por Alejandro Córdoba (VALMENOR)
Mi rincón está hoy triste. Posee una frondosidad y un verdor como nunca antes había conocido y, sin embargo, está especialmente triste. Acaso sea porque desde aquí me siento especialmente protagonista del paso de un tiempo que me pesa como una losa.
Pasan los días de unas vacaciones que ya tocan a su fin. Pasa un nuevo año que me conduce a una edad que yo antes calificaba como de "muy mayor". Pasa un tiempo que me acerca a un nuevo milenio que, sin duda, me traerá grandes novedades. ¿Qué será de mí, de mi rincón, de mi pueblo, en ese nuevo milenio?
Hoy, especialmente hoy, veo desde mi rincón el banco corrido de "la Puerta Verde". No sé muy bien si lo veo o me lo imagino, porque aquí se dispara mi imaginación y ya casi no logro diferenciar entre una percepción y otra. Pero lo que sí estoy convencido de ver es una amplia galería de personajes y de rostros que siento como muy presentes.
Observo, desde aquí, la atalaya de la gran ciudad, donde mitifican lo que ellos llaman "sencillez, naturalidad y espontaneidad" del mundo rural. Observo, también, una realidad desde la que se protesta contra el control social de unos por otros, fijándose, muchas veces, en los aspectos negativos del vecino para hablar mal de él.
Entre ambas observaciones, yo no llego a identificarme con ninguna y me siento tan distante de una como de otra. Porque mi pueblo, ese pueblo que desde aquí contemplo, es mucho más complejo que todo eso. Es un mundo con sus luces y sus sombras; sus caras y sus cruces; sus mil veres diferentes.
En la galería de retratos que contemplo allá en "la Madera" distingo, ahora, a Vicente (parecido a aquel perro del Honorio que tanto ladraba), que parece estar deseando la más mínima provocación para ladrar, pero que nunca ha llegado a hacer daño a nadie. Veo a Ernesto, empeñado en seguir imponiendo su criterio al estilo de caciquillo local. Veo a Silvia, entregada en cuerpo y alma a agasajar a cuantos llaman a su casa, aunque con frecuencia hace uso de una lengua demasiado afilada. A mi galería de retratos acude Claudia que me cuenta mil historias entremezcladas que no llego a entender, pero en las que nunca hay maledicencia, ni envidia ni desprecio. Y éste su rostro resalta, aún más, cuando lo asocio a Catalina que me agobia con sus cotilleos.
Ante la descripción anterior quizás alguien pueda sorprenderse. Creo yo, sin embargo, que es real como la vida misma. Porque sería engañoso fijarme, en mi galería de personajes, únicamente en su bondad, generosidad o solidaridad. Como lo sería, también, el ver en ellos solamente desconfianza, egoísmo o maledicencia.
La tarde va avanzando y algunos ya se han ausentado, antes de que empiece a refrescar. Vuelven a sus casas engarbados, lentos y perezosos. Temerosos quizás de que su cuerpo, ya frágil, dé un traspiés. Con la desgana propia de quien no quiere aceptar que ha pasado otro día y que queda uno menos en su cuenta atrás.
Cuando ya la tarde comienza a hacerse noche y la voz de la prudencia me presiona para salir de mi rincón me siento obligado a concluir una reflexión por largo tiempo madurada: Los personajes que he visto son "mis personajes". Vistos desde mi mundo personal y descritos desde mi manera particular de ver la vida y de situarme ante ella.
Reconozco que el ocaso de este día me trae un magnífico regalo que da agilidad y relatividad a mi galería de retratos. Un regalo que consiste en convencerme de que esos personajes no los he descrito tal cual son, sino tal y como yo los veo. Que seguro que todos ellos tienen otros rasgos que yo no he llegado a captar, y mucho menos a saber reproducir.
El regalo que recibo en mi rincón, en un tiempo de nadie que no es tarde ni noche, consiste en descubrir que no existe "la verdad" sino "mi verdad". Que la del otro puede estar tan cargada de razones como la mía.
Descubro que Trévago (como cualquier otro lugar del mundo rural) no es ni el paraíso que unos quieren ver ni las cloacas donde otros lo quieren condenar. Probablemente estas gentes que ahora contemplo no sean ni dioses ni diablos. Porque Trévago, como sus gentes y como la vida misma, está lleno de muchos veres, de muchas luces y sombras.
Agradecido por el descubrimiento abandono este lugar convencido de que sus encantos también son relativos. Que seguro que es bello, pero que también debe haber muchos otros lugares tan maravillosos como él. Sólo que éste lo siento como mío y con él me identifico. Pero para hacerle partícipe de mi descubrimiento, y quitarle un poco de orgullo, a partir de ahora voy a llamarle "Valmenor" (en lugar de Valmayor) porque, en definitiva, tampoco es tan grande.
Cuando alguien, algún día, contemple desde este o desde cualquier otro lugar de nuestro pueblo a "su galería" de personajes me gustaría que me identificara con este rincón y el seudónimo Valmenor que a partir de ahora quiero adoptar. Que me viera con mis virtudes y mis defectos, pero que pudiera llegar a decir de mí: "intentó ser una buena persona".
Agosto, 1997
[Anterior]
[Sumario]
[Siguiente]
|