por Pedro-José García Córdoba
Como cualquier otra noche de verano, estábamos todos sentados en los bancos de fuera de Las Escuelas. Seríamos unos once o doce, porque a fecha de diez de agosto todavía no había venido todo el mundo de vacaciones a Trévago. A eso de las once y media se nos acercaron Estela y Conchita, que también se encontraban en la calle. Nos propusieron que a la mañana siguiente hiciéramos una excursión por el monte de Trévago. Nosotros nos quedamos un poco sorprendidos. Lo primero que preguntamos fue a qué hora tendríamos que quedar, y la respuesta fue a las ocho de la mañana en la esquina de casa de Modesta. Empezaron a surgir las quejas, como era de esperar, pero al final lograron convencernos. Todos los años hacíamos una excursión y éste no podía ser menos. La ruta sería ir en coche hasta la "Piedra de los Tres Obispos", que está por la carretera de El Espino en un camino que hay a mano izquierda, llegar hasta las "Minas de Plata" y volver para casa.
A las ocho de la mañana del día siguiente, miércoles día 11, empezó a llegar la gente con mochilas a las espaldas cargadas de comida y agua. Hacía fresquito, por lo que íbamos de manga larga. Con las primeras personas que llegaron se fue el primer coche, conducido por Juanjo, que ese día le contratamos como chófer. Cuando aparecieron Iñaki y Aitor, que se habían quedado dormidos, salió el segundo viaje.
Allí estábamos todos, Conchita, Angelines (de La Carolina, provincia de Jaén), Estela, Vanesa, Eva, Nieves, Patricia, Lule, Iñaki, Aitor y Pedro-José, en la Piedra de los Tres Obispos. Juanjo nos contó la historia de esta piedra: se trataba de una losa que estaba dividida en tres partes, en cada una de las cuales ponía una letra, T, B, C. La letra T correspondía al obispado de Tarazona, perteneciente a Navarra; la B al obispado de El Burgo de Osma, de la provincia de Soria; y la C correspondía al obispado de Calahorra, de la comunidad autónoma de La Rioja. Se decía que ahí se reunían los tres obispos, cada uno en su diócesis, sin invadir al otro. De esa manera se podían "tirar los trastos a la cabeza" sin que se acusaran entre ellos.
Después de esta historia, Juanjo se marchó con pena porque le habría gustado venir. Eran las ocho y media cuando nos disponíamos a salir; pero antes de todo, teníamos que hacernos la foto de rigor. Tras la foto, nos pusimos en marcha. Empezamos a subir monte arriba, imponiendo las veteranas (Angelines, Conchita y Estela) un fuerte ritmo. Mientras subíamos, dejamos a un lado la famosa Peña el Mirón, con sus corrales. Ya empezaba a pegar el sol y las que antes habían empezado fuerte se iban quedando atrás. Según íbamos subiendo se nos cruzó un corzo justo antes de llegar al cruce donde tomaríamos el camino de Valdegeña para llegar a las Minas de Plata. Una vez cogido el camino tuvimos que desviarnos otra vez a la izquierda. Empezaron las dudas de si ese era el camino correcto, pero Conchita decía que sí, que nos fiáramos de ella. A eso de las diez y cuarto llegamos a las minas. Estuvimos viendo los enormes fosos que había en el suelo, donde trabajaban los mineros sacando plata; tirábamos piedras para comprobar la profundidad. También vimos los huecos donde habían hecho explosionar la dinamita para extraer el mineral. Estuvimos un rato descansando y aprovechamos para hacernos una foto. Nos pusimos otra vez en marcha y, un poco antes de incorporarnos al camino que habíamos dejado, Conchita nos dijo que a la derecha se encontraban las ruinas de un convento de monjes templarios, hundido en las profundidades de una sima.
Una vez ya en el camino que habíamos abandonado comenzaron a aparecer las primeras sugerencias para detenernos a tomar el almuerzo. Pero Conchita, que se había convertido en nuestro guía, dijo que pararíamos en la caseta de ICONA. Seguimos subiendo hasta alcanzar el cruce donde estaba el cortafuegos. Cogimos el camino de la derecha y a las once y cuarto de la mañana estábamos ya en la caseta de ICONA dispuestos a devorar. Bien es sabido que el monte da hambre, así que nos sentamos y empezamos a sacar los bocadillos de chorizo, jamón, queso... Hubo algunos que no trajeron nada porque no les dio tiempo a prepararlos, por lo que compartimos la comida entre todos. Desde ese punto del monte se veían, por un lado, los pueblos de Valdegeña, Fuentes de Magaña, Cerbón, El Espino, Aldealpozo, Villar del Campo, Pozalmuro; y, por el otro, Trévago, Valdelagua, Fuentestrún, Castilruiz. A las doce menos cuarto emprendimos de nuevo el camino, esta vez ya para casa.
Cuando descendíamos por el cortafuegos se nos volvió a cruzar otro animal, esta vez un ciervo con una enorme y preciosa cornamenta. Según andábamos, a alguien se le ocurrió la idea de ir a ver la fuente del Palancar. No sabíamos exactamente dónde estaba pero al final encontramos el camino. Había que meterse por una vereda que había a la izquierda. Comenzamos a caminar y caminar, pero no la veíamos por ninguna parte. Justo en el último momento, antes de darnos media vuelta, encontramos dos "charcos" de agua. Nuestro gozo en un pozo. Eso ni era fuente ni era nada, y tuvimos que volver para atrás decepcionados. Luego preguntamos a la gente del pueblo y lo que pasaba es que la fuente estaba justo un poco más abajo de esos "charcos". En ese momento empezó a oscurecer como consecuencia del último eclipse de sol del milenio, que tenía lugar ese día. Con las gafas de sol de los se que se las habían llevado nos las apañamos para, con mucho cuidado, ver cómo la luna "se comía" al sol. Parecía como si estuviera anocheciendo a las doce y cuarto del mediodía.
Seguimos bajando y, a eso de la una menos cuarto, llegamos a Valmayor, donde entramos a tomar un trago de agua y a descansar un poco. El agua, como siempre, estaba muy buena y fresquita, y más de uno se llevó la botella llena para beberla luego en casa con la familia.
Hicimos el último esfuerzo y continuamos andando por el camino viejo hasta llegar al pueblo a la una y cuarto. Estuvimos un rato comentando la excursión entre nosotros y la gente que nos preguntaba, y en ese momento Estela y Conchita propusieron otra excursión para otro día. La respuesta fue unánime y tajante. No, la guardábamos para el año que viene.
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