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Curvas y Humo



por Rubén Ibáñez Laya
Miembro de la Coral Polifónica de La Rioja

... Curvas, curvas
... Ansiábamos encontrar detrás de cada una de ellas un lugar, que al parecer quería permanecer para todos nosotros escondido y del cual nadie sabía nada excepto dos o tres personas que lo habían visitado con anterioridad en dos o tres ocasiones.

Curvas, curvas y más curvas.
Dejábamos atrás sensaciones, colores y olores propios de la época. La sensación, extraña por otra parte, de visitar una población importante de la zona como es Yanguas, y no encontrarnos prácticamente con nadie, se me hizo cuanto menos un tanto llamativa. Al final tuvimos contacto con Felipe, oriundo de la zona, que se ofreció a enseñarnos parte del pueblo, su pequeño pero acogedor y a la vez interesante museo de arte sacro, y la Iglesia de Santa María, situada en un lugar especialmente agradable, rodeada de árboles de distintas especies y dándole al momento un toque romántico.

Colores como el rojo, el amarillo y tonos ocres predominaban en los álamos y chopos que cortejaban al río en todo su recorrido, lugar que invitaba a pasear en silencio y a escuchar el rumor del agua y el viento acariciando las copas de éstos que, a su vez, dejaban caer sus hojas de colores sobre las tibias aguas, haciendo que el curso de éste pareciese una alfombra en movimiento bordada en oro.

Al igual que al pueblo, abandonamos el curso del río y a su cortejo para recorrer parajes verdaderamente inhóspitos, despoblados de todo tipo de vegetación.

Inmersos en plena carretera y apostando a ver cuál de esas curvas iba a ser la última, aplacábamos el hambre con unas pastas y algún que otro tentempié. Por fin, D. Félix, jefe de la "expedición", conectó el micrófono del autocar y nos comunicó que el pueblo que veíamos a lo lejos, y una vez bajado el puerto, era el tan esperado y deseado destino, TRÉBAGO.

No parecía gran cosa, pensé. Eso sí, tenía una Iglesia y un Torreón que por un momento me hizo pensar todo lo contrario.

Pasamos de largo Trébago y nos dirigimos a la localidad cercana de Matalebreras, donde nos esperaba impacientemente el matrimonio formado por Juan Palomero y Concepción Delgado, ambos compañeros de trabajo y ante todo amigos personales de D. Félix Ochagavía y de Ma José Lázaro.

Estuvimos "engañando" al estómago con unos torreznos, a la vez que comprábamos algunos regalos para la familia y nos hacíamos con algún que otro embutido típico de la zona, mientras, Ma José y D. Félix saludaban a los anfitriones, Concepción y Juan.

Después de una fabulosa comida en el Hostal Mary Carmen y de una sobremesa bastante agradable repleta de alegría, Juan nos sorprendió con la entrega de la revista "La Voz de Trébago", un marca-libros que incluía un número para el sorteo de un grabado realizado por Iris Lázaro y una tarjeta de visita de las casas rurales que se han abierto últimamente en el pueblo. En Juan se advertía cierta ansiedad. Noté que quería que todos los presentes en esa mesa conociésemos en un tiempo limitado el pueblo de Trébago en todas sus facetas, conocer las iniciativas culturales, las artes que se desarrollan en la comarca y, cómo no, para mí lo más importante, conocer a sus habitantes, relacionarnos con ellos, contarles nuestras inquietudes, en este caso musicales.

Pues bien, acabada la tertulia, volvimos sobre nuestros pasos y nos dirigimos a nuestro destino, Trébago, ... Ahora, estando en él, el panorama era diferente. Pasé de no conocer nada de él a sentir que algo me sobrecogía de manera increíble. Pronto supe qué fue lo que hizo que me sintiese así.

Humo, eso era.
El olor a humo, a madera quemada, a resina chisporroteando en las chimeneas de los salones o en las cocinas económicas de alguna casa llenaba las callejuelas por las que callejeamos antes del concierto, las chimeneas en los tejados lo lanzaban, haciendo que en el exterior se percibiese ese ambiente hogareño y cálido, adivinando qué maderas ardían en el interior de cada una de las casas por las que pasábamos de camino al "Museo de Pepe", museo repleto de utensilios y aperos de épocas ya pasadas, y que nos fue mostrado por sus hijas Iris y Berta Lázaro.

Llegamos hasta el Consultorio médico, (a muy pocos metros de la Iglesia Parroquial), donde fuimos alojados. Allí, nervios, ensayos y una fuerte mezcla de perfumes en el ambiente llenaron el despacho del médico y la sala de espera, a la vez que D. Félix, el director, daba las últimas indicaciones para el concierto que estaba a punto de comenzar. Yo, como casi siempre, daba pasos perdidos de un lado para otro, cual animal encerrado en una jaula, intentando calmar esos pequeños nervios que, a pesar de tantos años, siempre aparecen en el último momento, quizás sea inseguridad.

Salimos del Consultorio y casi de corridilla, pues el frío se hacía notar, nos dirigimos hasta la entrada de la Iglesia cobijándonos bajo el pórtico de la misma. El vaho, al hablar o simplemente al respirar, salía de nuestras bocas como el humo de las chimeneas escapaba de las casas y huía rápidamente debido al viento frío que casi rozaba lo gélido, al menos así lo sentía en mi cuerpo.

Esperamos a que la Misa que se estaba oficiando acabase y de esa manera poder entrar a caldearnos y, cómo no, ofrecer a todas aquellas personas que habían llegado, incluso desde Ágreda, un concierto lleno de emociones y sentimientos. El público, que llenaba la Iglesia, estuvo respetuoso en todo momento, cosa que es de agradecer.

A medida que el concierto transcurría, el calor se iba notando, y no me refiero al calor de la calefacción, buenísimo por otra parte, sino al que el público daba. Desde el más anciano hasta el más joven estuvieron arropándonos y dándonos calor y apoyo para que el concierto fuese un éxito.

Les vi ... Vi cómo gesticulaban, cómo secaban en ciertas ocasiones sus ojos humedecidos, reflejo de momentos pasados, ausencias, etc. Vi cómo se implicaban y se imbuían en nuestras canciones, canciones que las iban haciendo suyas. Con otras se alegraban y sonreían levemente. Esta amalgama de sentimientos que hervían en el interior de cada uno de ellos hacía que mis recuerdos aflorasen y me llevasen a un estado de emoción casi incontrolada. Y digo casi porque, evidentemente, debía mantenerla controlada para poder cantar. Los nervios habían desaparecido, el frío no existía, pero eso sí, había algo de lo que no me podía olvidar ni quería, ese olor a humo, a hogar con ambiente cálido, a familia, a cariño, todo eso estaba ahí dentro, dentro de mí.

Todo fue rodado, de tal modo que, una vez acabado el concierto, el público aplaudió de manera estrepitosa mostrando su agradecimiento, hasta el punto que nos pidieron que repitiésemos el tema que abrió el susodicho evento, tema que hacía alusión a su Virgen, a la Virgen del Río Manzano, muy querida en esta tierra, que había sido compuesta y musicalizada para el evento por Mª José Lázaro.

Más tarde, y tras las felicitaciones, salimos poco a poco de la Iglesia para ir hacia el Salón Social "Las Escuelas" a disfrutar de un fabuloso y animado ágape con al menos 150 personas. Apenas uno podía moverse, estaba difícil semejante misión. Era agradable poder conocer gente nueva que le iban presentando a uno. Además, uno tuvo el placer de poder mantener una charla bastante animada con un pequeño grupo de personas del pueblo, el cual "lideraba" una mujer de nada más y nada menos que 94 añitos. Tenía las ideas muy claras y presumía ante el resto de haber podido llegar a esa edad y con esa salud, envidiable por otro lado, desde luego.

Iba avanzando la tarde, o debiera decir la noche. Teníamos que empezar a pensar en regresar a nuestro punto de partida. La noche se había echado de manera irremediable y el frío quería amedrentarnos bajando de grados en el termómetro, pero a unos más que a otros el frío nos daba lo mismo. Salí del Salón Social con mucho calor, había mucha gente en el interior, pero lo que me llevé realmente fue ese calor que había sentido durante el concierto cuando tras las manos, unas veces pausadas y otras bastante más agitadas de D. Félix, observaba las caras de todos ellos y en ellos veía alegría, emoción, trazos de tristeza, pero ante todo complicidad, entendieron a la perfección lo que esas letras habían dejado, primero en sus oídos, después en sus ojos y sobre todo en sus corazones.

El motor del autocar rugía, y, sin tomar asiento, aproveché para saludar y despedirme de Juan Palomero y agradecerle tanto a él como a su esposa Concepción Delgado la invitación a ésta, su casa, nuestra casa.

Retomamos la carretera. Esta vez, el camino de vuelta a casa iba a ser muy diferente, oscuro, pero a la vez lleno de luz y con cristales empañados por la diferencia de temperaturas, sin curvas, no había ni una curva, todas habían desaparecido ...


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Nota de la Redacción:

Rubén y otros muchos miembros de la Coral comentaban que habían venido sin conocer Trébago ni a nadie del pueblo, y se iban con la sensación de haber dejado aquí muchos amigos. Creemos que en el pueblo la sensación hacia la Coral y sus miembros fue también la misma. ¡Enhorabuena!



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