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Amigo Gumersindo...



por Juan Palomero Martínez

El nombre "Gumersindo" ha sido utilizado en Trébago con una gran abundancia. Fruto de ello es esta foto que aquí publicamos, tomada el 14 de agosto de 2004, en la que se ven tres Gumersindos juntos. A la hora de llamarles, para que no haya confusión, los tres tienen asumido que son, de derecha a izquierda, Gumersindo, Sindo y Sindito.
Sindo nos comenta que, curiosamente, en Trébago todo el mundo le llama Sindo, pero que en Soria capital, donde reside habitualmente -aunque casi se le ve más por Trébago que por Soria- todos le llaman Gumer, así que puede presumir de tener dos nombres.

Sindo y Sindito son primos. Indagando el por qué de tantas coincidencias, me comentan que su abuelo paterno se llamaba Gumersindo, que nació un 13 de enero, festividad de dicho Santo. Debió de ser todo un personaje aquel abuelo, ya que también tuvo un hijo al que puso de nombre Gumersindo. A su vez, estos dos primos tienen en El Villar del Río otro primo que también se llama Gumersindo, que tiene otra hermana que se llama Gumersinda. Y un hijo de este primo de El Villar, también se llama Gumersindo.

Hay en el pueblo más coincidencias. Hemos dicho que el abuelo de estos primos nació un 13 de enero, festividad de dicho Santo. Pues bien, Sindo también nació un 13 de enero. Y un 13 de enero nació Gumersindo, el tercero de la foto. Y curiosamente, el mismo día 13 de enero, del mismo año que nació Sindo, nació otra niña, hija del tío Conrado, a la que pusieron de nombre Gumersinda...

Aquí no acaba la saga, ya que Gumersinda también se llamaba una hermana de Pura Martínez (la de Efraín), y Gumersindo se llamaba un hijo del Tío Justo, que vivía en Añavieja.

Nota de la Redacción
Cuando ya estaba preparado el artículo, junto con toda la Revista, para llevarlo a la imprenta, se produce el fallecimiento de Gumersindo Delgado, a los 91 años de edad. Le fallaba la vista, pero tenía una memoria envidiable. Qué cierto es que cuando se nos va un abuelo es como si se cerrara una biblioteca... Era candidato a "Mis conversaciones con...". No pudo ser, y desde aquí le damos un cariñoso adiós y enviamos un abrazo a toda su familia.

Así mismo, incluimos aquí la Vida de San Gumersindo (en el texto -de 1853- aparece como Gumesindo), tomada del libro "AÑO CRISTIANO, o Ejercicios devotos para todos los días del año; escrito en francés por el P. Juan Croisset, de la Compañía de Jesús, y traducido al castellano por el P. José Francisco de Isla, de la misma Compañía, adicionado con las vidas de los santos y las festividades que celebra la Iglesia de España, y que escribieron los PP. Fr. Pedro Centeno y Fr. Juan de Rojas, de la orden de San Agustín. Última y completa edición, aumentada con el Martirologio Romano íntegro, los santos nuevamente aprobados, himnos y secuencias que canta la Iglesia, etc., etc. ENERO. Con aprobación del Ordinario. Barcelona: Librería Religiosa, Imprenta de D. Pablo Riera. Enero de 1853".

SAN GUMESINDO, CONFESOR Y MÁRTIR.

En principios del siglo IX, tiempo en que sufrían los Cristianos de España una sangrienta persecución de los bárbaros africanos, nació en la ciudad de Toledo san Gumesindo, de padres naturales de esta capital, trasladados con el niño a la de Córdoba, aunque se ignora la causa; los cuales le criaron conforme al espíritu de la religión cristiana, esmerándose en su educación con el objeto de que ascen­diese a la dignidad del sacerdocio, obligados por el voto que hicie­ron al tiempo de su nacimiento, de ofrecerle al Señor, que se dignó concederles este fruto de sus dulces bendiciones. Para facilitar el in­tento, le dedicaron al servicio de la iglesia de los santos mártires Fausto, Januario y Marcial, sita en Córdoba, con el fin de que apren­diese de religiosos maestros ciencias humanas y divinas, y demás ejercicios conducentes al designio de sus deseos; para lo cual con­tribuyeron no poco los ejemplos y continuos consejos de sus mismos padres, interesados en demostrarle las nobilísimas prerrogativas de la virginidad, fealdad y abominación de la torpeza. No costó dificultad imprimir en el alma de Gumesindo tan recomendables ideas, natu­ralmente inclinado a la virtud, y propenso al estado de mayor perfección. Bajo cuyo supuesto, adelantándose conforme iba creciendo en edad en la instrucción de las letras, y más en la de los Santos; apenas llegó al tiempo fijado por los sagrados cánones, ascendió por sus grados al orden sacerdotal, desempeñando el ministerio con tanta justificación, que considerándole digno el obispo de Córdoba para el gobierno de las almas, fió a su cuidado una de las parroquias de la campiña de aquella ciudad, en la que se portó como pudiera el pastor más celoso y ejemplar, surtiendo a sus ovejas con abundantes pastos espirituales, sin omitir el socorro de todas sus necesidades cor­porales según sus facultades.

Sentía en lo íntimo de su corazón la miserable situación de Espa­ña; no le causaba menos dolor el ver que los bárbaros secuaces de la secta de Mahoma tiranizasen con tan dura esclavitud a los hijos de Dios redimidos con la preciosa sangre de Jesucristo; y con estas piadosas reflexiones se encendió en vivos deseos de padecer martirio. Pareciole impropio de su ministerio omitir una confesión pública de su fe cristiana ante los jueces árabes, digno de la nota de una co­bardía vergonzosa, cuando no condenase la necedad de tan impía secta: y animado con semejantes impulsos de la divina gracia, pasó a la ciudad a comunicar su resolución con un monje íntimo amigo, llamado Siervo de Dios, criado en su compañía en la iglesia de los dichos Mártires. Alentados mutuamente para tan laudable empresa, sin esperar a ser llamados, se presentaron voluntariamente al juez agareno, y a su presencia principiaron a predicar contra la falsedad de su secta, reprobando con el mayor brío y celo los delirios de sus necias supersticiones.

No cabe en ponderación la ira que el bárbaro concibió a vista de semejante arrojo, que graduado por el delito más enorme, sin es­perar a las formalidades de los procesos judiciales, mandó a sus mi­nistros les degollasen al momento. Recibieron los Santos la sen­tencia con una alegría inexplicable, dando al Señor repetidísimas gracias porque les hacía dignos de padecer por defensa de su fe; cuya confesión sirvió para alentar a otros muchos cristianos, que si­guiendo su ejemplo testificaron con su sangre la verdad de la reli­gión católica. En el día 13 de enero del año 851 se ejecutó la providencia, logrando por este medio Gumesindo la apetecida corona del martirio. Su cuerpo, habido por los fieles, fue sepultado en el monasterio de San Cristóbal, sitio donde hoy existe una pequeña er­mita con la advocación de san Julián. Haber sido célebre su memo­ria aun en tiempo de los árabes, lo comprueba la invocación de su patrocinio por el rey D. Alfonso el Sexto en la conquista de Toledo, con el de otros Santos tutelares, naturales de aquella capital, suelo de su nacimiento.


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