. Y desde esa ventana electrónica, sin verjas ni geranios, con el chapoteo del agua sobre el suelo del patio interior, en el sosiego de mi domingo madrileño, me sentí caminando por las calles empedradas de ese descubierto pueblo, conté las puertas cerradas, me senté junto a la fuente leyendo la inscripción y deambulé por un espacio en el que los vivos y muertos comentaban sus cuitas y echaban cálculos sobre las posibilidades de que arraigasen los nuevos plantones de árboles... Así es como me encontré con Juan Palomero y con su mujer, Conchita, cuando les pedí datos y peripecias de arrieros de Trébago que un día se marcharon hacia otras tierras, y me mostraron su mejor receptividad y disposición de ayuda en mi búsqueda. Y empezó a despertarse mi curiosidad sobre un pueblo pequeño y un notable esfuerzo colectivo, que eso de ir todos a una sí que es novedad y primicia en nuestra tierra soriana.
Antes de proseguir con el cuento entiendo que he de presentar mis credenciales, que soy un soriano de los que marchamos en la oleada de los sesenta, que mis ancestros se las apañaron y purgaron por la otra parte de la provincia, por los altos de Baraona, lindantes con Guadalajara, aunque estoy seguro que mi bisabuelo, que era albarquero de largo recorrido, tuvo que coincidir en la ruta con muchos arrieros de Trébago, y cada uno con sus mulos y su carga respectiva irían comentando sucedidos camino de Sigüenza, que fue plaza habitual hasta donde Ángel Del Castillo se llegaba en los días de mercado con sus ensartes de albarcas, en todas sus tallas y modelos, que eran distintas las de pastor que las de agricultor, por eso del escurrir de las piedrecillas del campo, y que las curtía con fórmula secreta y con piel, antes de que se aprovechase para suelas de las albarcas la goma de los neumáticos. El caso es que el bisabuelo, y muchos de Trébago, marchaban hacia Sigüenza, mi bisa con el propósito de cubrir los pies de los rurales de aquellos confines, y los arrieros de Trébago con dulce moscatel para más altos destinos, o sea para trasmutarse en la sangre de Cristo, que salvaba a los hombres, mas también estimulaba el ánimo de canónigos, beneficiados de la Catedral y titulares de otras parroquias y plazas de los contornos.
Y digo, que me enganchó la paginaué de Trébago, y la vocación trajinera de sus gentes de antaño, eso de ir de un lado para otro, de vender vino y aprovechar la vuelta para comprar puertas, ventanas, sal y lo que se terciase, siempre de aquí para allí, aunque toda la poesía y las canciones se hayan quedado para los pastores de las Tierras Altas que marchaban hacia las Extremaduras. Tras mi viaje sin moverme, o sea después de aquella tarde lluviosa en la que recalé en la paginaué referida, tras encantarme la labor sostenida, ahora que estoy metido en hacer cuento y recuento de sorianos desperdigados, que luego de encontrarlos y que se dejen entrevistar, me lo publican los domingos en DIARIO DE SORIA, en una sección que llamo CONVERSACIONES CON LA SORIA AUSENTE, y que anuncio que en breve sacaré alguna historia de Trébago y narraré los trabajos y conquistas de la Asociación, su rememoración de pasados y su voluntad y logro de arreglar fuentes, nominar calles, disponer viejos aperos, convocar ausentes, luchar contra la amenaza que se cierne en forma de tufos de gorrino, que esas cosas son batallas difíciles y más si los que la emprenden son los "veraneantes", como algunos de los censados nos llaman a quienes un día tuvimos que marcharnos, a pesar de que mantengamos casa y mucho amor al pueblo, amor que se evidencia en que los tejados no se hundan y que la vida sea agradable para los venideros, asunto que exige, entre otras cosas, que los gorrinos han de encontrarse a la distancia suficiente de los humanos... Por eso de que el "sistema" quiere meter a los gorrinos cerquita de las casas de los vecinos, me deduzco que Trébago no es un lugar absolutamente idílico, ni todo el día se respira sólo magia ni felicidad, y además en Trébago hay cabronazos que cierran las llaves de paso del agua, a mala posta, para que se sequen los arbolillos que con tanto tesón y esfuerzo se van plantando. En Trébago, además de las amenazas expresadas, constato que hay personal que odia a los árboles, y que habrá que pensar en poner en el sitio adecuado un cepo zorrero, para ver qué careto ponen cuando vayan a rematar su fechoría y el artilugio se les dispare y se cierre y se les quede la mano tonta y entonces se defenderán diciendo que ellos sólo querían cerrar la llave de paso para ahorrar agua...
De todos modos esos borrones no empañan la conseguida solidaridad y esfuerzo de la Asociación de Amigos de Trébago, que desde su sentido de piña sabrán defenderse de la amenaza de la proximidad de las granjas de gorrinos, y lo que de verdad sorprende es que tanto las gentes que se quedaron en el término como las que se fueron a Zaragoza o a Méjico, a Logroño o a Argentina, van y vienen, arreglan la fuente, instalan su cuchitril, que le llaman cubizaño, beben cava en nochevieja, ponen películas en verano, reforman las escuelas, buscan las memorias y el itinerario y las mercancías que llevaba cada arriero, recomponen historias y hazañas de emigrantes, mantienen el hilo con los primos de Méjico o de la Argentina, y se abren al mundo desde una página web... Y el suscribiente, un tanto cansado de su hacer urbanita y agitado, en su empeño de recapitular sorianidades y gestas de paisanos, cuando ha decidido exhumar sus vocaciones originales y adolescentes de contar cosas, se ha fijado en TREBAGO y en sus gentes. Y además de proponer a la Asociación de Amigos de Trébago como candidata a SORIANOS DEL AÑO, que es galardón que se disputa y elige en la CASA DE SORIA EN MADRID, y de buscar el testimonio de trebagüeses para que cuenten su batalla, he prometido a Juan y a Concha que en cuanto el tiempo sea propicio pienso recalar por aquella tierra, por lo que pronto espero decir lo de: "Vine a Trébago porque me dijeron que acá...".
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