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Excursión a Segovia



por Pedro José García Córdoba, Luis Jiménez Pérez y Mª Luz Tutor Paramio

Segovia Son las siete de la mañana de un 16 de agosto, cuando la expedición trevagüesa ya está lista para partir. Destino: Segovia. Van armados con sus bocadillos, mochilas y sus cámaras de fotos. Incluso teníamos nuestros cánticos, que el Mari y el Felipe se habían preocupado de preparar en fotocopias y repartir entre los 35 tripulantes. Antes de salir había que hacerse la “foto de rigor” con todos los viajeros, mejor dicho casi todos, porque faltaban un matrimonio de Castilruiz y otro de Soria.

Una vez todo el equipo a bordo, nos dirigimos a la “conquista” de Segovia. Pero no podíamos olvidarnos de almorzar, así que paramos en San Esteban de Gormaz y allí, unos se tomaban un café, y otros sacaban los chorizos del pueblo. El caso era coger fuerzas para el duro día que afrontábamos. El viaje se encargó de “amenizarlo” Estela, con sus canciones y sus chistes. Cantamos canciones tan conocidas como: “Clavelitos”, “Rianxeira” “Desde Santurce a Bilbao”, y otras muchas.

Segovia Alrededor de las 11 divisamos el acueducto, el símbolo de Segovia. Nos encontramos allí delante, entre una grandiosa obra romana de más de 2.000 años de antigüedad y 728 metros de longitud; una obra inteligentísima que permitió transportar el agua hasta la parte alta de la ciudad.

Segovia Pero, corriendo, tuvimos que dirigirnos hacia el Alcázar. Allí nos estaba esperando el guía dispuesto a mostrarnos lo que fue la residencia de los reyes de Castilla. Primero visitamos el Museo de Armas, donde pudimos encontrar toda clase de armamento de los siglos comprendidos entre el XV al XVIII. Luego pasamos a la parte más esplendorosa del palacio. El guía nos mostró todas sus habitaciones que todavía conservaban los tapices, mobiliario, pinturas, ... de la época. Todo estaba “empapado” de una belleza y distinción propia de reyes, que nos hizo comprobar la riqueza de la época. Antes de marcharnos, el guía nos invitó a que subiéramos a la torre del Alcázar. Era un lugar estratégico desde donde se podían divisar todos los territorios que rodeaban la ciudad. Lo malo del sitio es que su altura era considerable, y tuvimos que subir más de cien escalones hasta llegar arriba. Algunos perdieron la respiración por el camino y llegaron con la lengua fuera. Y, como no, la “foto de rigor”.

Rápidamente nos dirigimos todos hacia la catedral. Bueno, o casi todos, porque algunos se quedaron por ahí tomando una cerveza para combatir el calor. Ya en la catedral, otro guía nos explicó el origen e historia de aquella construcción. Es un templo gótico del siglo XVI, conocida como la Dama de las Catedrales por su elegancia y esbeltez. Destacan la sillería del coro o sus grandes órganos, piezas algunas donadas por la nobleza de la época para “conseguir” favores de la Iglesia.

Segovia El sol pegaba fuerte (y nosotros sin gorra), y algunos ya notaban “rugir” las tripas, pero lo que no sabían era lo que les esperaba para comer. Recorrimos el casco antiguo de la ciudad y llegamos a nuestro restaurante, donde nos esperaba un “terrible” menú: judiones de Segovia, cochinillo, tarta y café. Algunos se atrevieron a repetir primer plato, para lo que tuvieron que desabrocharse el pantalón porque empezaba la acumulación de gases.

Ya descansados de la comida, nos montamos en el autobús para ir a visitar la Granja de San Ildefonso, se trata de un bellísimo palacio que mandó construir Felipe V y que sirvió de lugar de veraneo y cacería para los reyes de Castilla. Destacan las lámparas de cristal de la Granja, por su minuciosidad y gran tamaño, una colección de tapices, y los jardines de palacio, que hacían recordar el estilo de Versalles.
Segovia
Justo en el momento en el que salimos de la Granja comenzó a llover, consecuencia del “concierto” matutino. En el camino de regreso hicimos una parada en Pedraza. Es un pueblo que parece detenido en el tiempo con el suelo y las casas empedradas, con su muralla y su castillo, situado en lo alto de una colina. Pero no pudimos permanecer allí mucho tiempo porque la noche y la tormenta se nos echaba encima, y porque el cansancio se acumulaba en nosotros.

Pero algunos parecía que el cansancio no les impedía continuar la marcha, ya que nos deleitaron con un mano a mano de jotas entre Isidro, Ángel, Demetrio, Mari, e incluso una mujer se atrevió a tutearles: Isabel.

El día ya no daba para más y sobre las 10 llegamos a Trévago, algunos dormidos, otros con hambre y otros (la mayoría) cansados del viaje, pero contentos de la excursión. La hazaña había finalizado con otra victoria de la Asociación.


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