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El vuelo final



por Fernando Magdalena Martínez

Una de las cosas que siempre más me ha llamado la atención siempre que he venido con mis padres a Trébago de niño, era la cantidad de palomas que revoloteaban por los alrededores del Torreón de la Iglesia -por algo se llama "el palomar"-. Forman parte de la vida de muchos pueblos, dando un aire simpático a sus calles. Años después, cuando estuve estudiando en la Universidad, me encontré un día en la calle el cuerpo sin vida de una paloma, y no precisamente por ningún disparo de escopeta. Me quedé un poco triste y cuando llegue a casa, me vinieron a la cabeza unos versos que escribí en un papel y que titulé "el vuelo final". Son los que escribo a continuación:

Amanece, allá a lo lejos
sobre la triste y callada ciudad.
En un momento, en breves instantes
el bullicio y el ruido inunda sus calles.

Y entre tanta miseria y suciedad
una paloma vuela, vuela sin cesar.
Es un soplo de aire fresco el que trae
un rayo de esperanza en el que soñar.

La paloma vuela desconcertada,
hace días que anda perdida,
no encuentra a sus demás compañeras,
y ha llegado a la triste ciudad.

Pero el aire sucio no la deja respirar
y sus fuerzas van desapareciendo
lentamente, como el goteo de una fuente
siente que pronto llegará su final.
Y echa de menos aquellos verdes parajes,
aquellos montes, aquellos ríos
en los que siempre el aire era limpio
y no había tanta suciedad.

Poco a poco, lentamente
su vuelo se hace menos alegre,
ya nunca podrá alcanzar
a sus compañeras en busca de un nuevo hogar.

Cae al suelo sin aliento
entre coches, humo y gente.
Ha llegado ya el final,
ya no volará jamás.

Hoy tan solo fue una paloma
y mañana.... ¿A quién le tocará
sucumbir en esta selva
de asfalto y de metal?


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