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Arrieros fuimos...



por Fernando Lázaro Jiménez

Recuerdo que en la década de los 60, estando trabajando en la Casa de Gregorio Martínez "el coloradillo", solía acompañarle en los tiempos de la matanza con el carro de arrieros y las banastas en las que llevaba aceite y jabón para intercambiar por huevos. Salíamos de Trébago y en unas horas llegábamos a Fuentes de Magaña, donde estaba la posada de la Sra. Emilia. Una vez puestos allí, nos repartíamos la faena para cubrir toda la parroquia del Goyo. De esta forma, mientras él se dedicaba a hacer Fuentes y Cerbón, a mí me enviaba a los pueblos más alejados y agrestes de la zona, Las Fuesas y Castillejos.

Al principio, como yo no conocía los caminos, el Goyo me decía: "Tú te montas en el Navarro (el macho) y él te llevará al sitio donde tienes que llegar". Aunque no las tenía todas conmigo, me monté en el macho y seguimos el camino. Finalmente, y tras una hora de dura marcha, por las malas condiciones del terreno, supe que habíamos llegado a destino. En efecto, el macho, para mi sorpresa, se paró delante de una posada que resultó ser la que iba buscando. Una vez allí, hablé con la señora de la posada e hicimos el intercambio de las pellejas de aceite por los huevos. Por aquel entonces, en el que no disponíamos de tecnología punta, se miraban los huevos a través de una bombilla para saber si eran frescos (los huevos viejos estaban "mermados"). Una vez finalizado el intercambio volví a Fuentes donde hicimos noche.

Al día siguiente teníamos que ir a otros pueblos, como San Andrés de Oncala y Valtajeros. Recuerdo que, como el tiempo era muy malo y la Sierra de Valtajeros estaba nevada, el Goyo decidió no atravesar la Sierra, sino dar la vuelta por la Dehesa de Matasejún. Llegados a San Andrés, volvimos a hacer el intercambio del aceite por los huevos, pero con tan buena fortuna que en aquella posada acababan de hacer matanza aquel día. La posadera ya le tenía preparada la sopa de hígado que tanto le gustaba al Goyo, pero a mí, como no me gustaba, me pusieron un buen plato de picadillo que todavía hoy recuerdo que me supo a gloria.

Al regreso hacia Valtajeros, el Goyo no quiso dar la vuelta por Matasejún sino que pasamos por la Sierra de Valtajeros. La travesía fue criminal, a duras penas los pobres animales apenas podían dar un paso de tanta nieve. Finalmente llegamos a Valtajeros, donde nos esperaba más nieve y tanto hielo que los animales se resbalaban. Pero eso eran cosas de la temporada de invierno. Una vez realizamos los intercambios, salimos hacia Fuentes para recoger el carro de arrieros y salir al día siguiente hacia Trébago.

Una vez en el pueblo, y como todos esos caminos a mí no me gustaron nada, decidí comunicarle al Goyo que no me llevara más por esos terrenos, y así fue como, desde entonces, cambiamos esos caminos por los de la Ribera de Tardajos, que también eran de su parroquia y por los que le acompañé de mucho mejor grado a partir de entonces.

He decidido contar estas anécdotas, dedicándole al Goyo y a Casilda la narración de estas historias que, en definitiva, son también de ellos, y en agradecimiento por los buenos ratos que pasé a su lado.
Barcelona, 6 de junio de 2005

Nota de la Redacción
En la actualidad, junio de 2005, Fernando Lázaro Jiménez vive felizmente jubilado, disfrutando de sus nietos, Pablo y Claudia, con quienes le vemos en estas fotografías.

A buen seguro que, dentro de poco, correrán con su abuelo por Trébago, en esas escapadas que, cada vez más a menudo y cada vez más prolongadas, Fernando hará a su pueblo natal.

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