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Semblanza veterinaria de D.Alejandro Romera Sanz



por Julián Romera Gómez

A MANERA DE PRÓLOGO

Bien pudiera haber sido por estar así destinado o fruto de la casualidad que, tras la culminación de los estudios superiores de Licenciatura en la Escuela Superior de Veterinaria de Madrid en 1910, cuando en posesión del título, tras ejercer su profesión durante un año en Muro de Ágreda (Soria), allá por el año 1911, cuando se va a cumplir el centenario, fue el año en que mis padres, Alejandro y Eulogia, fueron a fijar su residencia en Trévago, en razón de que mi padre iba como Veterinario Titular (o "Médico Veterinario Zootecnista" que denominan en Hispanoamérica) tomó posesión de dicha plaza el día 1 de octubre de 1911, cargo que desempeñó por espacio, nada menos, que de 26 años, cuando, voluntariamente, en junio de 1937, pasó a residir en Castilruiz como Veterinario y, finalmente, en 1941 se trasladó a ocupar la plaza de Veterinario en Pozalmuro, localidad donde falleció en enero de 1948.

Todos los hechos y datos que voy a exponer en estas líneas son producto de las vivencias acaecidas en mi infancia en Trévago sobre los recuerdos que he conservado en mi mente sobre mi padre que, pese al peso de los años, el paso del tiempo no ha podido borrar.

SEMBLANZAS FAMILIARES Y SOCIALES

En la relación de los datos biográficos de mi padre que aparecieron en el número 31 del mes de diciembre en "La voz de Trébago", se relataron diversos aspectos de su vida: unos históricos, otros profesionales, cinegéticos, etc., por lo que ahora lo haré refiriéndome al ámbito familiar, al social y a otros que se pueden considerar como anécdotas profesionales, aún a sabiendas de que antes de terminarlos pueden quedar algunos otros flecos sin exponer.

En el ámbito familiar debo decir que todos los hermanos ROMERA GÓMEZ nacimos en Trévago, fruto de un fecundo matrimonio formado por Alejandro Romera y Eulogia Gómez. En total éranos ocho hermanos: JUAN (1912-1976), GREGORIO (1913-2004), VALERIANO (1915-1994), MARÍA (1916-1999), VALENTINA (1919-1934), VENANCIO (1921-1993), JULIÁN, el que suscribe, (1925) y, EULOGIA (1926), la más chica y, posiblemente, la más consentida.

Además formábamos y constituíamos una numerosa familia pues, si a mis padres citados, agregamos los ocho hermanos y, añadimos otros consanguíneos, como era el abuelo materno Silverio, el tío paterno Salustiano (1880-1956) y, alguna de las primas Juana o Severiana, así como un criado aprendiz en las tareas de forja y herrado de caballerías o como ayudante en las faenas domésticas, de forma temporal compartiendo con nosotros su existencia y convivieron a efectos de corporación laboral. En suma, un total de catorce éramos a compartir, cooperar y reunirnos en torno a la mesa a la hora de comer. Todo ello tuvo lugar en la "gran casona", denominación que he dado a la casa-vivienda por lo espaciosa que era y que estaba emplazada en la calle Ancha, resultando una gran morada familiar en convivencia y recuerdos.

Nada más justo y sincero que mencionar aquí el trato afable, afectuoso y ejemplar siempre recibido por parte de nuestros padres. Enseñanzas y consejos positivos nunca faltaron. Tales cualidades correspondían a las de una familia que se consideraba muy normal y creyente. Si hubo alguna ocasión en que se mostraron severos para con nosotros, ello obedecía a que, en muy buena medida, teníamos ganada y merecida la reprimenda al no ser correcta nuestra obediencia y comportamiento, atribuibles a irreflexiones propias de la edad y, hasta muy posiblemente, a necios caprichos.

Mi madre siempre se dedicó en cuerpo y alma a la atención de su esposo, sus hijos y los familiares que convivían con nosotros, así como a la administración de las labores hogareñas, que eran muchas, sin que le faltara tiempo para otras muchas cosas que deseara realizar, en las que, no obstante, contaba sin restricción con la aportación que cada cual en la medida de sus esfuerzos. Mi madre siempre se desenvolvió airosa y contenta, nos dio lo mejor de sí misma, y María, como fue la hermana mayor, cargaría con el peso más fuerte de la colaboración que se le brindaba; Valentina colaboraba en la medida de sus fuerzas y años, y Eulogia, la menor del "clan" Romera Gómez, hacía también su esfuerzo, a la vez que recibiría los mimos compensatorios. Ayuda muy apreciada también era la de los consanguíneos que entre nosotros moraban.

Mi padre, en momentos y espacios que las otras ocupaciones profesionales se lo permitían, aportaba esfuerzos y cooperación en las faenas de herrado de équidos, ayudando a su hermano Salustiano, ya que a éste correspondía dicho menester por ser ese su oficio y cometido, al igual que ocurría en el proceso o tarea de elaboración de las herraduras en la fragua. Ocasional y temporalmente contaban con la ayuda de un criado o aprendiz de forja y herrado, ayuda que siempre era muy bien recibida. Teniendo en cuenta que, en los pueblos, algunas de las calles son más o menos empinadas y que, en la época invernal estaban cubiertas por una capa de hielo y nieve por espacio de bastantes días, era requisito indispensable efectuar el herrado con un claveteado especial, para prevenir posibles y lamentables accidentes por resbalones, ya que en estas circunstancias los animales domésticos solamente salían de los establos o cuadras para abrevar una o dos veces al día en los pilones de la fuente del pueblo situada en la parte más baja del mismo.

Bueno será relatar aquí a modo de anécdota que, en torno y en relación a los citados servicios de los herradores, que tenía lugar en la calle donde eran atadas las caballerías a ambos lados y, ya poco menos que por costumbre, siempre había cierta concurrencia de personas ajenas al oficio en calidad de meros espectadores ociosos que, en amenas charlas comentaban toda clase de incidencias habidas y por haber, menester de por sí muy de acuerdo con el carácter de los españoles y con el que muchas veces disfrutaba. Pues bien, a propósito de esto, justo es citar a Don Fernando, el sacerdote de la parroquia local, que solía ser uno más entre los concurrentes a estas tertulias diarias. Su entrega y formación al servicio de la religión católica, nadie lo dudaba, eran patentes. Viene esto a colación porque en ciertos momentos o circunstancias, un tanto embarazosas para él por su cargo, D. Fernando las rehuía retirándose de la tertulia ya que, más de alguna vez, por la indocilidad de los animales al verse trabados y sujetos para ser herrados y, ante la exasperación del dueño del animal que se mostraba soliviantado por la rebeldía del mismo, mostrando deseos y ganas de proferir maldiciones, blasfemias y otros denuestos altisonantes para calmar al animal y hacerle ceder en su soberbia. Ante estas situaciones, D. Fernando, se anticipaba retirándose del lugar antes de que esto ocurriera, aislándose en la quietud y silencio de la casa-curato, residencia que, por cierto, quedaba a muy corta distancia, ahí, en la plazoleta aledaña, misma a la que nosotros, los chavales, llamábamos "la plaza de los Fermines", por ser lugar de residencia de una familia cuyo jefe se llamaba Fermín.

A propósito de las palabras gruesas o altisonantes a las que se anteponía D. Fernando haciendo mutis del lugar en el acto, recuerdo que, ante el gran portón de acceso a la iglesia, en un escrito se leía: "Por respeto a Dios y a la dignidad del lenguaje, no blasfeméis". Esto confirma que, la actitud adoptada por D. Fernando siempre fue objeto de recuerdo y admiración entre los contertulios y personas laborantes.

Siguiendo con la concurrencia de personas a estas faenas de herrado, debo citar la presencia de un joven que, cotidianamente acudía allí, siendo todo ojos y oídos para no perderse ni un momento de todas y cada una de las faenas de mi padre y mi tío. Pues bien, este joven era Félix Sanz Sánchez (1915-1989), natural de Ólvega, que pasaba parte de los veranos con unos familiares en Trévago, cuando por esos años era estudiante de Veterinaria en Zaragoza, donde terminó su licenciatura y, más tarde ganó mediante oposiciones las Cátedras de Farmacología, Terapéutica y Veterinaria Legal. Siendo yo, Julián Romera, estudiante de Veterinaria en Madrid, tuve la oportunidad y satisfacción de asistir a las magistrales explicaciones de las asignaturas citadas.

Y ahora, como confirmación de la gran concurrencia de animales para ser herrados en la calle Ancha, atados en los dos lados de la calle, puedo decir como confirmación de todo lo dicho anteriormente, tal como lo han confirmado y manifestado Nati (la hija del Sr. Fulgencio) y Pura (hija del Sr. Román), manifestando que, tanto ellas como sus familiares o mayores que habitualmente pasaban por la calle Ancha, en estos momentos se veían obligados a dar algún pequeño rodeo por otra calle para evitar cualquier incidencia por la gran aglomeración de animales.

Mi padre, en su afición cinegética, además de la caza del jabalí, también le atraía la atención la captura de otras especies menores por ser animales de más fácil adquisición en sus cortos espacios de esparcimiento, como eran la liebre, el conejo, la perdiz y, alguna que otra paloma torcaz o zurita, yendo sus capturas a parar al morral y, en la casa deleitaban nuestros paladares. Los zorros y gatos monteses solamente se cazaban por su instinto depredador.

Otra forma de matar los ratos de aburrimiento durante todo el año, y más en invierno, eran las tertulias de funcionarios del pueblo, reuniones a las que, algunas veces, asistían personas residentes en Valdelagua del Cerro y de Fuentestrún, para formar el grupo suficiente y echar la partida de tute, o subastado, en tanto que algunos otros jugaban al julepe, la brisca, etc.

Antes de terminar, voy a referir una anécdota profesional de mi padre que tuvo lugar dentro del desempeño de sus funciones facultativas. Mi padre, en el trabajo cotidiano de su profesión creo que siempre fue considerado como una persona culta, de trato afable y muy respetado en el pueblo y en La Rinconada. Sin embargo, uno de los actos clínicos más curioso y anecdótico, con un final airoso, tuvo lugar un día festivo cuando se encontraba echando la partida de naipes y fueron requeridos sus servicios para asistir a un asno que decían estaba enfermo. Mi padre dejó la partida de naipes para asistir al supuesto enfermo. Allí llegó en medio de una gran expectación y un gran silencio que nunca fue alterado ni por los rebuznos del asno, pues hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, parecía y era natural que la cuadra se encontrara llena de lugareños como si fuera un lugar de reunión, anticipando cada uno su opinión sobre la posible enfermedad o los posibles remedios a aplicar al supuesto enfermo. Mi padre, tras hacer un reconocimiento general con los medios que disponía en esos momentos, giró una y otra vez en torno al asno y, sin dar diagnóstico definitivo por no encontrar anormalidad de ninguna clase, mandó retirar del pesebre y del alcance del supuesto enfermo todo tipo de comida, ausentándose con la promesa de que volvería dentro de un tiempo convenido. Volvió a seguir la partida de naipes y, al rato, dejó la partida y volvió a ver al supuesto enfermo. Repitió el proceso de reconocimiento como en la primera visita y, ahora sí que, en vista de que no mostraba el menor signo de enfermedad, pidió al dueño que le alcanzara algo de comida de la que se le daba diariamente y, me imagino cuál sería la sorpresa de los lugareños al ver que se comió el pienso con toda naturalidad y esperaba que le dieran algo más, poniendo así fin a la parodia que montaron algunos vecinos aquel día festivo, como consecuencia, posiblemente, de que llevaban algún trago más de lo normal en su cuerpo. Después se supo que todo fue consecuencia de alguna apuesta para poner a prueba los conocimientos del facultativo y, hasta cabe la posibilidad de que hubiera alguna apuesta monetaria por medio entre los partidarios de uno y otro grupo. Lo que sí es cierto es que esta pequeña anécdota profesional fue comentada y recordada en la comarca.

Hay una frase que dice "haz el bien y no mires a quién", se puede aplicar a un acontecimiento en el que intervino mi padre para que se solucionara favorable y pacíficamente cuando, allá por los años 1924-1925, D. Andrés García y Dª Mercedes Carrascosa, ambos de Trévago, casi en las vísperas de su enlace matrimonial tuvieron que aplazar la ceremonia porque alguien, con no muy buenas intenciones, había presentado una denuncia contra Andrés por no haber cumplido con sus obligaciones militares y no haber pagado la cuota correspondiente para ser considerado como "mozo de cuota", en unos momentos en los que la situación en el conflicto con Marruecos era poco o nada favorable y muy comprometida para España. Esa denuncia pudo haber llegado a que fuera considerado como prófugo, con las represalias y consecuencias que este hecho conlleva. De esta denuncia se enteró ni tío oyendo los comentarios de los lugareños en una tertulia. Mí tío, tan pronto como llegó a casa, lo comentó e hizo saber a mi padre que, ni corto ni perezoso, se personó inmediatamente en casa de los familiares de Andrés para que, enterados de esto, tomaran rápidas soluciones. Andrés, al enterarse, sopesó la situación y, con la mayor rapidez posible, puso tierra y agua por medio, marchando nuevamente a México. Mercedes, haciendo valer su gran temperamento, marchó deprisa, pero ligera de equipaje y papeles o documentos personales, salió y embarcó rumbo a México, pero al llegar al puerto de Veracruz, donde le, esperaba Andrés, por su condición de soltera y por falta de algún documento personal, no le permitieron pisar suelo mexicano. Entonces, Andrés, por mediación de un hermano de mi madre, Venancio Gómez, contactó con alguna personalidad para que se le permitiera bajar a tierra. La relación de todo esto es producto del comentario hecho por mis familiares, especialmente de mi tío Salustiano, pues yo en esas fechas aún no había nacido.

En la presentación de los datos biográficos de mi padre he relatado diversos aspectos, uno de ellos es el que se refiere a su afán de superación en cuanto a sus estudios hasta licenciarse. Ahora, para finalizar estas semblanzas de mi padre, dentro del medio rural sigue con su afán de fomentar la afición a la lectura de libros: Mi padre tenía una preciosa obra de D. Quijote de la Mancha, una edición especial en gran formato (tamaño misal), con láminas a toda página de Gustavo Doré. Este libro lo fue prestando a los vecinos para que en las largas y frías noches de invierno, lo fueran leyendo al amparo del calorcillo de la lumbre en las cocinas o en la mesa del comedor ambientado por el brasero, lectura que supongo provocaría no pocas risotadas entre los lectores y oyentes. Con gran satisfacción puedo decir que esta genial obra de Cervantes todavía obra en mi poder, siendo causa y origen de admiración a cuantos se la enseño. A propósito de esta obra, según estudios recientemente hechos por la Real Academia de la Lengua Española, se ha comprobado que, aparte de otros muchos datos, aparecen citados el mismo número de veces el nombre de D. Quijote que el de Sancho. Por este dato, recordando aquello que tantas veces nos hicieron repetir sobre los Reyes Católicos que decía "Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando" se puede trasladar y aplicar aquí sobre el Quijote, diciendo: "Tanto monta, monta tanto, Don Quijote como Sancho".

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Nota de la Redacción
Sobre la anécdota de D. Andrés García y Dª Mercedes Carrascosa, ver en la revista nº 5 de La Voz de Trébago el artículo Un Viaje a México en 1925, elaborado por Irene, Iris y Berta Lázaro



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