por Luz Lázaro Carrascosa
Corría el año 1938 cuando me llegó, a los seis años, el momento de ir a la escuela.
Era maestra en aquel entonces, Dª Luisa Izquierdo Garcés, y fue mi maestra durante toda mi época escolar, hasta los 14 años.
Todas las niñas de entre 6 y 14 años íbamos juntas a la única clase de niñas que había en las Escuelas que hoy conocéis como Salón Social Las Escuelas, y lo mismo ocurría con los chicos, que tenían como maestro a D. Julián y ocupaban la otra mitad de dicho edificio.
Como os imaginaréis, los maestros hacían con nosotros lo que podían, y así, mientras unos aprendían las vocales, otros estudiaban Historia, Geografía o Gramática y Ortografía en la enciclopedia y otros hacían cuentas.
Dª Luisa había nacido el 18 de agosto de 1887 en Aldealafuente (Soria), se había hecho Maestra y había ejercido como interina, primero en Oncala, donde se incorporó el 8 de noviembre de 1906 y ganaba 375 pesetas al año, después en La Póveda, donde se incorporó el 27 de septiembre de 1907. Como interina fue pasando por varios pueblos más, como Lubia, Tordesalas, Fuentelsaz y Fuentetecha, todos ellos de Soria, Santa Cruz de Moncayo, de Zaragoza, y Cubo de la Sierra, también de Soria.
Sacó plaza en propiedad el 4 de febrero de 1930, y su destino fue Trévago donde tomó posesión el 11 de marzo de 1930 con un sueldo de 2.000.- pesetas al año (hoy da risa, porque equivalen a 12 euros, lo que supondría un euro al mes..., aunque, lógicamente, no son comparables).
Periódicamente tomaba nueva posesión, acompañada de nuevo sueldo, aunque toda su vida laboral posterior la realizó ya en Trévago, y así, en julio de 1930 ganaba 2.500 pesetas, en 1942 ganaba 5.000 pesetas, en 1947 ganaba 8.400, y cesó el 14 de julio de 1952, fecha en la que se jubiló por imposibilidad física, ya que tenía graves problemas de salud y muchos problemas de visión.
Comenzábamos la jornada a las 10 de la mañana. Lo primero, el revuelo para ir cada una en su sitio, y seguido se rezaba la siguiente oración que la decía la maestra: "Os damos gracias Señor porque nos habéis asistido con vuestras luces. Os suplicamos que continuéis dándonos vuestro divino socorro, a fin de que las cosas que hemos aprendido nos sirvan para nuestro bien espiritual y temporal, lo que pedimos por nuestro Señor. Amen."
Cerca de la maestra estaban los pupitres en los que sentaban las más pequeñas de dos en dos, y al final unas mesas cuadradas en las que se colocaban de cuatro en cuatro las mayores. Cada una tenía su sitio, y a medida que se cumplían años y acababan la escuela las mayores, otras iban pasando hacia atrás en el aula hasta llegar a las mesas cuadradas.
Nada más empezar, la maestra nos preguntaba la lección y los deberes que nos había mandado el día anterior. Cada día se estudiaba una materia, un día Historia, otro Matemáticas, otro Gramática, así sucesivamente.
En los días de frío, dos niñas se encargaban de encender el brasero. Con unos papeles, carbón y la ayuda de un cartón para avivar las brasas, se preparaba el brasero en el portalillo de la escuela, y luego se ponía debajo de la mesa de la maestra, que de vez en cuando nos dejaba acercarnos a calentarnos las manos. De paso, con el lápiz, y a pesar de que la maestra nos lo tenía prohibido, removíamos las brasas para que nos dieran más calor. Todas llevábamos de casa la rejilla, una caja de hojalata con brasas sobre la que poníamos los pies y que nos aliviaba un poco del frío del invierno.
Nuestros materiales de trabajo eran sencillos:
- Una pizarra, con almohadilla para borrar, que nos hacían nuestras madres con algún trapillo.
- Llevábamos un "cabage" o estuche con un pizarrín. Había pizarrines de manteca (blancos) y de pizarra (negros). Los blancos escribían mejor y nos gustaban más, pero se gastaban antes que los negros y había que hacerlos durar.
- Una enciclopedia en la que estudiábamos Gramática, Geografía, Aritmética e Historia.
- Un cuaderno que tenía escrito por detrás las tablas de multiplicar y dividir, un lapicero y una goma.
Cuando ya habíamos aprendido a escribir pasábamos a la plumilla, que mojábamos en el tintero, rellenado con la tinta que nosotras mismas hacíamos. De vez en cuando ocurría algún percance y el tintero se desparramaba por toda la mesa y por lo que allí hubiera. Pero luego, con un poco de lejía y rascando con un cristal, casi quedaba impecable.
Mis clases preferidas eran las de Historia. Me gustaba escuchar y aprender las cosas que habían pasado en España, saber quienes habían sido Reyes y Reinas, la época de los romanos y de los árabes y todas las cosas que habían sucedido en tiempos que a mí me parecían remotos. También las de Geografía, pues aprendíamos los nombres de las montañas, los ríos, las provincias y los mares; además, para facilitar la memorización de todo esto, lo recitábamos de carrerilla y con una entonación característica a modo de cancioncilla. Entonces, Castilla la Vieja estaba compuesta por Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Ávila, Valladolid y Palencia. Todo nos lo teníamos que aprender de memoria. Otras veces hacíamos cuentas, dictado o caligrafía. Para la caligrafía, Dª Luisa nos daba un texto de muestra y lo teníamos que copiar lo más fielmente posible, imitando las bonitas letras de esos textos.
La jornada de mañana, de 10 a 1, se acortaba con un rato de recreo, y en el frontón jugábamos a las tabas, a la pita, a los cuadros normales y a los de calderón, a los alfileres, que también tenían dos versiones, la de cuadrado y la de corazón, y entre juego y juego solían venir nuestras abuelas o madres y nos traían el bocadillo: pan con vino y azúcar, un torrezno, pan con manteca...
La tarde estaba dedicada a la costura y a la lectura. Así, mientras aprendíamos la técnica de coser y bordar, bien Dª Luisa o bien alguna alumna iban leyendo unos libros y se hacía muy amena la tarde.
Mi primera labor fue aprender a hacer un orillo de vainica para un pañuelo, luego vendrían otras cosas como muchos tipos de costuras, sobrehilar, hacer festón, ojales, una bolsa para los peines y algo que nos gustaba mucho que era hacer cruceta para cojines en tela de saco. Dª Luisa nos empezaba la labor y luego nosotras íbamos haciendo lo que podíamos. Mi última labor en la escuela, cuando ya tenía 14 años, fue un camino de mesa bordado con motivos japoneses, que aún conservo.
Para evitar nuestras charlas por la tarde mientras cosíamos, la maestra nos mandaba unas veces rezar el Rosario, y otras, como he dicho antes, una de nosotras leía un libro en voz alta para todas las demás. Esto era lo que más me gustaba.
Aunque parezca mentira, también entonces íbamos de excursión. Esas tardes no íbamos a la escuela. Cogíamos la merienda y D. Julián, el maestro, nos llevaba a los chicos y a las chicas al Prado Gabino, lugar comunal en donde se hacía la trilla de la cosecha y nos explicaba cosas de la naturaleza -de las plantas, de los animales-. Era como una fiesta, y por el camino, desde el pueblo, íbamos cantando. Los chicos solían jugar a la pelota y a la Brinca la mula, y nosotras hacíamos corros cantando canciones típicas de nuestros juegos -La Cantinerita, El señor Don Gato y otras muchas1-. La maestra no nos acompañaba por sus problemas de salud.
Otra de las tareas que se hacían en la escuela es que, una vez por semana, tanto las chicas como los chicos, procedían a su limpieza, barriendo todo el suelo y limpiando los pupitres, mesas y cristales.
En los duros inviernos, y por la dificultad de Dª Luisa de bajar a la escuela, las niñas subíamos a recibir la clase en su casa. Allí nos colocábamos un poco apretadas, en sillas pequeñitas y hacíamos las clases.
Dª Luisa casó con D. Nicolás Santaengracia, y hoy, gracias a sus nietos, Mª Esther y Nicolás, he podido ofreceros sus datos personales y la foto que aquí aparece de Dª Luisa con un grupo de alumnas.
Aunque yo no estoy en dicha foto, todas esas eran mis compañeras. Por lo visto, ese día hice novillos con mi amiga Lucía, que tampoco aparece. Cuando tuve la foto en mis manos disfruté mucho reconociéndoos a casi todas. Espero que alguna de vosotras pueda identificar a las que faltan. Seguro que os traen buenos recuerdos aquellos años de nuestra niñez y revivís más de una de las travesuras que por aquél entonces preparamos.
Las que aparecen en la fotografía que tengo reconocidas son:
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1.- Carmen Largo Córdoba
- 2.- Trinidad Sánchez Domínguez
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- 4.- Valentina Martínez Sánchez
- 5.- Piedad de Pablo Largo
- 6.- Josefina Martínez ----
- 7.- Pascuala Pérez Domínguez
- 8.- Carmen Pérez Tutor
- 9.- Otilia Martínez Sánchez
- 10.- Leonor García Delgado
- 11.- Dª Luisa Izquierdo Garcés. Maestra.
- 12.- Angelines García Delgado
- 13.- María Paz Largo Largo
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- 15.- María Antón Casado
- 16.- Herminda Pérez Sánchez
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- 18.- Conchita Pérez Domínguez
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Cuando se jubiló Dª Luisa, años después fui a Soria a visitarla, cosa que me alegró mucho y me reconoció sólo por la voz, pues había perdido la vista, y me dijo, "tu eres la Luz, la hija de Constan".
Mi más cariñoso recuerdo a esta maestra que me enseñó lo necesario en aquellos tiempos.
Canciones de la época Algunas de las canciones que cantábamos entonces eran:
LA CANTINERITA
Yo soy la cantinerita niña bonita del regimiento, que a todos mis soldaditos tengo contentos-tos del batallón. Todos los días mis soldados cuando me ven pasar, me saludan, se cuadran y me dicen al pasar: Cantinerita, niña bonita si yo pudiera lograr tu amor, tu amor, tu amor una semana de buena gana sin comer rancho estaría yo. Yo soy la cantinerita niña bonita del regimiento, que a todos los soldados tengo contentos. Y todos al pasar se cuadran, me saludan y empiezan a cantar. Cantinerita, niña bonita, si yo pudiera lograr tu amor Una semana, de buena gana, sin comer rancho estaría yo.
EL SEÑOR DON GATO
Estaba el Señor Don Gato sentadito en su tejado, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU sentadito en su tejado.
Ha recibido una carta que si quiere ser casado, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU que si quiere ser casado.
Con una gatita blanca sobrina de un gato pardo, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU sobrina de un gato pardo.
El gato con la alegría cayó del tejado abajo, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU cayó del tejado abajo.
Se rompió siete costillas y la puntita del rabo, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU y la puntita del rabo.
Lo llevaron a enterrar a la plaza del mercado, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU a la plaza del mercado.
Al olor de las sardinas el gato ha resucitado, MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU el gato ha resucitado.
Con razón dice la gente: "siete vidas tiene un gato", MARRAMA-MIAU, MIAU, MIAU "siete vidas tiene un gato".
LA MUÑECA AZUL
Tengo una muñeca vestida de azul, con su camisita y su canesú.
La saqué a paseo se me constipó, la tengo en la cama con mucho dolor.
Esta mañanita me dijo el doctor que le dé jarabe con un tenedor.
Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho, dieciséis.
Y ocho, veinticuatro y ocho, treinta y dos. Animas benditas, me arrodillo yo.
EL COCHERITO LERÉ
El cocherito leré me dijo anoche leré que si quería leré montar en coche leré. Y yo le dije leré con gran salero leré no quiero coche leré que me mareo leré
AL PASAR LA BARCA
Al pasar la barca me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser tome usted los cuartos y a pasarlo bien.
Al volver la barca me volvió a decir las niñas bonitas no pagan aquí. Yo no soy bonita ni lo quiero ser las niñas bonitas se echan a perder
Como soy tan fea yo le pagaré ¡Arriba la barca de Santa Isabel!
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