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De campanas y campaneros



por Iris y Berta Lázaro Martínez


El oficio de campanero solía ser un oficio itinerante. El maestro campanero acudía al lugar donde se requerían sus servicios con sus herramientas (moldes de madera y cerámica, martillos, limas, tenazas y punzones), y allí desarrollaba su tarea. El trabajo, sin duda, se prolongaría cierto número de días, pues implicaba una serie de operaciones costosas, como construir el horno de la fundición y preparar los moldes de las campanas en arcilla.

La campana mayor de la Iglesia de Trévago la fundió el maestro campanero Narciso Güemes Corral, descendiente de una saga de campaneros originaria de Santander. Él mismo había nacido en Bareyo, partido judicial de Santoña (Santander), en el año 1864. Narciso Guëmes se casó en Trévago con María Carrascosa García, hermana de nuestro bisabuelo Santiago, en el año 1891. Debido a este parentesco, disponemos de alguna información sobre el tema que nos ocupa. Además de la campana de Trévago, Narciso fundió otras en numerosos pueblos de nuestro entorno como Cerbón, Magaña, Fuentes de Magaña, Cigudosa, Noviercas, Valdegeña, Omeñaca, Calatañazor, y en otras zonas más lejanas como Gallur o Huesca. Falleció a finales de los años veinte del pasado siglo.

El proceso de fundición de las campanas era laborioso. El material empleado era generalmente bronce (mezcla de cobre y estaño). A veces, para aprovechar el material, se refundían las campanas viejas o rotas, y también se añadían al fundido almideces, monedas y otros objetos que eran aportados por los vecinos.

Era necesario construir un horno donde se fundiera el metal, para lo que era preciso quemar gran cantidad de leña, y también fabricar un doble molde de arcilla para la campana, que debía colocarse en un hoyo, debajo de tierra, para verter el metal fundido desde arriba.

En Trévago, el horno y los moldes de arcilla se prepararon en "la era de la casilla", un paraje que se encuentra a la entrada del camino de "La Carrasquilla", nada más pasar el puente del río Manzano, a la izquierda. Durante muchos años se encontraron en esa era restos del horno, así como fragmentos de cerámica y arcilla.


Moldes interno y externo con el
hueco de la falsa campana.
Figura 1
Las campanas se solían adornar con diversas inscripciones y motivos decorativos. En la de Trévago, y en otras que fundió Narciso, figura la inscripción "Güemes me hizo". Se conservan unas tablas que le pertenecieron en las que aparecen abecedarios, números y decoraciones, así como imágenes de la Virgen María y de Santa Bárbara, como podemos observar en las fotografías adjuntas. Estas tablas, una de madera de boj y otra de carrasca, formaban parte de sus herramientas de trabajo y eran usadas para realizar moldes en cera de las letras, números, figuras, etc. que compondrían la decoración de las campanas, y que se adosaban a la falsa campana. Esta falsa campana se llama así porque se retira en una fase del proceso, dejando el hueco que ocupará el metal fundido. Está formada por el barro que se pone entre los moldes, no muy trabajado y fino, pero rematado por una capa de cera, que es precisamente donde se fija la ornamentación. Así, al construir el molde de afuera sobre esta falsa campana, los motivos decorativos quedan impresos en la cara interna del molde exterior, y aparecen en relieve en el material definitivo (ver figura 1).

Las tablas a las que hemos hecho referencia, actualmente se encuentran depositadas en el Museo de Campanas de la Fundación Joaquín Díaz en Urueña (Valladolid).

Un documento de primera mano, que constituye un testimonio interesantísimo sobre la fundición de una campana en Valdegeña, es el aportado por Benito Lucas (Valdegeña, 1888) en las "Memorias de mi vida" (1888-1970), que nos ha facilitado su nieta Pilar Lucas, y que transcribimos íntegramente:

"...aquel año o el siguiente (1), como había una campana rota la hicieron nueva en este mismo pueblo, en la majada que está junto al teléfono. Se fundieron cinco a la vez: una de Almarza, otra de Las Cuevas, otra de Abión, otra de Serón y la nuestra. Los campaneros, cuando los chicos salíamos de la escuela nos mandaban a coger moñigos, el excremento de las caballerías, y si no íbamos no nos dejaban ver; les traíamos a montones. Algunas veces nos daban alguna perra; más a los mayores que a los pequeños. Los moñigos les eran muy útiles. Los desmenuzaban bien y los echaban al barro para hacer el molde de las campanas, para que no se les agrietara, pues tenían que hacer el barro muy amasado y muy fino, y el cieno de los moñigos, bien desmenuzado, lo revolvían junto con el barro, y así no se les agrietaba el molde. En aquellos tiempos todo lo tenían que hacer a mano. Para hacer los moldes hicieron un pozo de metro y medio de hondo, más largo que ancho, para meter cinco campanas en él. Podéis daros cuenta poco más o menos cómo tenía que ser.
Primero hacían un molde tosco de barro, según el tamaño de la campana que fuera. Luego para ir haciendo la figura de la campana cogían una tabla fuerte y le daban esta forma (Ver figura 2) . Esa raya que atraviesa la punta de arriba era de hierro; la sujetaban a unos maderos que ponían arriba y abajo con unos agujeros, y daban vueltas a la tabla alrededor del molde tosco, y así salía la figura de la campana. Cuando comprendían que ya tenían el tamaño de la campana que querían hacer, le ponían al molde una capa de estopa o cáñamo en rama, bien fregadito, y bien cubierto de barro. Una vez seco le volvían a dar otra capa de barro como sus dedos de gorda; después otra capa de estopa, como la anterior, y una vez seco, con otro molde más grande le daban el grosor que comprendían era bastante. Así todo bien seco, con una palanquita de madera y con mucho cuidado desde el borde de abajo lo levantaban y salía el último molde como si fuera la campana, pues como tenía estopa lo de abajo y no estaba fregado salía con facilidad. Después, el molde que había entre estopa y estopa lo quitaban también a cascos, y una vez quitado y bien limpio todo, volvían a poner el primero que he dicho con forma de campana, quedando hueco el entremedio que es donde entraba el metal derretido, y así salía la campana fundida.
Para fundir el metal hicieron dos hornos uno junto a otro. Uno para quemar leña y el otro para derretir el metal. Este tenía por delante dos agujeros como una boina de grandes, y por ellos los campaneros con varas largas removían el metal de vez en cuando para sacar los trozos que todavía no se habían regalado. Abajo, a flor de tierra tenían otro agujero tapado, pues es por donde había de salir el metal derretido. Una vez hechos los moldes de las campanas que iban a fundir, como las hacían dentro del pozo, las enterraban bien, y aprietaban la tierra; encima del molde ponían otro con cuatro agujeros para las asas de las campanas. Este quedaba a flor de tierra, y por unos canales que hacían desde el horno hasta donde estaba cada campana corría el metal derretido y se metía por los agujeros hasta que se llenaba el molde; así quedaba la campana fundida. Como era una cosa poco frecuente venía mucha gente a verlo, y el campanero, de los tres que había, el mayor, que estaba en camisa (pues hacía mucho calor debido al fuego)

Tabla que al girar sobre el eje
da forma de campana al barro.
Figura 2
se la quitó y luego dijo en voz alta: " Se va a dar principio a escudillar el metal, récenle una salve a la Virgen de los Dolores". Entonces todo el mundo rezó la salve a la Virgen y luego el campanero se santiguó tres veces y con un palo largo rompió el agujero de abajo y salía el metal hecho caldo, y se distribuía por los canales como si fuera agua, hasta que se llenaron los moldes. Lo que sobró quedó por los canales, y al otro día estaba muy frío y parecía barras gordas.
Como yo estaba herniado, después de escudillar el metal, del vapor que dejaba el metal, lo aprovecharon así: Nos cogieron a otros chicos y a mí, nos bajaron los pantalones y nos tuvieron encima del humo o vapor que salía haciéndonos como cruces; luego nos taparon bien con una manta de Palencia y nos llevaron a nuestros padres a nuestras casas; después vinieron ellos y nos prepararon un ungüento con unos polvos colorados e incienso molido y mezclado con aguardiente me lo colocaron sobre la hernia. Aquello se quedó más duro que una tabla, y mientras no se ahuecó no me lo quité. La hernia se me curó, pero a los 42 años se me reprodujo..."

A través de la correspondencia que mantenían María Carrascosa y Narciso Güemes con la familia, podemos situar cronológicamente la decadencia del oficio de campanero, pues las cartas que envían desde El Pozuelo (Zaragoza), donde María trabajaba de maestra nacional, ofrecen testimonios claros al respecto:

"...de mi oficio nada puedo decir por hoy, porque no he salido por el mal tiempo, supongo será el año escaso de campanas pues cada día pierde mucho el oficio, ya puedes mirar si por esa tenemos que fundir que aquí se rematan las campanas, en cuanto mejore el tiempo subiré a Castilla a ver si sale algo que hacer..." (1914).

"... respecto a mis campanas, letra muerta, cada día peor y más con el año de crisis que llevamos con la guerra pues no se puede tocar ningún artículo de caro..." (Junio, 1915).

"... estamos atravesando unas crisis que no sé donde va a llegar pues todos los artículos están a un precio desorbitante, yo estoy aburrido, pues mi oficio muerto ..." (Agosto, 1916).

"...respecto a mi oficio, hace dos años que no trabajo por lo malo que está...." (Noviembre, 1916).

Como muchos trevagüeses recordarán, las campanas de nuestro pueblo se llaman Bárbara y María. Aquí, al igual que en la mayoría de las localidades, una de las campanas del campanario de la iglesia está dedicada a la Virgen María. Mientras hubo sacristán, éste era el encargado de tocarlas. Hay diferentes formas de hacerlo: bandear las campanas, cuando la campana oscila y el badajo golpea el borde, y voltear las campanas, cuando ésta gira completamente sobre sí misma, lo que requiere el concurso de varias personas, los mozos generalmente. Las campanas se volteaban en los días de la fiesta o señalando acontecimientos especiales de carácter festivo.

Diferentes toques de campanas:

Tres señales para llamar a misa y a los oficios religiosos.
Repicar las campanas mientras desfila la procesión por el pueblo.
También se tocaba en el momento de la consagración.
Un toque distinto, más lento y grave, era el toque de difuntos, cuando alguien moría en el pueblo.

Además de los usos religiosos, el toque de las campanas prestaba un servicio a la comunidad en los siguientes casos:

Tocar a "mediodía", a las doce de la mañana, señalando la hora de la comida.
Tocar a "quema", un toque vivo y rápido, que ponía en alerta cuando había algún incendio, reclamando la colaboración de cuantos se encontraban en el campo, y en los pueblos vecinos.
Tocar "a perdidos": las campanas se tocaban al anochecer en días de niebla o nieve, para que los arrieros que se encontraban desorientados (cosa fácil en esas circunstancias, aunque fueran buenos conocedores del terreno), pudieran guiarse por el sonido y llegar a un lugar habitado donde pasar la noche. Nuestro abuelo Domingo nos contaba que después de mucho andar por el monte un día de nieve, y cuando ya pensaba que debía de estar cerca de algún pueblo, se encontró al anochecer en el mismo punto por donde había pasado varias horas antes, y que reconoció por una particular rama rasgada de un árbol. Se dio cuenta de que había estado andando en círculo... y se hacía de noche cuando oyó el tañido lejano de una campana que le orientó para llegar al pueblo donde sonaba.


Para los más curiosos recomendamos el libro “La campana, patrimonio sonoro y lenguaje tradicional” de José Luis Alonso Ponga y Antonio Sánchez del Barrio, editado por “Caja Madrid”.

(1) Se refiere a 1895 Fig. 1. Moldes interno y externo con el hueco de la falsa campana. Fig. 2. Tabla que al girar sobre el eje da forma de campana al barro.

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