por Santiago Lázaro Carrascosa
¿Por qué estos fenómenos de las Comunidades no se produjeron en los diferentes focos de iniciación de la reconquista? Bien sabido es que no hubo sólo un comienzo de la reconquista en Asturias, Covadonga, y que además ni siquiera fue la principal, sino uno de tantos. Sabemos que al extremo nor-oriental de la península se crean varios condados que forman la Marca Hispánica, amparados por Carlomagno. Emancipados posteriormente de la tutela franca, se agrupan en torno al Condado de Barcelona, que continúa la reconquista y repoblación de territorios sureños. En los Pirineos occidentales hay igualmente focos de resistencia al invasor: Sobrarbe y Ribagorza, en Aragón y Navarra. Este último, protegido de los reyes Francos, con territorios en la vertiente norte de los Pirineos, termina pronto la reconquista, mientras que Aragón, convertido en reino, avanza más al sur, asemejándose mucho a los reconquistadores castellanos. Finalmente, y éste es el foco de la reconquista que nos interesa para nuestro estudio, entre el alto Ebro y el Cantábrico, al norte de la cordillera Cantábrica y el occidente de la depresión vasca, se forma el grupo vasco-castellano de la reconquista. Estos pueblos vasco-cántabros fueron siempre muy celosos de su independencia, característica común con los celtíberos, y por ello nunca fueron romanizados, ni sometidos al poder visigodo, ni menos arabizados. Tenían tradición ancestral de independencia, y ellos fueron los que imprimieron el carácter federalista al estado castellano. Éste es un rasgo común a los pueblos celtíberos, o de raíz celta, entre otros los murgobos en Burgos, los berones en Logroño, los celtíberos propios (pelendones, arévacos, belos, titos y lusones, según Estrabón) en lo que son actualmente Soria, Segovia, Ávila, Guadalajara, Madrid, el suroeste de Aragón y finalmente los olcades en Cuenca. Si tenemos en cuenta que muchos individuos de estas tribus fueron empujados por la invasión sarracena hasta arrinconarlos en los altos y estrechos valles entre el alto Ebro y el mar, mezclándolos con los cántabros y vascones, como dice el Cantar del Mío Cid, tendremos que el factor racial de todos estos pueblos, con las características que hemos señalado, fue, es, un elemento que, si no determinó por sí solo la surgencia de las Comunidades, sí puede considerarse un factor a tener muy en cuenta. Ejemplo demostrativo es Aragón, en donde solamente en el Aragón celtíbero, Calatayud, Teruel, Daroca y Albarracín, florecen las Comunidades de Villa y Tierra, luego, hemos de concluir que algo ha de haber influido el factor racial, genético, en el nacimiento de estas Comunidades.
Ahora bien, ¿cómo opera este factor? Hemos visto que todos estos pueblos de raíz común celta tenían un profundo sentido y espíritu de independencia demostrado en las gestas de Numancia, la gallarda actuación de los delegados de Termancia en el Senado Romano previa a la conquista de esta ciudad por los romanos, y la sangrienta represión romana sobre todos los varones aptos para la guerra de la ciudad de Lutia, a los que cortaron la mano derecha para evitar que ayudaran a los numantinos en su guerra con Roma. Sin embargo, la independencia tribal, y de ciudades, frente a un enemigo poderoso como Roma, con el que hay que luchar, sólo se puede conseguir mediante la cooperación y solidaridad, no sólo entre los individuos de una ciudad, sino las ciudades entre sí, como así ocurrió en tantas ocasiones. Entonces, nosotros vemos que estos sentimientos y cualidades pueden ser perfectamente identificables, en sus herederos, por la colectivización comunera de los individuos, la explotación en común de bienes y servicios y, en fin, el espíritu solidario y de autogobierno de las Comunidades de Villa y Tierra que estudiamos. Y añadimos que esta impronta genética es la base fundamental para explicar el fenómeno de las Comunidades, aunque tuvo que recibir el estímulo e impulso de otros factores.
Otro factor determinante fueron los motivos económicos, que influyen de una manera definitiva, aunque no exclusivamente en todos los hechos y sucesos históricos y humanos. A este factor económico va muy directamente unido el medio geográfico en que se asentaron estas organizaciones. Veamos. Hemos explicado cómo el embate arrollador del avance árabe hacia el norte va empujando a grandes masas de individuos de todos estos pueblos que hemos nombrado. Ellos mismos, intuyendo el peligro de la pérdida de su independencia, van huyendo amedrentados, tratando de buscar un refugio más o menos seguro. Este cobijo lo encuentran, como hemos dicho, al fin, entre sus parientes raciales, los cántabros y vascones, afines con los recién llegados en muchas cosas. Son grandes cantidades de gentes que se ven constreñidas en poca superficie de terreno, y además muy montañoso, con pequeños valles, muchos bosques y aguas abundantes, pero escasos alimentos. Así dicen unos versos del poema de Fernán González, el héroe casi legendario de la formación del estado castellano.
Vysquieron castellanos grand tiempo mala vida
en tierra muy angosta, de vyandas fallida,
lacerados muy grand tiempo a la mayor medida,
veyense en grand miedo con la gent descreyda.
Podemos imaginarnos la situación de miles de gentes presas del miedo a los ejércitos árabes, sin viviendas, sin lo necesario, lo más elemental para el sustento, con familias destrozadas y las que no viviendo en condiciones de extrema miseria, y enseguida comprenderemos que poseyendo el espíritu solidario todos estos pueblos por su atavismo histórico y racial, apremiados por necesidades económicas y con la amenaza constante de tener que luchar a muerte por su vida, comprenderemos, digo, por qué al poco tiempo de su estancia, tuvieran que asociarse, trabajar mancomunadamente, ser solidarios y colectivistas, si querían primero comer y vivir (ya aparece el componente económico determinante) y después emprender la marcha hacia el sur en busca de sus hogares, tierras, montes y ganados perdidos después de la gran catástrofe que sufrieran con la invasión árabe. Ya vemos en acción el factor económico, que en los primeros momentos de la nueva vida es tan fundamental o más que el racial y genético. Hemos hablado también del medio geográfico y él, en íntima relación con el hecho económico, fue otro de los factores concurrentes y muy importante para el nacimiento de las Comunidades. D. Anselmo Carretero Jiménez (de quien nos honramos en ser sus amigos) dice que Castilla y sus Comunidades de Villa y Tierra, espina dorsal del estado castellano, no pudo haber sido de otra manera de como nació, se desarrolló y creció. Efectivamente, los pueblos arrinconados en las altas montañas cántabras tenían que comer y vivir, y para ello había que producir los alimentos que solamente los proporcionaban la agricultura, la ganadería y los bosques. Pero los elementos necesarios para el desarrollo de estas actividades que propiciaba el terreno no eran aptos para que la iniciativa individual y solitaria progresara, sino que necesitaban del concurso colectivo, solidario y desinteresado de los propios individuos y del vecino. Afortunadamente, este espíritu, como ya hemos dicho, existía. Efectivamente, un terreno excesivamente montañoso como el de toda Castilla, bosques y abundantes pastos, es realmente aprovechable cuando estas riquezas se explotan comunalmente, y eso fue lo que hicieron los primeros castellanos. Las maderas y leñas de los montes, el aprovechamiento de los pastos por la ganadería, los pequeños valles, en algunos casos regables para la producción de cereales, frutas y hortalizas, las finas y excelentes aguas de las cabeceras de los ríos para uso humano, ganadero y de regadío colectivo, las minas de todas las clases, las canteras de piedra de construcción y de muelas de molino, las caleras, etc., absolutamente todo se explotó en plan comunero y colectivo en aras del bien general de todos los habitantes. Por otra parte, como hemos dicho, no se podía haber hecho de otra manera, pues estos elementos geográficos y económicos del terreno no lo permitían, y mal se podía dar a cada individuo un lote de monte o de pequeño huerto para que él solo explotase sus posibilidades, así como los pastos con una o media docena de cabezas de ganado para aprovecharlos. La cosa era sencillamente inviable, y por eso usaron con sabio y sesudo razonamiento el sistema comunero de explotación económica, y la forma de gobierno que adoptaron. Entonces, y como conclusión, vemos que los hechos económicos que acosaron muy duramente a todos aquellos refugiados y a los naturales amontonados en muy estrecho territorio, fueron también determinantes para el nacimiento y desarrollo de nuestras comunidades. Estas riquezas forestales y ganaderas se explotan mejor en régimen comunero que individualmente.
Factor reconquista y reminiscencia del municipium romano. Ésta es la opinión de D. Elías Romera, y en cuanto a esto último, verdaderamente, no creemos que haya mucha similitud, y por tanto reminiscencia, del municipio romano con las Comunidades de Villa y Tierra. El municipio romano era una mera autoridad delegada de un estado unitario y centralista, y por tanto también él mismo centralista en su jurisdicción, mientras que las comunidades eran justamente todo lo contrario, como estamos viendo. La reconquista, con todo su traumatismo trágico que primeramente supuso el desarraigo y huida de seres amedrentados, de sus hogares y asentamientos habituales a lugares remotos y desconocidos, qué duda cabe que fue un revulsivo que despertó más intensamente las virtudes de la raza por su independencia y además la lucha por la propia supervivencia y la de sus familias. Inmediatamente después de la derrota ante los árabes, y una vez superado el miedo a sus ejércitos, todas estas gentes se plantearon, según manifiesta Fray Justo Pérez de Urbel en su obra El Condado de Castilla, la cuestión de la reconquista de los territorios perdidos, iniciándola y poniendo en juego para ello todas sus energías y cualidades, así como los embriones de sus primeras organizaciones, creadas en el solar cántabro-vasco. Entonces concluimos que la derrota frente a los árabes, y el problema de realizar la reconquista de los territorios perdidos, La Reconquista, fue un estímulo, no despreciable, que puso en juego los factores genéticos de la raza, y en producción comunal las fuentes agrícolas y forestales, y como consecuencia cooperando a la creación del sistema de gobierno comunero, que daría por resultado las entidades de Comunidades de Villa y Tierra. Éstas son la causas que, a nuestro juicio, concurrieron al nacimiento de estas organizaciones.
Un factor que también ayudó a la formación de estos primeros gérmenes de las Comunidades de Villa y Tierra fue el elemento religioso, y de ahí, vemos cómo en algunas ocasiones a estos grupos de refugiados se les llama parroquias, iglesias, y todos ellos tenían como protector con poderes divinos a algún santo o santa, Virgen, etc., que o bien trajeron de su lugares de origen, como sucederá después a medida que avanza la reconquista, o bien la adoptaron ya asentados, bajo la sugerencia de algún cura, de alguna persona entendida o por la decisión de la mayoría. Este elemento religioso fue, a no dudar, un aglutinante no despreciable en el movimiento comunero, aunque políticamente él fuera laico en sus comienzos y desarrollo, y por ello debió funcionar tan bien durante varios siglos los sistemas comuneros de villa y tierra.
Finalmente y para terminar de hacer el bosquejo de cómo nacieron y funcionaron desde el principio las Comunidades de Villa y Tierra, hay que considerar como un factor importantísimo la organización de la defensa ante los árabes primero, y la reconquista después. En efecto, los hombres comuneros, al menos mientras duró la reconquista, eran antes que agricultores o artesanos, soldados, teniendo tanta destreza en manejar la esteva y el azadón, como la espada y el escudo. Esta situación no podía ser de otro modo, pues lo mismo durante el éxodo de la invasión, que durante la reconquista, el peligro de perder, no solamente la hacienda y el "modus vivendi", sino la propia vida y la de toda la familia, era cosa diaria y permanente, y por ello había que defenderlas, y se defendieron con las armas en la mano. Todos eran soldados, pero aquél que podía mantener un caballo era caballero, por esta sola condición, pero ello no implicaba el que tuviera canongías ni otros favores, sino que debía contribuir con mayor razón y poder a la defensa de los intereses comunes. Igualmente que en el orden político, hubo la perentoria necesidad de elegir a los jefes de la defensa y también a aquellos más capaces, con más dotes de mando e instinto militar, que se convirtieron en jefes de las famosas Milicias Concejiles, que ayudaron con grandes y brillantes acciones a los reyes castellanos, y castellano-leoneses en sus luchas de la reconquista.
Tenemos algo que decir, así mismo, para mejor entender la forma de surgir de las Comunidades, sobre el carácter e inicio de la Reconquista, refiriéndonos a los focos de Asturias (Covadonga), y el castellano. Al principio llegaron, al producirse la desbandada ante el embate de los árabes, a las montañas de Asturias, un gran contingente, casi la mayoría absoluta, de funcionarios de alta categoría de la corte visigoda de Toledo, nobles, altas jerarquías eclesiásticas, militares y, en fin, gentes todas ellas cultas, hablando y escribiendo el latín, la lengua usada por las altas capas sociales, cultas y detentadoras de todos los poderes del Estado Visigodo, junto con nobleza, clero, militares, etc. Junto a ellos trajeron los escombros de una organización estatal, los restos de la debacle del Estado Visigodo, fundamentalmente la norma jurídica del Fuero Juzgo, inspirado en el derecho romano. Eran los restos, pero al fin y al cabo una organización de Estado, al cual podían servir y hacerlo funcionar los individuos huidos de Toledo y que sabían de estos menesteres. Sobre todo, tenían un principio de autoridad muy arraigado, en el cual las jerarquías sociales apenas se deterioraron respecto de las que funcionaban en Toledo, y simplemente fue un traslado de esas clases sociales con sus derechos y privilegios. Por el contrario, el pueblo del común, el pueblo llano, por su propia condición de siervo en el Estado Visigodo no podía huir, y no emigró ni huyó, junto con la nobleza, clero, y altas dignidades, hacia las montañas de Covadonga. Es decir la reconquista iniciada en Asturias tenía un principio de Estado, con experiencia de gobierno y con ideas, muy claras de la reconquista de los territorios perdidos, pero en beneficio de las clases dominantes de que procedían. Carecía en cambio del pueblo llano, de población para esa tarea reconquistadora, de tal manera que los territorios que iban liberando del poder árabe los repoblaban, en su gran mayoría, con emigrantes mozárabes procedentes de los territorios bajo dominio árabe, al sur de cuyo yugo político-religioso huían.
El foco de la reconquista castellana estuvo formado enteramente por gentes del estado llano, gentes del campo principalmente, sin conocimientos técnicos de cómo funciona un estado, desconociendo el uso de latín, pero en cambio hablando y entendiéndose en la lengua del "román paladino", como dice el poema de Fernán González que fue el embrión del castellano, que muy pronto sería un lazo muy poderoso de unión, además de las virtudes raciales y condicionamientos económicos, que darían forma definitiva al estado castellano en el sistema federal de las Comunidades de Villa y Tierra. Aquí sucedía, que los primeros reconquistadores castellanos, tenían una gran masa humana, con muchas energías, muchos estímulos y muchos deseos y necesidad de supervivir, pero sin una pizca de organización estatal, que encauzara y dirigiera adecuadamente esas energías. Lo contrario justamente de la reconquista asturiana. Por todo ello, los estados a que dieron lugar estas dos situaciones, fueron tan diferentes, no decimos ni mejores ni peores: Una, la de Covadonga pronto fructificó en un estado unitario, férreo, con decisión suprema del Rey sobre todas las cuestiones, sustentado por los dos estados fundamentales al igual que otros europeos: la Nobleza y el Clero. Un estado más bien feudal, al estilo, más o menos ajustado, del de los restantes estados medievales europeos. Por el contrario, el Estado Castellano nació y tuvo como base y elementos constitutivos a las Comunidades de Villa y Tierra, siendo ellas mismas las que crearon un estado federal, democrático, laico, republicano, muy distinto del asturiano. Crearon y desarrollaron su propia norma jurídica, los Fueros, según el uso, costumbre y buen juzgar de los hombres buenos, o "jueces", y más sensatos, elegidos de entre todos los habitantes; crearon y desarrollaron un idioma, el castellano, cuya pujanza aún todavía perdura y no ha alcanzado su máximo desarrollo; crearon riqueza con nuevos y adecuados métodos para el territorio que ocuparon, y en fin fueron artistas, letrados, políticos, militares, artesanos, que tanto al inicio de la creación del estado castellano, como en su apogeo, brillaron con luz propia. Hemos de decir inmediatamente que la creación de este estado democrático y federalista se adelantó en su tiempo más de ochocientos años a las primeras y tímidas experiencias democrático-parlamentarias de mediados del siglo XVII en Inglaterra con Cromwell, de las cuales hacen arrancar las ideas democráticas todos los entendidos en esta materia, cuando realmente, como hemos visto, fue en Castilla donde primero funcionaron, y funcionaron bien, los sistemas democráticos y podríamos decir, sin menoscabo alguno, parlamentarios, pues nada más que eso eran las asambleas de vecinos del común, cuando a campana tañida se reunían en los atrios y plazas de las iglesias.
Una vez llegados a los lugares que la casualidad deparó a cada porción de aquella masa humana, huyendo aterrorizada de los ejércitos árabes, y conseguido el primer resuello, había que comenzar una nueva vida y se comenzó. Nosotros suponemos, con toda lógica, ya que como dice Fray Justo Pérez de Urbel, la Historia no solamente se escribe leyendo documentos, siempre parciales y en muchas ocasiones apócrifos, como los Falsos Cronicones", que se formarían grupos medianamente unidos por lazos de familia, por amistades, por lugares de procedencia, por afinidades raciales, por advocaciones religiosas a determinado santo, santa o Virgen, por simple compañerismo de desgracia durante la huida, o por mil y una causas más, que en aquellas dramáticas condiciones debieron unir a diferentes personas y familias. Estos grupos se establecieron, como decimos, en el primer valle, nava, cobijo montañoso, pequeña llanura o cualquier otro accidente geográfico más o menos aparente para acampar, ésta es la palabra, siempre que no estuviera ya ocupado por otra masa de refugiados. Inmediatamente después, y al amparo de los sentimientos de solidaridad y comunitarismo que los caracterizaban, y más aún por el apremiante acoso del hambre y necesidades vitales, comenzaría un esbozo de organización social, con ciertas personas que teniendo facultades de inteligencia, bondad, o dotes de mando, podían ejercer las atribuciones inherentes a una autoridad. Estas personas serían elegidas, por sus dotes personales, con la anuencia de la mayoría, y de ellas saldrían, es obvio, los jueces u hombres buenos, los alcaldes, alguaciles, y en fin los diferentes funcionarios comunales, que aunque en un principio fueran pocos, dadas las escasas complejidades de funcionamiento de una sociedad principiante en tareas de gobierno, a medida que estas agrupaciones, denominadas hermandades, concejos, parroquias, cuadrillas, cofradías, colaciones, familias, y también iglesias, fueron perfeccionando y creciendo en territorio y población, se fueron necesitando más funcionarios concejiles, tales como Alguacil Mayor, Juez forero, Procurador síndico, Mayordomos, Escribanos, Fiel de Fechos, Almojarife, etc., y otros muchos cargos más, cuya enumeración y funciones, que las tenemos, sería prolijo exponer.
Así nacieron, los primeros ensayos de lo que después fueron las grandes Comunidades de Villa y Tierra de Castilla y Aragón, y que en principio, en Cantabria se denominaron Concejos, Parroquias, Hermandades, Cuadrillas, Colaciones, Cofradías, en Burgos Merindades, Juntas en La Rioja Alta, y posteriormente ya en pleno apogeo, Comunidades de Villa y Tierra en Soria, Cuenca, Guadalajara y Comunidades de Ciudad y Tierra en Ávila, Segovia y Madrid, aunque de todas maneras todas ellas semejantes, hermanas y con los mismos contenidos políticos y sociales.
Podemos decir en definitiva, que las Comunidades de Villa y Tierra, como cualquier otro cuerpo social que gobierna a núcleos humanos, tienen un nacimiento, un desarrollo, una decadencia y un fin, igualmente que los individuos que las forman. Así podemos decir que nacieron en los siglos VIII y IX; vivieron la infancia en el X; la adolescencia en el XI; la plena madurez y apogeo en el XII, XIII y gran parte de XIV, para a finales de este siglo entrar en franca decadencia y quedar vacías de contenido político y autonómico el XVI; y finalmente, como hemos visto, aún quedan en nuestros días restos y propiedades de aquellas instituciones. Algunas de estas propiedades y atribuciones necesitaron para desaparecer reales órdenes tan tardías como la que en el reinado de Isabel II, bajo la regencia de su madre, se dictó para la desaparición y enajenación de las Juntas Generales de las Universidades de la Tierra de San Pedro Manrique, Caracena, la Universidad de la Tierra de los 150 pueblos de Soria "y cualquiera de otra clase que se halle establecida en esa provincia" termina diciendo uno de los párrafos del decreto, cuya copia literal tenemos a la vista.
El proceso de decaimiento de las Comunidades comienza a partir de la definitiva unión de Castilla y León bajo el reinado de Fernando III el Santo, aunque tímidamente, pero a finales del XIV, bajo Enrique II el de las Mercedes, es cuando verdaderamente los acosos, expolios y ataques frontales a las Comunidades de Villa y Tierra en el ámbito de sus funciones y propiedades adquirieron gran virulencia, hasta conseguir anularlas, como hemos dicho en el siglo XVI.
No es de este lugar y momento analizar las causas de este fenómeno, pero sí hemos de decir, que el móvil principal, fueron causas de tipo económico, fundamentalmente, y político después. Respecto a lo primero diremos que las posesiones materiales en bosques, tierras, ganaderías, industrias y todo tipo de producción económica, de las Comunidades eran muy numerosas y de mucha cuantía, y ello, naturalmente, despertó la codicia, en el reinado de Enrique II, de los nobles y el clero. La nobleza y el clero, en este reinado, adquirieron un poder inmenso, que llegó a mediatizar a la débil autoridad de los reyes, hasta la llegada de Isabel y Fernando. Y aclaramos, que decimos, también el clero porque los grandes dignatarios y dirigentes de la Iglesia eran todos, casi sin excepción, pertenecientes a la clase de la nobleza, así que estos dos intereses funcionaron conjuntamente contra las Comunidades. La Monarquía, el Rey, no veía con malos ojos tampoco la mengua de poderes políticos y autonómicos de las Comunidades, y por eso, actuando con doble juego, unas veces se apoyaba en las Comunidades, y sus milicias concejiles, cuando los desmanes de la nobleza y clero ponían en peligro la monarquía, y otras dejaba hacer, complaciente, a esos dos estados, su juego. Además, cuando aplacó y dominó el poder real a nobles y clero, empezó el Rey a socavar a las Comunidades, dando mercedes a pueblos y lugares, haciéndolos villas de realengo, lo cual significaba el no tener que pagar ningún tipo de impuesto a la comunidad, y estar amparados por el poder real. Todo esto, unido a que los cargos principales de las comunidades empezaron a tener salarios (al principio de ellas, como hemos dicho, ningún cargo concejil tenía sueldos de ninguna clase) y por lo mismo a ser apetecidos por personas nobles, de la corte, y también por los mismos plebeyos comuneros, tuvo que provocar y provocó la degradación de las Comunidades. Con estos cargos hubo comercio, se compraban y vendían, y después pasaban a propiedad perpetua y heredables en individuos de una misma familia, noble por lo general, y posteriormente fueron creados por el Rey altos cargos, como regidores, corregidores, merinos mayores, etc., que pasaron a ser propiedad real, y el Rey era el encargado de nombrarlos o repartirlos a sus allegados y servidores, cuando la monarquía acalló el poder de la nobleza. Por otra parte, y por eso hemos dicho que el gobierno de las comunidades se adelantó en el tiempo a la evolución moral de los individuos de aquellos tiempos, estos mismos hombres comuneros, y no fueron por eso ni peores ni menos solidarios que los demás estamentos sociales, se dejaron tentar por las ambiciones de poseer bienes materiales, y de disfrutar el poder a través de los cargos concejiles que eran medio para obtener riqueza, y en su caso una vía para acceder al estado de la nobleza, con todos sus privilegios. Éste es a vista de pájaro el proceso de decadencia y degradación de las Comunidades de Villa y Tierra, proceso largo, complejo, y cuya explicación debe ser motivo de amplios y profundos estudios históricos que no son de este lugar.
(Fin del Capítulo II)
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