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Oficios, ocupaciones y trabajos a los que se dedicaban hace más de dos siglos los trebagueños, como base de sus economís vitales (VI)
por Santiago Lázaro Carrascosa
Maestro habilitado para la escuela, oficio de suma utilidad social, y por el que tenían honda preocupación los hombres de la comunidad trebagueña. A este oficio, en principio, como todos los de este renglón y de utilidad social, se habilitaba a la persona que al parecer tenía alguna experiencia sobe el particular, o sabía más, además de haber competido con otros individuos por el puesto, lo que no era siempre garantía de que el que más sabía se quedaba con la plaza. De ello hablan las escrituras siguientes:
"Acuerdo de octubre de 1827, mediante el cual y en atención en no haber tenido a bien el Concejo la reunión de la sacristía al magisterio, se le señalaba el término de un año más para que siga como encargado de tal maestro de niños y agregados a él (adultos por la noche), así como las obligaciones de regir el reloj, tocar a nublados, quema, medio día y otros, según y como lo tenía anteriormente y hasta el día de San Miguel de septiembre del año que viene de 1828 en que finalizará esta escritura, y habiendo conformado a ello el citado Máximo Pozanco, lo firmó. Máximo Pozanco".
En 1828, por San Miguel, y por negarse a aceptar también el cargo de sacristán, se despachó a Máximo Pozanco, y en sustitución se firmó la escritura a nombre de Marcelino Palacios por maestro de niños, regir el reloj, tocar a nublados, incendio, perdidos, etc. hasta San Miguel de 1831, en que se volvieron a reunir además en una sola persona, además, el cargo de sacristán. La escritura de 1828 dice así:
"Escritura del maestro de niños, regir el reloj y tocar a nublados de 1828. A tres de octubre de 1828, los señores Vicente Soria, alcalde del referido lugar, Timoteo Martínez, Severino Cacho Mayor, y D. Miguel García, profesor síndico del común, con asistencia del infraescrito, fiel de fechos, en virtud de las facultades cometidas por el Concejo para la admisión y extensión de la escuela al Sr. Marcelino Palacios y con presencia de las facultades que le da el Sr. D. José Ganancias, Presidente de la Junta Inspectora de escuelas de esta provincia, según dicho señor ofreció en su pretensión, se procedió a la extensión de esta escritura de maestro de la educación, regir el reloj, y tocar a nublados bajo los mismos pactos y condiciones que lo tenían sus antecesores, y que son los siguientes:
1ª.- Que esta escritura se le forma por despido que hizo el Concejo, de Máximo Pozanco que la obtenía.
2º.- Que por sí a nombre de los demás vecinos y Concejo, se obligaban y obligaron a conducir al referido Palacios, desde primeros de noviembre próximo en que este debe entrar en servicio en dicho encargo de tal maestro y demás agregados, y hasta otro tal día del año 1831, que debe permanecer esta escritura, y para cuyo efecto proporcionará el pueblo los bagajes que necesita.
3ª.- Que por su salario se obligan a pagar en cada un año de los que debe permanecer esta escritura, cuarenta medias de trigo común de la misma calidad que a sus antecesores, más quinientos cincuenta reales de vellón en dinero por la obligación de regir el reloj, (darle cuerda y repararlo en caso necesario) tocar a nublado y al medio día (a perdidos, al ángelus, a incendio, etc.) cuyos toques deben entenderse serán desde la cruz de mayo hasta la de septiembre, la cobranza del trigo será de los niños que vayan a la escuela, pagando los que lean una media, a fanega los que escriban, y a tres medias los que cuenten; pero en caso de que los chicos no las produzcan (sus padres) queda de obligación del pueblo el completarlas; (otro servicio de comunidad y solidaridad colectiva, propio de las Comunidades de Villa y Tierra) y si producen más quedan a beneficio de dicho maestro, siendo de cuenta de éste en su cobranza, y en caso de morosidad de los padres, apremiará la justicia a éstos el verificar el pago, como igualmente a que paguen dichos chicos, vayan o no a la escuela, desde la edad de cinco años hasta la de diez. (O sea, enseñanza primaria obligatoria).
Yo, el mencionado Marcelino Palacios, me obligo a abrir la escuela en los meses cortos desde las ocho de la mañana hasta las doce del medio día, y por las tardes desde la una hasta las cuatro; y en los meses largos desde dichas ocho hasta las doce y desde las dos de la tarde hasta las cinco y media, siendo de mi obligación el conducirlos a misa mayor y regresarlos a la escuela procesionalmente, como igualmente al rosario y demás actos divinos, como son procesiones, viáticos, entierros, y rogativas, y a preguntar la doctrina cristiana según y con arreglo como lo dicta el plan de escuelas del reino; y así mismo todos los domingos del año preguntársela luego que se salga de la misa conventual, y en los de cuaresma sacarlos procesionalmente por las calles y preguntársela en las plazas y calles públicas. Así mismo es de mi obligación pagar el médico, cirujano y boticario lo que me corresponde sin que esté obligado a ninguna otra paga legal ni concejal, solo sí, la renta de la casa que la justicia me proporcionase, y se me darán todos los provechos como a cualquier vecino (leña, corta, etc.). Y porque unos y otros lo cumpliremos, otorgamos esta escritura que firmamos en el referido lugar de Trébago, dicho día, mes y año dichos arriba. Vicente Soria, Timoteo Jiménez, Miguel García, Severino Cacho, Marcelino Palacios. Prudencio Jiménez, Fiel de Fechos".
En 1831, después de Marcelino Palacios, ya lo hemos apuntado al hablar del oficio de sacristán, se reúnen los dos cargos, o sea de maestro de niños, que hartas obligaciones incluía, y los famosos tocados de campanas y regir el reloj, más ahora el de sacristán. Primeramente se eligió a D. Segundo Carpintero, pero como no se conformó con que tuviera que pagar la renta de su casa, se eligió al segundo concursante llamado D. Baltasar de las Casas, que sí estuvo conforme en pagar su renta. Apuntamos de nuevo las estrecheces de la vida de los vecinos, ya que lo que uno dejaba por incosteable, otro estaba deseando de agarrarlo.
En 1839 hay un acta o escritura para maestro de niños, sacristán, regir el reloj, tocar a nublados, etc. Y, además, cuidar donde corresponda abrir las sepulturas en el campo-santo, que lleva la fecha de treinta de diciembre de 1839. Es maestro D. Salvador Santa-Cruz, y alcalde Miguel García, por elección constitucional. El maestro es examinado y tiene ya un título real. Esta escritura está hecha por seis años, o sea hasta el año de 1846 inclusive. Firmado Presidente del ayuntamiento; Diego Felipe Soria, Roque Pallete y Ochoa. Regente, Mariano Carrascosa (1), Gabino Sánchez. Presente fui Fermín Cacho Secretario. En esta ocasión además de los cargos, ya muchos y no muy dignos por cierto del maestro, se le añade el de Sacristán, y además el de llevar cuenta de dónde han de abrirse las sepulturas en el campo-santo, cuando no abrirlas, que sería lo más regular. Sigue imperando la estrechez de la economía, no sólo entre los labradores, sino entre los maestros, de ahí que fuera clásico, durante muchas décadas, el dicho de "Pasar más hambre que un maestro de escuela", muy gráfica y peyorativa la tal frasecita.
Borregueros o portilleros era un oficio muy modesto y afín a los albañiles, nada más que varios escalones más abajo que éstos, ya que no tenían la suficiente categoría ni preparación para aventurarse a construir casas o edificios. De todas maneras, eran dignos de sus labores, y útiles a la comunidad, además de obtener algunos ingresos para reforzar sus magras economías. Se dedicaban exclusivamente a reconstruir las paredes de los huertos y huertas de regadío, cuando se caían por algún sitio, portillos o borregos, que era con mucha frecuencia, ya que había varios kilómetros de paredes, destinadas a proteger las hortalizas de los animales, tanto domésticos como silvestres, que se las comían, y por supuesto, estas verduras, frutas y legumbres eran muy estimadas por la población. Las paredes de los huertos y huertas, además de estar construidas con mala piedra, lo eran a canto seco, es decir, sin barro, para que sujetaran mejor las hiladas, y por ello se derrumbaban con mucha frecuencia portillos, que además de dejar un boquete abierto, para que pasaran con facilidad los depredadores, estropeaban y restaban superficie al cultivo de las plantas. Entonces entraban en acción estas personas, los portilleros, o sea los levantadores de portillo, o paredes caídas de los huertos, y con conocimientos muy rudimentarios de hacer paredes, reconstruían las partes que se habían caído. No les faltaba trabajo. Por lo regular era una persona la dedicada a estas faenas.
Barrero y adobero.- Eran dos oficios de la misma área de trabajo, uno secuencia del otro, y a veces desempeñados por personas diferentes, que tenían habilidades para uno y otro trabajo. El barrero, oficio que caía casi siempre en las mismas personas, se encargaba de hacer y amasar el barro, con buena tierra arcillosa y paja, tanto para construcción de las paredes de edificios por los albañiles, como para fabricar las adobas o adobes. Estas adobas consistían en una especie de ladrillo, hecho con el barro bien amasado, generalmente con los pies, de tierra arcillosa y paja de trigo o centeno, más o menos larga.
Estas adobas se dejaban secar al sol, y servían perfectamente, y eran durables para la construcción de paredes y tabiques en las casas habitación. Eran un elemento de construcción muy estimado en aquellos tiempos pasados, ya que eran unos buenos aislantes del calor, que protegían perfectamente bien tanto del calor agosteño como del frío invernal, primordialmente este último, a los inquilinos de las viviendas, cuando no se tenía calefacción de ninguna clase. El adobero, oficio para el que hacía falta tener más habilidades que para el de barrero, era el encargado de hacer estos adobes o adobas.
Zaborrero o yesero era el oficio complementario de los dos anteriores, ya que se dedicaba, especialmente, a recubrir las paredes de las casas, lo mismo las hechas con piedra que con adobes, bien con otro barro con gran cantidad de arcilla, y después blanqueadas, o bien con yeso o mortero de cal y arena. Era un oficio afín al de albañil, que requería tener ciertas habilidades y conocimientos, aunque menos que el de albañil. Siempre había en el pueblo unas personas a las que tradicionalmente se les llamaba para saborear, aunque también los albañiles hacían esta labor.
Tocadores o tañedores eran una ocupación para la que se requería dotes naturales muy amplias e intensas, para el manejo de instrumentos musicales, principalmente la dulzaina y la guitarra, la bandurria y la laúd. Siempre había varias personas, por lo regular hombres con sólida afición desde niños, que manejaban primorosamente la guitarra y la bandurria. Formaban una especie de rondalla con varios de estos instrumentos, y deleitaban a los habitantes con sus conciertos, pero sobre todo con las rondas que realizaban por la noche todos los días de fiesta y en los bailes realizados en el Bodegón de la Casa de Concejo. Estos mismos tañedores eran los que daban lecciones de tañer las bandurrias a los muchachos jóvenes que sentían la afición por la música. Había verdaderos artistas, todos ellos autodidactas, entre los tocadores o tañedores. Ocupaban el mismo campo que los gaiteros, tocando la dulzaina y los tamborileros tocando el tambor, aunque estos dos últimos, como ya hemos indicado más arriba, eran oficios más estables, y casi eran cargos públicos que mantenía, o por lo menos cooperaba el Concejo.
Aguador era otra ocupación-oficio, que se dedicaba a llevar agua de la fuente pública, cuando así requerían sus servicios algunos vecinos, a las casas desde la fuente pública, para el consumo de personas y las necesidades del hogar. También se dedicaban a llevar agua para los barreros y adoberos, que más arriba apuntamos. El transporte de agua se hacía con recipientes, cántaros se les llamaba, de cerámica roja o cerámica negra, estos últimos procedentes de Quintana Redonda, y muy apreciados, cargados directamente por la persona que podía llevar dos cántaros, o mediante borriquillos, que con las aguaderas adosadas al aparejo correspondiente podían cargar cuatro o seis recipientes. Era oficio eventual, y con él se ganaban los aguadores algunos reales y maravedises.
Lavandera, persona siempre mujer, que se dedicaba a lavar ropa de los vecinos que se lo mandaban. Labor muy trabajosa y penosa, que realizaban bien en el lavadero público, cubierto y más o menos preparado adecuadamente para esas labores, en el desagüe de los caños de la fuente pública, después de abastecer al bebedero de los animales de labranza. A veces, muchas veces, esta labor de lavado se tenía que hacer en el río, en lugares determinados, a los que se llamaba "pozos", para aprovechar la mayor limpieza de las prendas a lavar, que decían daban el agua corriente del caudal del río Manzano y los arroyos de Valmayor y Salmocho. Esa circunstancia, desde luego era verdad, lo que pasaba era que durante los crudos días de invierno, con el agua de los ríos y arroyos helada, era un martirio para las manos estar metiéndolas durante la faena y sacándolas en agua tan fría. Producíanse llagas muy dolorosas en las manos, que hacía sufrir lo indecible a estas trabajadoras.
Peinadora era, en tiempos idos, el actual oficio de peluquera. Su labor, casi en exclusiva, era el peinar y hacer los clásicos moños a las otras mujeres que se lo solicitaban, bien en vísperas de algún acontecimiento importante, bodas, bautizos, fiestas, etc. o a diario a las personas de edad que no podían realizar esta faena en su propia cabellera. Era ocupación que realizaban siempre las mismas personas, y desde luego eventual, pero que contribuía, con más o menos ingresos a cubrir las necesidades de la familia.
Oficios de actividades comerciales y de arriería.- Estos oficios de actividades comerciales actuaban en dos áreas bien definidas, que si no eran distintas una de la otra, las vamos a considerar a efectos de estudio en dos apartados del comercio, para mayor comodidad y mejor comprensión. Nos referimos, como es lógico, al comercio estacionario, es decir con residencia fija en el casco urbano del pueblo y el que salía fuera de él, para traer mercancías, para abastecimiento de los pobladores y así mismo para ir a venderlas a otras localidades, lejos de Trébago. Así mismo a los comerciantes estables e inmóviles, les caracterizaba el que varios vendían la mercancía que procedía enteramente del propio pueblo, y otros, junto a ésta, la que se importaba de fuera. Las actividades de la segunda categoría es, ni más ni menos, que el común y muy arraigado oficio de la arriería o arrieros en Trébago, que viene de tradición muy vieja, y que perduró en todo su apogeo hasta la década de los cincuenta, en pleno siglo XX, cuando el auge de las comunicaciones, viarias, carretera, ferrocarril y de comunicación teléfono y telégrafo, aniquilaron este comercio que fue la médula fundamental del intercambio ente pueblos, villas y ciudades así como de otros países, vecinos, Francia, Portugal, hasta los que llegaban en ocasiones los arrieros trebagueños.
Este oficio de arrieros viene de la palabra arrear, que significa animar a las caballerías para que caminen con premura y animadamente. Eso es así, porque el transporte de las mercancías se hacía en su gran mayoría por medio de mulos y burros en largas recuas, orgánicamente ordenadas y cuidadas, arreadas por varios arrieros. Estas recuas dispuestas en fila india tenían su organización y jerarquía, como hemos indicado, y desde la caballería que abría la marcha hasta la última había un gran trecho, por lo que para avisar que no había novedad en la caravana, el último burro o mulo de la fila, arrastraba tras de sí un gran cencerro, llamado zumbo, cuyo sonido grave y profundo lo oían todos los componentes y cuidadores de la expedición. Mientras este sonido peculiar y característico se oyera, era indicio de que todo marchaba bien y sin novedad, pero cuando dejaba de sonar era síntoma de que algo anormal sucedía a la recua. Estas anomalías eran producidas, lo más frecuentemente, por ataques y asaltos de bandoleros y ladrones, o sea salteadores de caminos, que robaban como anotamos, con más frecuencia de lo que era de desear. Otros incidentes podían ser por anomalías a las personas o animales, enteramente naturales, caídas, enfermedades, etc. o por desarreglos en las cargas de algunos de los animales, o por tormentas, fríos, nieves, aguas, ríos, árboles caídos, etc. Hay que anotar que el elemento idóneo, eficaz, y casi insustituible, para formar estas recuas, eran los burros, preferidos por su resistencia al cansancio, la marcha a grandes distancias, a la sed, al hambre, aparte de la seguridad en su marcha, que les permitía caminar por terrenos montañosos y quebrados, por el borde de desfiladeros, por cuestas y bajadas muy empinadas, por sendas y caminos pedregosos, a través de montes o estepas o desiertos, con mucha seguridad y eficacia. En suma, era un medio de transporte económico y seguro, aunque desde luego no tenía tanta capacidad de carga como los mulos y los caballos, pero, de cualquier manera, los animales usados para estas recuas eran por orden de preferencia, solicitados en este orden: el burro, el mulo y el caballo, y naturalmente, dentro de la misma especie, los machos, incluso enteros, a las hembras. En los pueblos de los pinares de la provincia de Soria, Comunidad de Villa y Tierra de Soria, Vinuesa, Navaleno, Salduero, Duruelo, San Leonardo, etc. había una tradición de solera, y de muy antiguo, desde la Edad Media, como transportistas de cargas muy pesadas, por medio de sus carretas fuertes y sólidas fabricadas de madera de pino y arrastradas por parejas de bueyes; los pinos eran de la misma región. La mercancía transportada eran los gruesos y grandes troncos de pinos, abundantes en la región, que fueron empleados muy profusamente para la construcción naval, para la marina castellana, tanto militar como comercial, de rancia tradición y vocación marinera desde su nacimiento, hasta el reinado de Fernando III el Santo; y después para las marinas de guerra de los Reyes Católicos, Carlos I y para Felipe II, principalmente para su Armada Invencible, que en su mayor parte fue construida con pinos sorianos, y transportada por esos famosos arrieros sorianos y sus carretas de bueyes, conocidos por todos los caminos y carreteras de España. Eran desde luego una estampa típica, que alegraba con sus tradiciones, música, costumbre y folklore, a los pueblos por donde pasaban, y más todavía en los que acampaban.
La tradición y vocación del mar, por parte de Castilla, se manifestó desde sus comienzos por sus famosos puertos de Castilla, por donde realizó en toda la Edad Media su activo comercio de exportación e importación con los países de Europa occidental. Fueron las cuatro famosas villas y puertos de Castilla, de San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales, y a estas villas estuvieron llegando por centurias para las construcciones navales, los grandes troncos de los pinares sorianos, transportados también, con sus carretas y parejas de bueyes, los arrieros sorianos, hasta bien entrada la Edad Moderna, en que se empezaron a fabricar barcos de acero. Este oficio de arriero y arriería tiene solera y tradición bien cimentada entre los sorianos, y aunque no fuera de la talla y envergadura del de los pinariegos, en Trébago, a escala más reducida, tuvo así mismo su solera, que perduró, como hemos dicho, hasta el siglo XX, a los comienzos de su segunda mitad.
Tenemos que aclarar que los burros se empleaban, cosa lógica, cuando la arriería manejaba mercancías pesadas y de poco volumen, como granos, sal, vinos, cal, etc. y en cambio cuando las mercancías eran voluminosas, de poco peso y algo delicadas, como la quincalla y también las personas, entonces se empleaban los mulos y los caballos, de preferencia los primeros, ya que como híbrido de caballo y burro, tenían algo de la sobriedad y dureza de los burros, y la fortaleza de los caballos. Todo ello cuando se hacían los transportes a lomo, y por malos caminos, pero cuando éstos eran más o menos utilizables, para el tránsito rodado se usaban los carros y carretas, y con ello, se ganaba, tanto en capacidad de carga, como en rapidez y eficacia en el traslado. Ambas modalidades de arriería, a lomo y con carro o carreta, usaron frecuentemente los arrieros de Trébago, cada cual con arreglo a sus posibilidades, y a las ambiciones en volumen y distancia que apetecían. Eso fue así, ya que el poseer una recua de burros era más fácil que una de mulos, y no digamos el tener un carro o carreta, con su dotación de mulos y aparejadas, pues esto último era un lujo que sólo los labradores pudientes o ricos, y en su caso los nobles, podían poner ese medio de arriería, sofisticado, de lujo y carísimo, sólo al alcance de una ínfima minoría.
Una ocupación peculiar, emparentada con la arriera por lo que tenía de transportación, pero más típica porque era realizada por burros, y por sólo ellos, con recuas de muchos individuos, era el traslado de piedra para la construcción de casas y edificios, pero principal y fundamentalmente, el de la piedra caliza, triturada, para la pavimentación, construcción del firme, de las carreteras y caminos, que se empezaron a construir, con asesoría ingenieril, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Ésta sí era una carga idónea par los burros, pesada y de difícil manejo. Era cosa de ver cómo recuas de cien o más burros, con unos serones pequeños, adecuados a su capacidad de carga, marchaban unos detrás de otros, en fila, guiados por el que abría la marcha, que sabía muy bien el camino, desde la cantera, en donde rápidamente los cargaban con piedra molida, hasta el lugar en donde tenían que descargar del camino en construcción, donde uno o varios operarios, igual que en la cantera, los descargaban rápidamente dando la vuelta al serón sobre el lomo y panza del burro, sin que se cayera al suelo, y otra vez vuelta en camino inverso desde el camino hasta la cantera. Se aprendían de tal manera los burros el camino, que ellos marchaban unos detrás de otros, sin cabezada, sin ramal, y sólo obedeciendo la voz de mando de los conductores, y siguiendo al burro que iba inmediatamente delante del otro animal. A los señores que se encargaban de ese transporte se les llamaba muy correctamente burreros, y para este trabajo tan duro eran preferidos los burros, enteros, es decir sin castrar. Una ocupación típica que tuvo gran auge, durante un par de siglos, pero que modernamente fue desplazada por la maquinaria adecuada que, tanto para triturar como para transportar la piedra, existe ahora.
(1)Tatarabuelo por línea materna del autor, nacido en septiembre de 1798, y cuyo nombre completo era Mariano Miguel Carrascosa Tutor.
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