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Y cerca de Trébago... La Cueva



por Conchita Delgado Escribano


Uno de los muchos lugares bonitos que nos permite una excursión desde Trébago, y al que le tengo un especial cariño, por ser el pueblo de mi madre y donde disfruté mucho en mi infancia, es Cueva de Ágreda.

Ya hemos hablado de él en otras ocasiones porque, al estar situado en la falda del Moncayo, es punto de partida para la ascensión a dicho monte.

Desde Trébago nos dirigimos al pueblo de Ólvega. Pasado éste, en dirección a Borobia, nos encontramos primero con la ermita de la Virgen de Olmacedo, muy cuidada por los "zampaos" (que así se llama a los habitantes de Ólvega). Después podemos ver la mina Petra, antigua explotación de hierro, y enseguida llegamos al cruce de Cueva de Ágreda.

La carretera enfila recta hacia el Moncayo, y a 6 Km. del cruce se encuentra Cueva de Ágreda, también conocida por los lugareños como La Cueva. Antes de llegar, pasada la subestación eléctrica, cerca de un altillo en la carretera, hay un camino rural a mano izquierda por el que desviándose a pie, como a un kilómetro, se puede encontrar "la simonda", una gran sima circular de 20 ó 30 metros de profundidad y 6 u 8 metros de diámetro.

Volvemos a la carretera para encontrar en medio de un bosque de carrascas y robles la ermita de la Virgen del Monte, a la que los "covachos" (que así se llama a los habitantes de La Cueva) profesan una gran devoción.

Un poco más adelante cruzamos el río de la Veguilla, casi seco en verano, y pronto encontramos La Cueva, en plena falda del Moncayo. Nos llama la atención una oquedad en la roca que corona el pueblo, que da acceso a una verdadera cueva de estalactitas y estalagmitas que ha servido de escondite cuando los chiquillos jugaban a policías y ladrones, de corral para algún que otro rebaño y que esperamos tener la suerte de ver recuperada para disfrute de todos, aunque por supuesto respetando la vida de la colonia de murciélagos que moran allí.

Desde la plaza nos dirigimos al Vallejuelo y nos sorprende la magnífica casa rural que José Antonio Escribano ha diseñado y construido con gusto exquisito.

En el porche, empedrado con esmero, nos da la bienvenida y nos muestra con ilusión las acogedoras habitaciones a las que no les falta detalle para hacer la estancia agradable a los huéspedes, el salón con un mirador extraordinario, tanto si dirigimos la vista al Vallejuelo, al valle de Araviana, como al Moncayo, el refugio que a más de un caminante aliviará su cansancio y preservará del frío del Moncayo, y el bar donde cualquiera podrá saciar la sed o tomar una comida casera basada en productos de la tierra.

Desde aquí, mejor de buena mañana, nuestros pasos pueden dirigirse hacia la cumbre del Moncayo, a unas tres horas andando, desde donde podremos divisar tierra soriana, riojana, aragonesa, navarra e incluso, en días despejados, hasta los Pirineos.

Si nuestras fuerzas están mermadas, o disponemos de menos tiempo, podremos llegar, siguiendo la carretera, a la zona llamada "los prados", por donde discurre el río Araviana, lugar de acampada para muchos campamentos juveniles y de merienda para quienes buscan un sitio agradable, sano y con aires frescos del Moncayo.


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